Por Álex Figueroa

Texto base: Apocalipsis cap. 10

Antes de comenzar con el texto, es necesario recordar que el Apocalipsis es una revelación de Jesucristo, manifestada a Juan para que éste la transmitiera a la Iglesia. Se dice que quien oye y lee las palabras de esta profecía es bienaventurado, que el tiempo está cerca, y que se trata de un mensaje que se entrega a siete iglesias de Asia Menor, que figurativamente representan a todas las iglesias, en todo tiempo y lugar.

Por lo mismo, al ser un libro inspirado, dijimos que no debemos acercarnos a él con morbo sensacionalista, ni con una disposición esotérica de encontrar en él oráculos o designios que aterroricen a los cristianos, ni tampoco debemos estudiarlo para lucir nuestro conocimiento personal y nuestra capacidad para entender cosas que otros no pueden.

Sostuvimos que Apocalipsis no es una cronología exacta de los hechos que ocurrirán, ni un relato detallado de acontecimientos al estilo de la crónica de un diario o un reportaje. Lo que hace es revelar un gran cuadro en el que Cristo y Satanás se enfrentan, pero no como dos fuerzas iguales, sino que en todo momento mostrando a Cristo como el seguro vencedor, como el Rey victorioso. De este gran cuadro, se desprenden escenas, pero todas esas escenas deben apreciarse como formando parte de este gran cuadro, de otra manera se perderá todo el sentido de lo que dicen.

Dijimos que este libro se encuentra escrito en un género literario distinto a las epístolas y los evangelios, que es el género apocalíptico. En este género se utilizan símbolos, imágenes, figuras que no deben ser tomadas literalmente, sino que apuntan a otro significado. Debe interpretarse cuidadosamente el texto a la luz de su contexto y teniendo en cuenta todo el resto de las Escrituras, para determinar qué es simbólico y qué es literal.

Hemos podido apreciar que el Apocalipsis está entrelazado con todo el resto de las Escrituras, que es la conclusión lógica de ellas.

El Apocalipsis no es una simple historia de eventos que ocurrieron en el pasado, ni una mera profecía de eventos futuros, sino un libro que llena al pueblo de Dios de consuelo y motivación para perseverar hasta el fin, siendo aplicable a los cristianos de todas las generaciones y de cualquier lugar geográfico; sabiendo que el triunfo ya ha sido garantizado y anunciado.

Lo que importa no es saber el tiempo cronológico de los acontecimientos, sino los principios permanentes que nos permiten enfrentar cualquier situación de acuerdo a la Palabra de Dios, siendo un mensaje universal y permanente.

Recordemos que en el Apocalipsis se dan ciclos paralelos que nos hablan de eventos que ocurren en el mismo espacio de tiempo, pero relatados desde distintas perspectivas y con distintos énfasis.

Nuestro hermano Pablo nos predicó sobre los 7 sellos que fueron abiertos y desatados sobre la tierra. Allí vimos cómo los impíos eran destruidos por la ira de Dios, mientras que los redimidos por Dios eran guardados y hechos partícipes de la victoria final; relatándose todo este fin desde la perspectiva de los sellos. Es decir, en palabras simples, el mundo ya se acabó en los caps. 6 y 7.

Pero luego, nuestro hermano Esteban comenzó a predicar sobre otro de los ciclos de este libro, que es el de las 7 trompetas. Es decir, estamos viendo la consumación de todas las cosas desde otra perspectiva, aunque vemos los mismos elementos que se van repitiendo.

Mantengámonos pendientes del contexto: Apocalipsis nos presenta unas series de “sietes”: 7 sellos, 7 trompetas, 7 copas. Aunque vemos que todas ellas nos retratan la destrucción de los enemigos y la victoria final de Cristo, se aprecia una cierta progresión, donde todos estos cuadros van apuntando hacia la consumación cada vez con mayor intensidad.

Recordemos, entonces, que estamos en el contexto de este ciclo, el de las 7 trompetas, donde este capítulo 10 de Apocalipsis es un interludio, es decir, una especie de paréntesis entre la 6ª y la 7ª trompeta.

El toque de la 6ª trompeta describe a los incrédulos en su rebeldía, negándose a arrepentirse de sus malas obras pese a todos los tormentos que habían sufrido. En esto vimos la misericordia de Dios, quien los conminó al arrepentimiento a través de distintos padecimientos, pero ninguno de estos terribles dolores los llevó a arrepentirse: prefirieron seguir adorando a sus ídolos y entregándose a sus pecados.

El comentarista Simon Kistemaker señala: “antes de que resuene la séptima trompeta, Juan presenta a los santos en la tierra, a quienes se ordena que presenten la Palabra de Dios al mundo”. Este interludio del cap. 10, es una pausa para recibir y proclamar el Evangelio.

Esto porque el pequeño rollo que se menciona en este pasaje, parece referirse al mensaje del Evangelio, que debe ser predicado por la iglesia siendo testigos de Jesús ante el mundo, previo a su regreso. Este mensaje de salvación se predica en medio de un mundo que presenta oposición, lo que veremos con mayor detalle en el capítulo 11.

Muchos sostienen que este interludio del cap. 10 no se refiere sólo al tiempo de la última trompeta, sino a todo el período del cual trata Apocalipsis.

I. El ángel que desciende del Cielo

El Apóstol Juan comienza este capítulo diciendo “Y vi a otro ángel poderoso que descendía del cielo”. Al decirnos “otro ángel”, está vinculando lo que está diciendo con lo que se encuentra en el capítulo anterior. Recordemos que allí nos habló de los ángeles que tocaron la 5ª y la 6ª trompeta, además de los cuatro ángeles que se liberaron para matar a la tercera parte de los hombres.

Entonces, al decir que vio “otro ángel” en el contexto del que estamos hablando, nos hace descartar que sea el Señor Jesucristo. No debemos confundirnos con la descripción grandiosa que da Juan. Los ángeles tienen cierta dignidad, poder y majestad. Claramente son incomparables al Señor, pero esto no quiere decir que no sean gloriosos. Si hubiera sido el Cristo glorificado, Juan se habría postrado ante Él, o hubiera manifestado culto o adoración, o habría caído desvanecido como vemos en otras ocasiones, pero aquí no vemos nada de lo que ocurre en otros pasajes donde sí se manifiesta el Cristo glorificado.

Este ángel es una figura grandiosa e imponente. Su cabeza, rostro y piernas son colosales. El texto dice que estaba envuelto en una nube. En las Escrituras, se habla poéticamente de las nubes como objetos en los que el Señor se mueve, como sus carrozas (Éx. 13:21; Dt. 33:26; Sal. 104:3, etc). Más allá de esto, las nubes que envuelven al ángel nos están diciendo que es glorioso, recordemos que desciende del Cielo, desde la presencia majestuosa del Padre y su Hijo Jesucristo.

El arcoíris nos recuerda inequívocamente la fidelidad de Dios en cumplir sus promesas del pacto con su pueblo (Gn. 9:12-16).

Con esto, este ángel poderoso se presenta como mensajero de Dios, con su rostro centelleante tal como el de Moisés cuando pudo vislumbrar un destello de la gloria de Dios, tanto así que el pueblo no podía mirarlo directamente porque se encandilaba. Así, el rostro de este ángel, brillante como el sol, demuestra que viene de la presencia gloriosa de Dios.

Este cuadro se completa con las piernas como columnas de fuego, que también nos dan la idea de poder y magnificencia.

Para ejemplificar lo que ocurre con este ángel, imaginemos lo siguiente. Nosotros no tenemos en la mente la imagen de un rey, con la majestad y la pompa que rodean a una autoridad de esa categoría. Pero pensemos por un momento en el emperador más glorioso que haya existido alguna vez en el mundo. Pensemos en su palacio majestuoso, en su trono imponente, en sus ropas llenas de gloria y dignidad, en sus guardias poderosos, sus hermosos caballos y espléndidas carrozas.

Ahora pensemos que ese emperador quiere enviar a un mensajero para que entregue un comunicado oficial de su imperio, es decir, un mensajero que represente lo que ese imperio es. ¿No será ese mensajero glorioso también? Está claro que no llegará a tener la gloria del emperador, pero sí su apariencia, sus credenciales, su presentación, su indumentaria, todo en ese mensajero reflejará la gloria y la majestad de ese grandísimo emperador. Así ocurre con este ángel, quien es llamado poderoso y que exhibe varias credenciales que nos indican que está en la gloria y que tiene cierta majestad.

Además, se nos dice que sostenía un pequeño librito abierto en la mano, y que puso su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra. Insistimos, este ángel es colosal. En la cosmovisión judía, al decir “mar y tierra” se está queriendo envolver toda la creación. Esto nos habla de la autoridad de este ángel sobre mar y tierra, al haberse posicionado en los dos. Su autoridad se entiende por el mensaje que viene a traer. Es un mensaje universal, que viene de parte de Dios a todo el mundo, con efectos sobre toda la creación.

H. B. Swete comenta: "La postura del ángel denota tanto su colosal tamaño como su misión para el mundo: 'el mar y la tierra' es una fórmula del Antiguo Testamento para la totalidad de los seres terrestres (Éx. 20:4, 11; Sal. 69:34)".

II. El mensaje del ángel poderoso

El v. 2 nos dice que este ángel “tenía en su mano un librito abierto”, que se trata de un papiro o rollo pequeño. Esta referencia nos recuerda lo escrito por el profeta Ezequiel:

Tú, hijo de hombre, no tengas miedo de ellos ni de sus palabras, por más que estés en medio de cardos y espinas, y vivas rodeado de escorpiones. No temas por lo que digan, ni te sientas atemorizado, porque son un pueblo obstinado. 7 Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero tú les proclamarás mis palabras. 8 Tú, hijo de hombre, atiende bien a lo que te voy a decir, y no seas rebelde como ellos. Abre tu boca y come lo que te voy a dar.» 9 Entonces miré, y vi que una mano con un rollo escrito se extendía hacia mí. 10 La mano abrió ante mis ojos el rollo, el cual estaba escrito por ambos lados, y contenía lamentos, gemidos y amenazas” (Ez. 2: 6-10)

Esto nos ayuda a entender mejor el pasaje, el que debemos vincular con el cap. 11: todo indica que se trata del Evangelio, el mensaje que viene de Dios y es entregado a la Iglesia para que lo predique al mundo. Este mensaje se predicará en medio de oposición y hostilidad de parte de los hombres que no conocen al Señor.

Se nos dice en el v. 3 que este ángel clamó a gran voz, lo que fue como un rugido de león. Cuando hizo esto, se escucharon 7 truenos. Recordemos que, como ya se ha dicho aquí en las anteriores predicaciones, los truenos se relacionan con un mensaje importante del Señor que debe ser escuchado con reverencia y temor, y que generalmente tiene que ver con juicio. La combinación de rugido de león con el estruendo de siete truenos sólo puede producir sobrecogimiento y temor.

Este ángel poderoso, posicionado sobre toda la creación, ruge como un león comunicando este mensaje poderoso y universal. Sin embargo, se le ordena a Juan sellar las cosas que dijeron los truenos, y no escribirlas. Esto nos recuerda lo escrito en el libro de Daniel:

Tú, Daniel, guarda estas cosas en secreto y sella el libro hasta la hora final, pues muchos andarán de un lado a otro en busca de cualquier conocimiento” (Dn. 12:4).

Es decir, tal como en el caso de Daniel, este clamor como rugido de león que dio lugar a estos siete truenos, tienen que ver con asuntos de la hora final y que por tanto no deben ser conocidos ahora. De esto podemos inferir una importante conclusión: el libro de Apocalipsis es para ser conocido ahora. Como señala David Chilton, “el mensaje del libro de Apocalipsis en general es contemporáneo en su naturaleza, pues se refiere a sucesos que estaban a punto de tener lugar. Sin embargo, en contraste, el mensaje de los siete truenos nos señala hacia el futuro distante”.

En otras palabras, no debemos pensar en Apocalipsis como la mayoría de las iglesias lo enseña hoy, es decir, como un libro que nos habla de los acontecimientos futuros que sucederán en un período en que ni siquiera la iglesia estará en la tierra. El Apocalipsis es un libro de profecía contemporánea, nos dice lo que ya está sucediendo y que irá sucediendo de manera cada vez más intensa hasta llegar a la consumación final.

Por otra parte, ¿Qué habrán dicho los truenos? No tiene sentido hacerse esta pregunta, menos aún intentar responderla. Como dice R. C. Sproul, la especulación teológica es tarea para un necio. Debemos considerar seriamente lo que dice la Escritura:

Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley” (Dt. 29:29).

Como afirma R. J. Rushdoony, “El hombre es impulsado más a menudo por la curiosidad que por la obediencia... En contraposición a la curiosidad y al indagar en las 'cosas secretas', se nos manda claramente obedecer la ley de Dios”.

A veces queremos correr allí donde los ángeles temen pisar. Mostramos una irreverencia terrible cuando irrumpimos como un elefante en una cristalería allí donde debiéramos pisar con la suavidad y delicadeza de un gato cauteloso.

No estamos llamados a meter nuestras narices en los secretos eternos. No es asunto nuestro aquello que Dios no ha querido revelarnos. Nuestra mente tiende a hacerse preguntas que nos hacen sentir inteligentes y sagaces, pero no son más que una muestra de nuestro corazón arrogante, que quiere intrusear en los planes que Dios ha querido reservarse para sí mismo. No tenemos ningún derecho de intentar abrir aquellos cajones que el Señor ha cerrado con llave.

Como hemos dicho en otra oportunidad, esta curiosidad intrusa y la especulación teológica son la antesala de la herejía. Muchos herejes dieron rienda suelta a su curiosidad y su imaginación, y creyendo encontrar los secretos ocultos de Dios, terminaron encontrando en realidad la condenación eterna para sus almas.

Agustín de Hipona tenía una forma muy elocuente de enfrentar esta curiosidad. Cuando le preguntaban qué estaba haciendo Dios antes de crear, él respondía “estaba creando el infierno para los preguntones curiosos”.

En vez de intentar intrusear donde no debemos, concentrémonos en lo que el Señor sí nos ha revelado, y roguémosle que nos permita ser fieles y obedientes a esa revelación.

Lo que sí tenemos todas las razones para concluir, es que el mensaje del trueno es distinto del mensaje del rollo pequeño que el ángel tiene en la mano.

Por otra parte, los vv. 5 y 6 nos aclaran que este ángel no puede tratarse del Señor Jesucristo. Aunque este ángel se posiciona teniendo cierta autoridad sobre la creación, levanta la mano derecha para realizar un juramento. Este es un acto que todavía hoy se realiza en tribunales y actos formales de juramento. Implica reconocer en el cielo un poder más grande, se está invocando la ayuda y el respaldo de una autoridad.

El ángel está diciendo que hablará muy en serio, que pronunciará palabras solemnes con el nombre y la autoridad del que creó los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos.

Lo que dice el ángel es “el tiempo no será más”. Una traducción más exacta sería “ya no habrá más demora”, o “ya no habrá dilación” (LBLA), queriendo decir que los juicios de Dios, la consumación de todo, está a punto de suceder. No olvidemos que se ha tocado la 6ª trompeta, y que los hombres han resistido arrepentirse, pese a los tormentos que sufrieron por su pecado.

Entonces, el ángel poderoso afirma bajo juramento solemne que el Señor desatará sus juicios sobre la tierra.

Pero agrega: “sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando esté para tocar la trompeta, entonces el misterio de Dios será consumado, como Él lo anunció a sus siervos los profetas”. ¿A qué se refiere? Veamos qué ocurre al tocarse la 7ª trompeta: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (11:15).

Es decir, lo que el ángel ha declarado bajo juramento es que el fin es inminente. Ya no habrá más dilación, y el Señor consumará su victoria sobre todos sus enemigos, y su reino se establecerá sin oposición alguna sobre toda la creación. Él destruirá todos los intentos del hombre por gobernarse a sí mismo fuera de la ley de Dios, echará por tierra todas las torres de babel, y consumará el establecimiento de su Reino eterno, el que no tendrá fin.

Esto ya había sido anunciado a sus siervos los profetas. El profeta Daniel, cuando interpretó el sueño del rey Nabucodonosor, dijo: “En los días de estos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos”.

El restablecimiento pleno del Reino de Dios en Jesucristo es el hilo conductor que une todas las Escrituras, y aquí vemos como su cumplimiento es inminente. Así lo ha jurado solemnemente el ángel poderoso.

Pero mientras no se toque esta 7ª trompeta, mientras nos encontremos en este interludio del cap. 10, es el tiempo de predicar el Evangelio, las buenas nuevas de Dios para quienes creen y se arrepienten, pero que al mismo tiempo son una sentencia de muerte para quienes permanecen en rebelión contra su voluntad.

III. El sabor del mensaje

El Apóstol nos dice en el v. 8 que recibió una orden: ir hacia el ángel y tomar el rollo pequeño que está abierto en su mano (es decir, un mensaje que se puede conocer). Es la tercera vez que se nos habla de la posición del ángel: se quiere enfatizar su autoridad y la universalidad de su mensaje. Luego el ángel le da la instrucción de comérselo. Esto nuevamente nos recuerda el pasaje del libro de Ezequiel.

El Señor da a conocer su revelación y la entrega a los suyos, los que deben comerla, hacerse uno con ella, empaparse de ella y absorberla, hacerla parte de sí mismos. El Apóstol Juan ahora está personalmente involucrado con el librito, y al comerlo, produce efectos en su ser interior.

El salmista, hablando de la Palabra de Dios, dice que es “más dulce que la miel, la miel que destila del panal” (Sal. 19:10). Sin duda las Escrituras son dulces y un manjar a nuestro paladar, pero al predicarla produce dolores amargos. Por ejemplo, descubrimos nuestro propio pecado, y nos enfrentamos a la apatía o la enemistad abierta de parte de quienes no conocen al Señor. El Señor Jesucristo dijo incluso que la Palabra traería divisiones en nuestros propios hogares, diciendo que “los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt. 10:36). En algunos casos, esta oposición será tan fuerte que se llegará a las agresiones físicas o incluso la muerte de quien predica estas Palabras que son dulces como la miel.

Al comer la Palabra de Dios haciéndola parte de nosotros, transformará nuestro ser y nos hará dolernos por aquello que sea contrario a la voluntad de Dios. Al ver la maldad del mundo y en nosotros mismos, al ver la rebelión abierta contra el Señor de todas las cosas, al apreciar la desobediencia y el desprecio ante el Rey de la creación, esta misma Palabra nos amargará las entrañas, aunque sea dulce como la miel.

El mismo Señor Jesús, cuando se lamentó sobre Jerusalén, dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt. 23:37). Ese tipo de lamento es el que nos amargará el vientre al haber comido la Palabra de Dios.

Simon Kistemaker comenta: “Quien habla de la palabra de Dios en un mundo hostil sufrirá oposición, burlas y será ridiculizado. Pero la persona debería haber absorbido por completo la palabra de modo que se haya vuelto parte inseparable de su propio ser. Debe apropiarse el mensaje de Dios por fe, obedecerlo por completo, estar bajo su control total, permanecer siempre fiel a su mensaje, hablar con sensatez y no quedarse callado”.

El mensaje que hemos recibido de parte de Dios, entonces, debe ser predicado en el campo que nos señala el v. 11: pueblos, naciones, lenguas y reyes.

Conclusión

Si el Señor no se revelara, permaneceríamos en eterna oscuridad e ignorancia sobre su voluntad y su plan perfecto. Sólo podemos conocerlo si Él se revela a nosotros, y hasta donde Él se ha querido revelar.

Hoy hemos visto que el Señor es soberano sobre todo, lo que incluye también su revelación. Él determina qué permanece oculto a nosotros, y qué es aquello que nos comunicará. Debemos guardar el máximo respeto y reverencia al Señor, no pretendiendo curiosear allí donde Él ha guardado silencio, y guardando obediencia y fidelidad allí donde Él se ha revelado.

Este ángel poderoso nos comunica un mensaje solemne proveniente del Señor, el que debemos predicar en medio de un mundo hostil.

¿Hemos meditado en cuán alto es este llamado? El Señor con su Palabra creó el universo, y con su misma Palabra salva a los pecadores. Y esa Santa Palabra, ese poder supremo creador y redentor, transformador y renovador de todo, ese precioso rollo pequeño lo ha entregado a la Iglesia, a vasijas de barro, a hombres pecadores para que lo prediquen a otros hombres pecadores.

Llegará un momento en que todo se consume, y ese momento es inminente. Ya no habrá más dilación. Ya no habrá más oportunidades, no habrá más tiempo de gracia y misericordia. Cuando llegue ese momento, todo se habrá consumado y los reinos terrenales sucumbirán ante el Reinado y la victoria eterna de nuestro Señor Jesucristo.

Se nos ha entregado este mensaje, comámoslo aunque sepa amargo a nuestras entrañas. ¡Cuán dulce amargura! Es la verdad desintegrando un mundo lleno de mentiras, es la espada del Espíritu desintegrando toda oposición al Rey Soberano de la creación.

Hagamos que este mensaje entre a lo más profundo de nuestro ser, absorbámoslo en cuerpo y alma, que llegue a lo más recóndito de nuestro ser y se haga parte de nosotros, y una vez allí, que podamos predicarlo antes de que suene la 7ª trompeta. ¡Es nuestra responsabilidad, es nuestro privilegio! El Señor nos ayude, amén.