Jonás: Las Tormentas del Corazón (Jon. 4)

Introducción:

Sería maravilloso que el libro de Jonás terminara en el capítulo tres, con el arrepentimiento de Nínive y Jonás guiándolos a una relación más profunda con el Señor, como un buen hermano mayor. Pero Dios no deja asuntos pendientes, sobre todo si se trata de sus hijos. El éxito de la predicación de Jonás nos muestra que Dios puede usar nuestras vidas a pesar de nosotros, podemos tener “fama” de ser instrumentos de Dios, pero eso no significa que no existan tormentas en nuestros corazones. Públicamente Jonás es un célebre profeta, es un hombre temeroso de Dios, pero en su interior está perdido. El Señor revelara lo que hay en su corazón, dialogara con él, luchará con sus emociones y le mostrara su carácter para sanarlo.

1.Una tormentosa oración (vv.1-5)

Nínive se ha arrepentido, Dios ha perdonado a la ciudad violenta, pero en lugar de regocijarse por la magnífica obra de Dios, Jonás, ahora encarna al orgulloso hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, que enojado, no quiso entrar a la celebración del padre por haber perdonado al hijo que había huido y que fue encontrado. La palabra “grande” está dispersa en todo el libro de Jonás y por primera vez se le aplica al profeta, pero tristemente es para caracterizar su enojo. Se enojó “grandemente” porque Dios perdono a Nínive (v.1), porque Dios no le quita la vida (v.4) y porque Dios secó la planta (v.9). El profeta no sintoniza con el “gran” gozo del cielo (Lc.15:10) por el arrepentimiento de los perdidos. Literalmente el texto dice que Jonás “se quemó”, se enardeció en extremo, está indignado por los resultados de su propia predicación. Él se alegró en el pez por la misericordia de Dios (Jon.2:9), pero ahora se hunde emocionalmente cuando Dios muestra su misericordia a los asirios. Dios se ha arrepentido del mal contra Nínive, pero Jonás concibe como un “gran mal” que Dios sea fiel a sus promesas (Jer.18:7-9). Para Jonás la cancelación de la catástrofe, es una catástrofe. Sus afectos y criterios van a la inversa de Dios, concibe al Señor como alguien débil de carácter.

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Como en el capítulo dos, Jonás, empieza una oración, pero esta es muy diferente. Su oración comienza con un “¡Ah Señor!” (v.2). Es como si dijera: “¡Por favor Señor! ¿Cómo es esto posible”. Jonás no acepta los designios de Dios, pero para él Dios sigue siendo Dios, a pesar del enojo no le da la espalda y sigue clamando. Como se dijo en el primer sermón el v.2 revela la razón de la huida de Jonás. Sabía que Dios es grande en misericordia y podía perdonar a los enemigos de Israel. Él no quería ser el instrumento de salvación para esa nación. La severidad de Dios no le trae ningún problema al profeta, pero si su gracia.

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Esta no es la primera vez que un profeta tiene un problema con el carácter de Dios. Moisés lucho en oración a causa de la severidad de Dios con Israel, Jeremías quedo perplejo por la disciplina de Dios hacia su propio pueblo. Los profetas se sintieron en profundo conflicto con el juicio de Dios, pero Jonás está hundido por su misericordia. Resiente que Dios sea como es. El v.3 muestra un gran cambio en los afectos de Jonás. De un profundo enojo paso a una profunda tristeza y pide: te ruego que me quites la vida” (v.3) Jonás ya no es un volcán en erupción, es un hombre que se derrite por dentro. Se encuentra bajo el mismo hundimiento emocional de Elías quien dijo ante la persecución de Jezabel: “Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres” (1 Re.19:4). Su escape vuelve a ser el mismo que cuando huyo a Tarsis y la tormenta podía tomar su vida, también cuando los marineros lo echan en el mar, él prefiere que Dios tome su vida que seguir siendo el profeta de un Dios clemente cuyos caminos no puede entender ni aceptar. La tristeza de Nínive es según Dios, pero la de Jonás es egoísta, la primera trae arrepentimiento, pero la segunda endurecimiento.

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Sumerjámonos más profundo en las emociones de Jonás. Su tristeza es porque el perdón de esta nación terrorista traería como contrapartida la condenación de un Israel que no quería arrepentirse. Jonás teme la destrucción de su pueblo, y con ello, el fin del pacto y las promesas, prefiere morir antes que contemplar esa desdicha. En 2 Re.14:25 Jonás profetizo prosperidad para su nación, pero ahora Dios lo usa para lo contrario. Años más tarde, los temores de Jonás se patentarían en la profecía de Isaías, quien predijo que Asiria sería: “una vara y un báculo de la ira de Dios (Is.10:5) contra Israel. El profeta ve con claridad lo que se avecina, se hundió en la desesperanza, no es que aborreciera a los Ninivitas, sino que en ellos veía el justo martillo destructor de Dios contra Israel.

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Jonás, en su angustia llego a decir:mejor me es la muerte que la vida” (v.3), cuando debió decir lo que dijo David:tu misericordia es mejor que la vida” (Sal.63:3). David no quería vivir sin la misericordia de Dios, pero Jonás no quiere vivir con ella. Él está abrazando la fatalidad, pero aún en medio de su angustioso rechazo a los designios de Dios, lo reconoce como el Señor de su vida, él no es un suicida, sabe que en las manos del Señor están sus tiempos (Sal.31:15).

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¿Te has enojado alguna vez con Dios? ¿No has logrado comprender sus designios y te has encendido en ira contra él? ¿Es legítimo enojarnos con Dios? Si la respuesta es sí, ¿Con cuales actos de Dios es legítimo enojarse y con cuales no? Si nos enojamos con alguien creemos que esa persona hizo algo que no debió haber hecho, ese es el motivo por el cual nunca es correcto enojarse con Dios, porque Su voluntad es perfecta. Nuestras emociones no son pecaminosas, pero cuando ellas no son llevadas hacia el manantial del consuelo de la Palabra se pueden transformar en un catalizador de pecados. Este es el caso del enojo. Dios se enoja santamente, pero nuestro enojo generalmente es pecaminoso. Como dice Calvino cuando nos enojamos pecamos de tres maneras: por motivos egoístas, porque no tenemos dominio propio y explotamos como un volcán en erupción; y finalmente terminamos hiriendo a los demás. Enojarse con Dios siempre es pecado y es un pecado que podemos cometer, pero al cual no debemos añadir el pecado de hipocresía. Si hay enojo en nuestro corazón debemos confesarla, Jonás nos enseña eso en su oración. Él nos conoce, si hay enojo contra él podemos decírselo, y luego arrepentirnos por ese pecado. El evangelio es el extintor del fuego de la ira: “Sea quitado de nosotros…el enojo… sean misericordiosos, perdonándoos unos a otros como también Dios los perdono en Cristo” (Ef.4:31-32). El evangelio nos enseña por medio de Cristo que el remedio para el enojo es mirar Su misericordia, Su perdón en nuestras vidas.

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Nuevamente vemos en acción al Dios de las soberanas oportunidades. El Señor dialoga con Jonás en su oración, así como el padre de la parábola del hijo prodigo dialogo con el hijo mayor. Una de las mejores prácticas que podemos hacer al orar es hacerlo con una Biblia en la mano. La Palabra retroalimenta nuestro diálogo con el Señor, por medio de ella podemos conversar con él, preguntar y tener respuestas, ser animados y confortados por Su Voz en las Escrituras. En esta conversación Dios muestra un tacto extraordinario. Primero lleva a la reflexión a Jonás, le concede un tiempo para que medite y utiliza la calabacera para hacer razonar con su siervo. Aquí tenemos en acción la paciencia de Dios en favor de sus hijos. El Señor le pregunta: “¿Tienes acaso razón para enojarte?(v.4). No hay respuesta por parte de Jonás, en lugar de dialogar sale fastidiado fuera de la ciudad. El v.5 nos dice que allí Jonás: hizo un cobertizo y se sentó bajo él a la sombra, hasta ver qué sucedería en la ciudad. En lugar de hacer de Nínive un tabernáculo para Dios confecciona el suyo propio (Lv.23:40-42) y se “sienta bajo ella”. El rey de Nínive se sentó en ceniza deseando la misericordia de Dios, pero Jonás se sentó deseando que Dios no tuviera misericordia. Eso es lo que sugiere el texto. Está dispuesto a sentarse como un espectador en primera fila para ver el desenlace durante cuarenta días. Aún tiene esperanza de que Dios se arrepienta de su arrepentimiento en favor de Nínive. No es capaz de ver que hay una ciudad sin pastor, y él es un pastor sin ovejas, juntos debieron cantar: “La salvación es del Señor”. Hay cuatro oraciones en el libro de Jonás, una por capítulo, pero esta es la más triste.

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2.Las calabaceras del Corazón (vv.6-8)

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En el v.6 podemos ver una nueva provisión de Dios para el profeta: “dispone una planta para hacer sombra a Jonás sobre su cabeza y librarlo de su incomodidad”. El texto llama a Dios: “Señor Dios”, misma frase que en la Gén.2:8-9 cuando Dios creó las plantas del Edén. La idea es clara, la planta, como el “gran pez” es creación suya le pertenece, él le ha dado crecimiento. Dios ha bendecido a Jonás con su “propio aire acondicionado”. Los Ninivitas se encuentran “incómodos” en sus vestidos de cilicio rogando por perdón, mientras que Jonás está esperando cómodamente en su refugio la destrucción de la ciudad. Él interpreta la planta como una señal de aprobación. El texto dice que: “Jonás se alegró grandemente por la planta” (v.6). Por primera y única vez vemos al profeta feliz en esta historia. Nuevamente hay un gran cambio en sus emociones, pasa de un “gran” enojo, a una “gran” angustia y ahora una “gran” felicidad. Así somos, cambiantes como las olas del mar, con poco dominio propio y falta de llenura del Espíritu, pasamos de una emoción a otra como un cometa en movimiento, dejando la estela de nuestro pecado. Lo único que puede domar nuestras emociones es la Palabra.

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Jonás no es alguien que busca la felicidad en las comodidades materiales ni se angustia por no tenerlas. Canto salmos en la incomodidad del vientre del pez. Su estado anímico no está determinado por las cosas materiales, sino por su estado espiritual. Es verdad que la calabacera que le está brindando sombra, pero la fuente de su alegría tiene un motivo más profundo. No olvidemos que Jonás espera la destrucción de Nínive y la preservación de su pueblo. Una planta que crece milagrosamente en tierras desérticas, que florece y prospera por la intervención de Dios es un símbolo poderoso para avivar sus esperanzas con respecto a su nación. En el Antiguo Testamento comparar a Israel con una planta era algo común. En el Sal.44:1-2 dice que Dios “los planto y los hizo crecer”, el Sal. 80 los caracteriza como una “vid”, Is.61:3 habla del “plantío del Señor”. Así como esta planta creció en una zona desértica, de la misma manera, Israel floreció en el desierto durante cuarenta años como la viña predilecta de Dios. Debajo de su sombra, los Israelitas, como Jonás, habían disfrutado protección divina y los privilegios del pacto. La felicidad de Jonás es el pueblo de Israel, en lugar del Dios de Israel.

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En Jon.2:6 emergió un “gran pero” de parte de Dios para rescatar a Jonás, pero ahora emerge otro “gran pero” (v.7) para probar al profeta. Dios dispuso un “gusano” para secar la planta. Notemos que esto sucedió al día siguiente, o sea, Jonás se fue a dormir con el corazón alegre por causa de la planta, pero despertara sin ella. La imagen es cruda, la bella planta que brindaba protección y abrigo es destruida por un gusano que solo produce asco. Nuevamente el símbolo es poderoso. Los Ninivitas no perseverarían en su arrepentimiento y décadas más tarde volverían a sus crueles conquistas devorando a Israel, secando su existencia y su belleza. Esta imagen grotesca del gusano comiéndose la planta despierta un profundo temor sobre la condición, fragilidad y degeneración humana. Desearíamos que la vida estuviera llena de belleza y florecimiento, pero todo parece desembocar en la corrupción del sepulcro producto de la caída. Hoy vemos como las artes, el matrimonio, la justicia y la sexualidad son devorados por el gusano grotesco del pecado. Pero la aparición del gusano ofrece esperanza. Dios usa “el gran pez”, la planta o al “pequeño gusano”, a lo bello o grotesco para hacernos volver a él. Nuestro Dios soberano controla el universo, gobierna en el macrocosmos, pero también gobierna en el microcosmos, Dios comisiono al pequeño gusano para comer la calabacera y el también controla cada molécula y átomo del universo (Col.1:17). Por eso podemos rogar para que él haga llover en favor de su pueblo y también pueda sanar controlando las células cancerígenas y enfermas de nuestro cuerpo, él es Dios, su poder y su soberanía siguen siendo tan real como en esta historia.

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Jonás despierta y atónito contempla que la calabacera ha sido arrasada por el terrible gusano, pero eso no es todo, el Señor dispone un sofocante viento solano del mediterráneo que lo hería en la cabeza y él desfallecía. Si algo quedaba en la raíz de la planta el sol abrazador y el viento sofocante terminarían de acabar con toda su raíz, no volvería a germinar. Nuevamente Dios envía una tormenta sobre Jonás, porque cada pecado engendra una tormenta. Dios, por medio de ese viento solano le quita su tabernáculo personal, el calor empieza a herir su cabeza y no le queda protección alguna, esto no ayuda a disminuir el enojo de Jonás, hervía por dentro, pero ahora también por fuera. El calor cataliza la angustia del profeta quien nuevamente empieza a experimentar un descenso del alma: desea con todas sus fuerzas abrazar la muerte”. Vuelve a decir: Mejor me es la muerte que la vida”. La angustia y el enojo han engendrado muerte. El Señor le pregunta: ¿Tienes razón para enojarte por la planta? El profeta exclama: “Tengo razón para enojarme hasta la muerte”. Realmente es muy triste escuchar la respuesta del profeta, ¿Cómo es posible que el Jonás del capítulo 2 responda de esta manera? ¿Cómo es posible que estas sean las últimas palabras del profeta en todo el libro? El gusano del enojo está devorando la vida de piedad de Jonás.

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Jonás manifiesta todo su egocentrismo, perversidad y obstinación, solo está preocupado por la planta, llega a ser inaceptable y hasta absurdo. Pero reflexionemos un poco más. No es que la planta en sí sea una pérdida irreparable, más bien, es la gota que ha colmado el vaso. En ocasiones, después de mantenernos firmes en medio de un intenso periodo de sufrimiento o estrés un pequeño detalle basta para hundirnos, aguantamos con fortaleza la gran tormenta, pero una pequeñez desata en nuestro corazón una erupción con daños colaterales de gran proporción. Quizás en tu trabajo tuviste un día muy duro y una pequeña falta de tus hijos o una minúscula desatención de tu esposo o esposa te hicieron explotar y de forma inexplicable te retiras a tu “Tarsis a estar solo. El pecado del enojo siempre nos quiere aislar, haciéndonos vulnerables a pecados ocultos dejándonos a la deriva de la gracia.

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Dios ha consolado al profeta durante un día solo para quitarle el medio de la consolación al día siguiente, ante este Dios soberano e incomprensible Jonás se pregunta: ¿Para qué seguir viviendo si no lo hay lógica en sus designios? La calabacera había traído esperanza al corazón de Jonás a causa de Israel, pero ahora ya sabe su nación sufrirá por causa del justo juicio de Dios. Toda su vida ha estado dedicada a la causa de Israel, su mundo se derrumba. En sus entrañas hay una tormenta de emociones, siente autocompasión al perder la planta y profunda angustia por el futuro de su pueblo.

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La autocompasión es la respuesta impía y egoísta por algo que no va como nosotros queremos. Es un pecado muy sutil que se viste con el disfraz de la justa indignación. Nos sentimos justificados por la aparente injusticia que sufrimos. Jonás siente injusticia por el perdón hacia los Ninivitas y la futura debacle de su pueblo. La autocompasión ahoga la fe, seca la esperanza, mata la alegría, alimenta la ira y roba el deseo de servir a los demás. Es un pecado que nos lleva a otros pecados: queja, chisme, calumnias, gula, intoxicación con sustancias o pornografía. La autocompasión es una expresión del orgullo, es la antítesis del amor, porque la autocompasión nos lleva a centrarnos en nosotros mismos, creyendo que nuestro propio relato es el que define todas las cosas, pero el amor nos lleva a entregarnos al otro y dejando que las cosas verdaderas y valiosas las defina Dios.

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Cuando el Señor nos quita las cosas que amamos queremos morir”. Algunos tienen galpones en su corazón repletos de “calabaceras”, llena de cosas creadas que han trasformado en ídolos. Dios usa algo tan insignificante como un gusano para destruir la planta a la cual Jonás le había dado un valor infinitamente más grande y Dios la seca para mostrarle el valor que tiene, destruye el ídolo de su corazón: “su propio pueblo. Amaba más a Israel, que al Dios de Israel. Aquí experimenta lo que dijo en el pez: “Los que confían en vanos ídolos su propia misericordia abandonan (Jon.2:8). Él se aferra a su “calabacera”, su etnia, abandonando la misericordia de Dios, por eso prefiere morir. Él creía que el pueblo de Dios era indestructible, pero reino del norte se alejó del Señor y tendría que sufrir las consecuencias de su rebelión. Os. 9:16-17 nos muestra esta sentencia: Efraín está herido, su raíz está seca; no darán más fruto… Mi Dios los desechará porque no le han escuchado”.

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Es imposible no conectar su lamento con el propio llanto de Jesús por Jerusalén (Mt.23:37) o la de Pablo por causa de la apostasía de los judíos (Rom.9:3). Jesús en el huerto de Getsemaní experimento las mismas profundas emociones de Jonás: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mt.26:38), pero las razones de ambas tristezas son muy diferentes. Jonás se angustia hasta la muerte porque Israel será objeto de la justa ira de Dios, pero Jesús se angustia hasta la muerte porque será objeto de la ira de Dios en la Cruz por nuestros pecados. Él experimento profundo dolor al ver el rechazo de los judíos y como se dispersaban como ovejas sin pastor. En ambos casos, para Jonás como para Jesús, la bendición hacia los gentiles son dos caras una misma moneda. La expansión del reino hacia las naciones, establece el juicio de Dios sobre Israel: ¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa será un desierto (Mt.23:37-38). Jesús vislumbra la acción de los ejércitos romanos arrasando Jerusalén. ¡Todo un “cumplimiento” de lo que hicieron los asirios! Y todo esto llena de dolor el corazón de Cristo. En un sentido, Jonás es un anticipo del camino que tuvo que pasar Cristo y los apóstoles, en aquel cobertizo tuvo su propio Getsemaní.

3.La solución a las tormentas del Corazón (vv.10-11)

Al final Dios contrasta la actitud de Jonás con la planta y la suya hacia Nínive, le dice: Te apiadaste de la planta por la que no trabajaste ni hiciste crecer, que nació en una noche y en una noche pereció, ¿y no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también muchos animales? (vv. 10-11). Dios demuestra la verdadera inconsecuencia del profeta, quien siente compasión por una planta y al mismo tiempo se muestra apático por la destrucción de miles de personas y animales. El profeta se preocupa por un detalle de la creación, pero no de aquellos que comparten su misma imagen. Su “compasión” nace por intereses personales, mientras que la compasión de Dios es desinteresada y de pura gracia. Dios quiere hacerle ver que un alma tiene más importancia que todas las calabaceras del mundo.

El contraste no solo es en términos de calidad, sino también numérico, la planta era una mientras que en Nínive hay 120.000 habitantes. El asunto es que si Dios es soberano y tiene derecho sobre la planta también sobre Nínive. Con ternura y compasión Dios se acerca al corazón de Jonás sabiendo de su profunda angustia por el futuro juicio a su nación y le explica: “Tú no creaste la planta, tampoco a Israel. Ellos son mi posesión, yo soy su padre, los planté, cultive y los hice crecer. Yo escogí a Abraham, los libere de Egipto, les manifesté mi gloria en Sinaí, ley di mi ley y les di una tierra donde fluye leche y miel, tus intereses por ella no son nada en comparación con los míos. Si tú sientes tristeza ¿Qué crees que siento yo?”. No son palabras de represión las que Dios dirige a Jonás, sino de absoluta comprensión, Dios se identifica con el corazón de su siervo: ¿Cómo podré entregarte, Israel?.... Mi corazón se conmueve dentro de mí, se enciende toda mi compasión” (Os. 11:8). Jonás llora a dos niveles, por Israel y la planta; y sufre a dos niveles, espiritualmente y físicamente. Jonás no puede reconciliar en su corazón las promesas dadas a los patriarcas (Gén.13:25) y profetas (2 Sam.7:13) con el juicio de Dios, ni puede concebir que él bendiga a otras naciones además de Israel. Irónicamente, ese pueblo al cual Jonás mira con desdén terminara mezclándose con los Israelitas del norte formando a los samaritanos los cuales también se sentarán en la mesa de salvación.

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El Señor describe a los Ninivitas como personas que no saben distinguir entre su derecha e izquierda (Dt.5:32), los caracteriza como niños sin orientación, sin los privilegios espirituales de Israel, mientras que los judíos tenían la ventaja de conocer la ley. Dios se ha acercado a ellos como huérfanos necesitados de la gracia. Esa ignorancia debía hacer despertar la compasión del profeta, los Ninivitas eran personas alejadas de los pactos, dignas de compasión. La angustia de Jonás viene por su preocupación por las doce tribus de Israel, pero delante de él hay 120.000 personas, es decir, otras doce tribus que también tienen el afecto y la compasión de Dios en su favor. Él siente compasión por la botánica, Dios le instruye en antropología y le explica que esa planta no es más valiosa que 120.000 almas, Jonás no reacciona, así que Dios le pide que observe la zoología (muchos animales) de la ciudad para que su corazón sea conmovido. Dios ha escuchado el clamor de los hombres, pero también de los animales.

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Al igual que la parábola del Hijo pródigo, el libro del profeta Jonás tiene un final abierto, es un recurso literario que el autor está ocupando para señalarnos. ¿Quién escribió el libro de Jonás? Jonás o alguien que registró la historia de su propia boca. Él quería que su experiencia fuera conocida, es decir, estuvo dispuesto a que viéramos su inconstancia con tal de dar a conocer al Dios de gracia, este libro atestigua que Jonás el profeta término abrazando la verdad de un Dios soberano y misericordioso. Y ahora Jonás nos pregunta ¿Qué harás tú? Dios hizo reflexionar a Jonás y ahora el profeta nos pregunta ¿Hay compasión en tu corazón? O ¿Estas esperando como Jonás la destrucción de los malos?

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Todos tenemos una cloaca llama “Tarsis” donde huimos de la presencia de Dios, pero también todos tenemos una “Nínive” un lugar o una persona que nos produce profundos conflictos en nuestro corazón, sabemos que necesita(n) de la gracia, pero al mismo tiempo nos produce(n) un profundo rechazo. Anhelamos nuevos cielos y nueva tierra, la destrucción de los malos, pero debemos esperar la venida del Señor creyendo lo correcto, pero también haciéndolo con el corazón correcto, sino seremos semejantes a los fariseos. Como en la parábola del Hijo prodigo, nunca podremos disfrutar de la fiesta del Padre si primeramente no sentimos compasión por aquellos hermanos menores necesitados de la gracia y el perdón de Dios. El final es abierto porque Jonás no tiene la respuesta ni tampoco nosotros, es Dios el que tiene la solución para las tormentas de nuestros corazones.

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Décadas más tarde, Nínive arrasaría con el reino del Norte, pero Dios no permitiría que el reino del sur, Judá, fuera conquistado por los asirios. En su misericordia él preservo un remanente y con ello la vigencia de los pactos. Hizo brotar un retoño del tronco de Isaí, un vástago cuyas raíces darían fruto y en el cual reposaría el Espíritu Santo (Is.11:1-2). Mira lo dice Is.53:2-3: “Creció delante de Él como renuevo tierno, como raíz de tierra seca; no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia para que le deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción. Jonás no pudo ver al Mesías, pero si sabía que un descendiente de Abraham sería su redentor. Un nuevo y perfecto Israel surge y restaura las bendiciones dadas a Abraham y David, él traería al mundo entero la reconfortante sombra del Omnipotente (Sal.91:1). ¿Cómo es que el Mesías realizaría esta obra? Cristo, la vid verdadera sería herido en la Cruz por nuestros pecados, y al igual que el gusano que devoro la calabacera, una serpiente antigua trataría de devorarlo, pero solo pudo herirlo en el talón. Jesús con su sacrificio venció a la serpiente, a Satanás, con un golpe mortal en su cabeza (Gn.3:15). La muerte también quiso devorarlo, pero como Jonás no fue alimento para el pez, tampoco Cristo fue alimento para el sepulcro, la muerte no le pudo retener y resucito al tercer día para darnos vida eterna. El gusano grotesco del pecado no triunfa, Cristo lo venció en la Cruz.

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Jesús, EL PROFETA, es la respuesta al libro de Jonás porque él encarna perfectamente la misericordia del Dios de Jonás (Ex.34). La compasión fue una de las características principales de su ministerio, fue la falta de misericordia uno de los aspectos que más reprendió de los fariseos: MISERICORDIA QUIERO Y NO SACRIFICIO (Mt.9:12-13). Él les dijo: habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad” (Mt.23:23). Cristo vuelve a poner en la mesa de los pecadores el banquete de la gracia y la misericordia; y una de las declaraciones que más caracteriza su vida emocional es: “fue movido a misericordia”. En él yace la esencia de la buena noticia, porque cuando el evangelio busca ganar el corazón atormentado de un pecador su argumento brota del corazón de Dios, de la sangre, de las heridas y de la muerte de Su Hijo el Salvador compasivo. Los grandes truenos de Sinaí podrían alejarnos de la gracia, pero los gemidos del Calvario nos acercan al Padre. ¿Sabes quién puede apaciguar las tormentas de tu corazón? Jesús el compasivo, él es un mejor Jonás:

Jonás

Jesús

Se enojó por la misericordia de Dios

Se enojó por la dureza de los judíos y su falta de misericordia (Mr.3:5)

Oró para que Dios le quitara la vida y así no contemplar su misericordia

Oró afligido hasta la muerte por el peso de la copa de la ira de Dios que bebería por misericordia en nuestro favor (Mt.26:38)

Salió de la ciudad con la esperanza de presenciar su destrucción

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Salió de la ciudad a morir en una cruz para que su pueblo no sea destruido (Heb.13:12)

Se alegró por una calabacera que él no planto

Se alegró por la gran cosecha de redimidos por su muerte (Heb.12:2)

La misericordia en la que hoy vives y el precio que Cristo pagó te hagan humilde, paciente, generoso y misericordioso. Dios nunca te ha tratado peor de lo que tú mereces y en Cristo has sido y serás tratado infinitamente mejor. Vive en consonancia a esa misericordiosa realidad, a pesar de la brutal oposición de Babilonia, aún hay Ninivitas por rescatar. En tus días oscuros, en las tormentas que aún se originaran en tu corazón recuerda Ap.5:5: No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David ha vencido”. Para Jesús el rey de Gloria nuestros enemigos son como un simple gusano insignificante, él volverá y los aplastara, creará nuevos cielos y tierra nueva para que cantemos para siempre la canción eterna: “La salvación es del Señor”.