¿Jesús o Barrabás?
Domingo 10 de febrero de 2019
Texto base: Juan 18:38b – 19:16.
Nos encontramos en la última parte del ministerio terrenal de nuestro Señor Jesucristo. Ha sido arrestado, fue abandonado por sus discípulos, y sometido a juicio por los líderes y sacerdotes de los judíos. En este pasaje, se encuentra en manos de los gentiles, siendo juzgado ante el tribunal de Pilato.
La maldad de judíos y gentiles está llegando al colmo. Veremos el desenlace del juicio más injusto y absurdo de la historia, donde los judíos rechazarán a su Mesías y pedirán su muerte, prefiriendo a un delincuente en su lugar, con lo que se destinarán a la destrucción. Pilato intentará lavar sus manos con agua, pero en realidad las teñirá para siempre con la sangre del Cordero de Dios. Jesús va decidido y valiente a la cruz, mientras el Padre encaminará todo este río de perversión para bien, a fin de lograr eterna salvación para su pueblo.
I. 1er intento de soltar a Jesús: La impía decisión de los judíos (18:38-40)
Luego de haber interrogado a Jesús, bajo el constante asedio de los judíos, Pilato como juez del caso concluye lo que es evidente: no hay delito en Jesús. Esta es la primera de varias declaraciones que realiza Pilato, señalando la inocencia de Jesús. Cada una de esas afirmaciones, era indirectamente una exhortación a los judíos que estaban acusando a Jesús: debían ver que estaban completamente equivocados y que debían dejar sus acusaciones infundadas. Lamentablemente, no fue así, sino todo lo contrario: ellos profundizaron cada vez más su furia homicida contra Jesús.
Si Pilato hubiese sido un juez justo y honesto, que buscaba aplicar la justicia en este caso, debería haber liberado a Jesús sin más trámite. Sin embargo, era también un político egoísta, y cometió el grave error de negociar con los judíos, por temor de los hombres.
Lo más probable es que haya sido en este punto cuando se aprovecha de un resquicio para mandar a Jesús ante Herodes (Lc. 23:6-12). Como Jesús desarrolló gran parte de su ministerio en Galilea, y era en esa región donde Herodes ejercía gobierno, Pilato lo envió a una audiencia con él, aprovechando que se encontraba en Jerusalén. Esto lo hizo en un intento desesperado por librarse de este caso tan desagradable y complicado.
Herodes tenía curiosidad por conocer a Jesús y ver sus milagros, pero al ver que Jesús no le respondió nada, lo menospreció y se burló de Él junto con sus soldados. Un rey terrenal impío como Herodes, despreció al Hijo de David, al Rey de gloria, burlándose de Él con insolencia. Aún así, es curioso que el perverso Herodes tampoco encontró en Jesús un crimen digno de muerte (Lc. 23:15).
Es llamativo también que Herodes y Pilato se llevaban mal, pero el juicio contra Jesús los hizo amigos. Vemos que lo que más puede unir a los incrédulos es el odio contra Cristo y contra sus fieles. Al ver que no lograría sacar nada de Jesús, Herodes lo envió de regreso a Pilato, quien quería soltar a Jesús pero también quería congraciarse con los judíos. Por ello, consultó al pueblo según una costumbre que permitía soltar a un preso durante la Pascua, y pensó que los judíos escogerían a Jesús, considerando que la otra alternativa era un bandido llamado Barrabás.
¿Quién era este Barrabás? Su nombre significa en hebreo: “hijo del padre”. La traducción de la RV60 nos dice que era un ladrón, pero el término griego usado aquí (lestés) es mucho más profundo: “Según algunos autores del primer siglo, sin embargo, la palabra se refiere no simplemente a un bandolero, sino a un terrorista (desde el punto de vista romano), un integrante de guerrilla (desde la perspectiva del nacionalista)” (Donald Carson). Es más exacto decir que Barrabás era un insurgente, algo así como un guerrillero, un revolucionario, considerando que Israel era un pueblo bajo dominio romano. Esta tesis se confirma cuando leemos en Marcos que Barrabás estaba “…preso con sus compañeros de motín que habían cometido homicidio en una revuelta” (15:7), mientras Lucas nos dice que “había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por un homicidio” (23:19). Eso explica que Mateo diga que Barrabás era un “preso famoso” (27:16)
Mientras estaba haciendo la consulta al pueblo, Pilato recibió un mensaje de parte de su mujer, que decía: “No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él” (Mt. 27:19). Esto debió estremecer al supersticioso Pilato.
A estas alturas, vemos en los relatos paralelos que se había reunido una “multitud” a las afueras del pretorio. Ante la consulta, los judíos clamaron a gritos por la liberación de Barrabás, despreciando abiertamente a Jesús. Esta decisión fue fruto de la manipulación de los líderes: “… los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto” (Mt. 27:20).
¡Qué triste ironía! Mientras Jesús estaba arrestado para dar vida, Barrabás estaba en la cárcel por homicidio. Mientras Jesús, el Justo, nunca hizo ningún mal, Barrabás merecía plenamente estar allí, al haber transgredido la ley de Dios y de los hombres. Mientras Jesús era el enviado del Padre para dar salvación al mundo, Barrabás buscaba por sus propios medios salvarse a sí mismo y a los suyos. Los judíos demostraron su maldad y su hipocresía al despreciar a su Mesías y gritar por la liberación de este homicida.
II. 2do intento de soltar a Jesús: La brutal estrategia de Pilato (19:1-7)
Pilato no quería condenar a Jesús, pero los judíos no aflojaban en su furia homicida. Por ello, Pilato en vez de liberar a Jesús, a quien ya había declarado inocente, manda a que sea azotado para dejar tranquilos a los judíos. Esto es una injusticia atroz cometida por Pilato, únicamente por temor de los hombres.
(vv. 1-3) Jesús cayó entonces en manos de los soldados romanos, de los más despiadados que haya conocido la historia de la humanidad. Nuestro Señor fue cruelmente torturado aquí. Los romanos no tenían la limitación de los 40 azotes dada en la ley de Moisés. Ellos azotaban al preso hasta que los torturadores quedaban extenuados de tanto azotar. Uniendo los relatos, apreciamos que fue sometido a dos sesiones de azotes, una en este punto y otra luego de la sentencia.
“Los azotes romanos se daban con un mango de madera corto al cual se le habían sujetado varias correas en cuyos extremos colgaban trozos de plomo o bronce y trocitos afilados de hueso. Los azotes se administraban sobre todo (aunque no en forma exclusiva) en la espalda de la víctima, desnuda y doblegada. A veces los destrozos del cuerpo eran tales que quedaban al descubierto venas y arterias profundas—a veces incluso entrañas y órganos internos—. Tal flagelación, de la que estaban exentos los ciudadanos romanos, a menudo producía la muerte. O precedía a la ejecución, y se ordenaba para indicar que la persona a la que se administraba estaba a punto de ser crucificado” (Hendriksen)
Nuestro Señor Jesús fue azotado a tal punto, que apenas podía caminar, y le fue imposible cargar su propia cruz. Los soldados no sólo lo azotaron (que era la instrucción), también se burlaron de Él, y en vez de rendirse ante Él como Rey, hicieron una parodia de coronación donde lo golpearon y lo humillaron, cometiendo la más sádica de las insolencias. Allí lo desnudaron y lo vistieron con un manto que simulaba la púrpura, que era el color de la realeza y de los ricos. Ese manto debió aumentar el dolor de sus heridas, al pegarse a su cuerpo con el sudor y la sangre.
También aumentaron su padecimiento y su humillación con una corona de espinas, las que podían tener fácilmente 15 o 20 cm. La cabeza es un lugar del cuerpo con gran cantidad de vasos sanguíneos y terminaciones nerviosas, así que esa corona y los golpes en la cabeza debieron hacer que sangrara visiblemente y sufriera gran dolor. “Ciertamente, nunca hubo tal exhibición de la profundidad de la perversión humana, desde el día en que Adán cayó” (J.C. Ryle).
Es increíble ver que las espinas son mencionadas en Gn. 3:18 como señal de la maldición de Dios sobre la tierra como consecuencia del pecado. Aquí, nuestro Rey de gloria las lleva sobre su cabeza, en su misión de quitar esa maldición del pecado que pesa sobre el hombre y sobre la creación. Sin duda esta tremenda insolencia fue una nueva tentación que debió enfrentar Jesús en su camino a la cruz. Soportó este increíble oprobio en obediencia al Padre, para darnos salvación y vida.
Una vez terminado este despliegue de brutalidad sanguinaria, Pilato sale nuevamente ante la multitud de los judíos, esta vez con Jesús (vv. 4-5). “¡He aquí el hombre!” (gr. idou ho anthropos, lat. Ecce homo). He aquí el ser humano. Jesús aparecería allí como la triste parodia de un rey: coronado de espinas, con el rostro y el cuerpo cubiertos de sangre, lleno de heridas profundas y con los efectos visibles de haber sido torturado por soldados brutales y despiadados.
Pilato lo sacó para que vieran que él, como juez, no había encontrado ningún delito en Él, en otras palabras, “vean como lo traté, vean como quedó, y eso que yo creo que es inocente, ¿Están contentos ahora? ¿No fue suficiente con esto? Déjenlo ir”. La brutal estrategia de Pilato era que los judíos se contentaran con esto, y ahora le tuvieran algo de compasión al hombre torturado y humillado que tenían al frente.
Sin embargo, los judíos estaban cegados por una furia homicida (v. 6). Al verle, no fueron movidos a compasión, sino que gritaron con insistencia y con fuerza pidiendo que fuera crucificado. Fueron como un cardumen de pirañas que olieron sangre, y no se detendrían hasta despedazar a su víctima. Cumplieron así con las Palabras de Cristo, cuando les dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él” (Jn. 8:44).
“Hay algo así como una ceguera judicial, y es el último y más doloroso juicio que Dios puede enviar sobre los hombres. Aquel que, como Faraón y Acab, es exhortado a menudo pero rehúsa recibir la exhortación, al final tendrá un corazón más duro que una piedra de molino, y una consciencia insensible y sellada como con hierro caliente… No hay peor juicio de parte de Dios que ser abandonados a nosotros mismos y entregados a nuestros propios corazones perversos y al diablo. No hay vía más segura para traer juicio sobre nosotros, que persistir en el rechazo a las advertencias y pecando contra la luz” (J.C. Ryle).
Pilato, aun siendo un hombre cruel y sanguinario, estaba impresionado con este espectáculo. Sabía que crucificar a alguien no era cualquier cosa, era un recurso extremo. No quería esa sangre inocente sobre sus manos, por lo que declaró por tercera vez más ante los judíos que él como juez no encontraba ningún delito en Jesús. Ante los gritos pidiendo la crucifixión de Cristo, Pilato se harta y les dice que si quieren cometer tal atrocidad, que lo hagan ellos porque él no se prestará para eso. Además, “sabía que por envidia le habían entregado” (Mt. 27:18). Desprecia a los judíos, pero les teme, de otra forma ya hubiese liberado a Jesús desde un comienzo.
Los judíos ahora probaron con su acusación original: invocan su ley, para que Jesús muera por blasfemo (v. 7). El gobernador romano debía también asegurarse de que la ley local fuera respetada por la gente, así que le entregan esta nueva acusación para que la resuelva. Es curioso que ahora se preocupaban de esta ley, siendo que la habían desobedecido con descaro al juzgar a Jesús, llegando a usar testigos falsos. Querían condenar a Jesús por decir la verdad. Querían usar la ley para condenar a quien les dio la ley, a su Legislador; y querían condenarlo no por haberla desobedecido, sino porque la estaba cumpliendo. ¡Todo esto es un completo absurdo! Jesús, el Hijo de Dios, estaba siendo perseguido por entregar el Evangelio de Salvación.
III. 3er intento de soltar a Jesús: El tormento de Pilato (19:8-12)
Con esta declaración de que Jesús decía ser Hijo de Dios, Pilato tuvo más miedo (gr. efobéthe). Esto implica que ya estaba asustado. Esto, sumado al sueño que tuvo su esposa, generó un tormento en su interior. Entró desesperado para saber quién sería realmente este Jesús. Para los judíos, el título “hijo de Dios” se relaciona con el Mesías, pero para un romano como Pilato, esto sonaría más como “ser hijo de los dioses”, un ser divino o semi divino. Esto significa que podría estar ofendiendo a alguno de los dioses tratando de esa forma a Jesús, y esto podría traerle alguna maldición. Por eso le pregunta “¿De dónde eres tú?”, ya que podía venir de algún trueno, o haber caído como una estrella, o haber nacido del mar, etc.
Esto nos muestra que los incrédulos pueden tener algún temor que se relacione de alguna manera con Cristo o con su Palabra. Es común que se asusten con algún pasaje, o que de repente se aterroricen al conocer alguna advertencia sobre lo que está por venir, pero luego su temor se apaga y vuelven a su oscuridad de siempre.
Por lo mismo, Jesús no respondió a su curiosidad. Él no iba a incentivar las supersticiones de Pilato, y bien sabía que lo que quería este romano era resolver el tema políticamente antes que hacer justicia. Esto exasperó a Pilato, y su temor dio paso a la soberbia. Todavía creía que Jesús estaba en sus manos como cualquier otro acusado, y demuestra que creía estar más allá de la justicia, ya que declaraba tener autoridad para crucificarlo o para soltarlo (siendo que había declarado que Jesús era inocente). “Amenaza a Cristo, como si no hubiera juez en el Cielo” (Juan Calvino). Está cegado por el orgullo, Dios humilla a quienes se exaltan de esta manera.
Por ello, Jesús lo pone en su lugar y le hace ver que sólo tiene autoridad sobre Él porque le es permitido desde lo alto. Su autoridad le fue delegada por Dios. Esto debía hacer reaccionar a Pilato: Él no podía hacer lo que se le antoje, sino que Dios le había dado esa autoridad para que juzgue rectamente. Eso significaba que debía liberar a Jesús, debía honrarlo como el Rey de todas las cosas. Jesús le hace ver que tanto quien lo entregó como el mismo Pilato, están en pecado por someterlo a juicio y maltratarlo.
(v. 12) Pilato se intimidó ante la figura de Jesús y su tormento interior se incrementó. Quiere soltarlo, pero es intimidado por los judíos, quienes ahora juegan su última carta: amenazan a Pilato con que si suelta a Jesús, lo acusarán ante César de ser enemigo de su autoridad. Bien sabía Pilato que el emperador Tiberio era paranoico y tomaba medidas rápidas y radicales contra quienes le fueran sospechosos. Esta extorsión descarada fue el golpe definitivo a Pilato: por su mente debió pasar su vida, su posición, su honor, su poder, su familia, su seguridad, etc. No podía arriesgar su cabeza por este asunto, así que debía resolver esta cuestión rápidamente.
Los judíos, por su parte, demostraban su gran hipocresía: de un momento a otro eran los súbditos más fieles de César, se preocupaban por los intereses de su invasor, el Imperio Romano, y rechazaron a su Mesías Salvador por preferir a su brutal opresor. ¡Qué triste absurdo!
IV. La sentencia más injusta de la historia (19:13-16)
Es así como Pilato se dispone ya a dictar sentencia (vv. 13-14). La intimidación de los judíos surtió efecto, Pilato ahora vería cómo darle ropaje jurídico a la mayor de las injusticias. Aunque perdió la pulsada, Pilato provoca nuevamente a los judíos con ironía, diciéndoles “¡He aquí vuestro rey!”. Por más que lo dijera con sarcasmo, esto debía ser una advertencia para los judíos, hecha por boca de un pagano. Debían detenerse allí mismo, ¡Estaban pidiendo la muerte de su Mesías!
Sin embargo, ellos siguieron gritando neciamente diciendo “¡Fuera, fuera, crucifícale!” (v. 15). Ante esto Pilato nuevamente les advierte: “¿A vuestro Rey he de crucificar?”. Esto debía ser una última advertencia a los judíos, debía hacerlos recapacitar. Sin embargo, respondieron con una de las declaraciones más terribles que se han pronunciado, y esto por boca de los principales sacerdotes, los pastores del pueblo, quienes dijeron: “No tenemos más rey que César” (v. 15). Con esto llegaron al colmo de su pecado y sellaron su condenación, se adentraron en las más densas tinieblas del pecado.
“Las Escrituras hebreas repetidas veces insisten en que el único que de verdad es Rey de Israel es Dios mismo… Al insistir con vehemencia que ellos no tienen más rey que César, no sólo están rechazando las declaraciones mesiánicas de Jesús, sino que están abandonando la esperanza de Israel en el Mesías… rechazando la posibilidad de que cualquiera declare serlo (‘No tenemos más rey que César’), y finalmente, están renegando del reinado del Señor mismo” (Donald Carson).
Pero esto no es todo: “Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mt. 27:24-25). Con esto, los líderes religiosos judíos y el pueblo aceptaron plena responsabilidad por el más horrendo de los crímenes: la insurrección y el magnicidio del Mesías. Clamaron por la muerte de su Rey y Salvador, pidiendo que su sangre recaiga sobre sus cabezas y las de sus descendientes. Esta es la más profunda de las oscuridades, es la rebelión en etapa terminal.
Por otra parte, Pilato intenta zafar de esta injusticia lavándose las manos, pero lo cierto es que consintió y participó de este crimen, dictando sentencia no según lo que la justicia demanda, sino conforme al clamor de las masas, por temor de los hombres. Fue un cobarde que también selló su impiedad rechazando al Rey del universo por salvar su pellejo y agradar al populacho.
Irónicamente, aunque se lavó las manos para desligarse de este asunto, quedó para siempre ligado a la muerte de Cristo, de tal forma que hasta en el credo pronunciado por millones de cristianos en la historia, dice: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato”. Su temor de los hombres lo destinó a ser el peor de todos los jueces que hayan ejercido alguna vez, al dictar la más injusta de las sentencias y por participar del crimen más impío de todos.
Exhortación final
Con esto, hemos sido expuestos a uno de los pasajes más terribles y más gloriosos de la Escritura. Es terrible, porque nos muestra la profundidad de la perversión humana, el fracaso más grande de la justicia de los hombres. Vemos aquí a judíos y gentiles, es decir, a la humanidad, unida en su odio al Salvador, al Dios que se hizo hombre para redimirnos de nuestro pecado.
Esto nos muestra que “nunca se puede ser neutral frente a Jesús. Siempre se toman posiciones en favor o en contra. La “neutralidad” de Pilato fracasó por completo. Sucumbió finalmente ante la intimidación, y entregó a Jesús para que lo crucificaran” (Hendriksen). Ten mucho cuidado, porque aquellos que piensan que son “moderados” ante la persona de Jesús, que aún no deciden qué hacer ante Él, finalmente terminarán uniéndose a quienes lo odian con furor, porque no se puede tomar un lugar neutro: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mt. 12:30). Sufrirán la misma ruina, entonces, los opositores abiertos como los observadores moderados.
También se unen a esta triste lista los cobardes. Si hubo entre esa multitud alguien que apoyaba a Cristo, nadie lo supo. Los que prefirieron callar o mirar de lejos, sin levantarse por Cristo, fueron contados con la misma multitud que gritaba: “¡Crucifícale!”. Allí sólo se escuchó una voz. Si te da temor hablar de Cristo, si tiemblas al pensar en las consecuencias de hablar del Evangelio a tus amigos y conocidos, o a la gente desconocida, ora al Señor y pide que te arme de valor, pero no calles a Cristo, no lo niegues ni te avergüences de Él, porque quienes perseveran en esto no verán su Reino.
Es terrible también porque nos muestra la dureza del corazón humano: el Padre dio testimonio de su Hijo Jesús a los judíos por boca de Pilato, un pagano. Tres veces les dijo Pilato que Jesús era inocente, y tres veces declaró que era su Rey, al que debían reconocer. Pero ellos no recapacitaron.
Rechazaron al Justo, al Dios que hizo el pacto con su padre Abraham, a quien sacó a sus padres de Egipto con poder, a quien sostuvo a sus antepasados en el desierto y les dio victoria en la tierra prometida, a quien una y otra vez les mostró compasión y los favoreció. Pero tal como maltrataron a sus profetas llegando a matar a algunos de ellos, cuando ese Dios se hizo hombre y estuvo ante ellos, lo despreciaron y lo rechazaron: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron… Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 1:11; 3:19).
¿A quién prefirieron? A Barrabás, el revolucionario. Mientras el Evangelio significa que Dios se hizo hombre para redimirnos porque no podemos salvarnos a nosotros mismos, Barrabás representa todo lo contrario: el esfuerzo del hombre por conseguir su salvación, por liberarse de las cadenas y alcanzar un mundo mejor.
Hoy, tal como ayer, el mundo sigue escogiendo a Barrabás. Todo lo que se presente como una forma de salvarse alternativa a Cristo, puede considerarse un Barrabás, aunque no sea una doctrina que se declare religiosa. Por ej., el humanismo es un Barrabás atractivo: nos dice que el hombre es bueno, que a través de la educación podemos mejorar y librarnos de nuestros vicios, llegando así a un mundo de paz y armonía. Ahí tenemos a la ONU y a la doctrina de los derechos humanos, que nos prometen paz, justicia y unidad, pero sin Cristo. ¡Fuera con ese Barrabás, no es más que humo!
Del árbol del humanismo, surge la rama del socialismo, que nos dice que a través de la educación podemos liberarnos de nuestro egoísmo y forjar un hombre nuevo, una nueva sociedad donde todos compartimos todo, donde no hay pobres y ricos sino que todos somos iguales, una sociedad donde tenemos justicia social, paz y armonía, todo esto sin Cristo. El estribillo del himno de la internacional socialista, que es cantado con puño en alto, dice: “Agrupémonos todos en la lucha final. El género humano es la internacional. Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor”. ¡Fuera con este Barrabás, es una mentira!
Pero también hay barrabases disfrazados de cristianismo: el legalismo nos hace creer que por nuestros esfuerzos podemos ganarnos el favor de Dios. Por los ritos que hacemos que Dios no mandó, y por aquellas cosas de las que nos privamos que Dios no prohibió, somos mejores que otros y podemos ser aceptados por Dios. Así también el enfoque de la prosperidad, con sus pactos con Dios, y las sectas con sus ritos y sus ordenanzas impuestas por sus falsos profetas para ser salvos.
¡Cuídate de los barrabases! Los judíos en este pasaje escogieron a uno, pero hoy tenemos muchos, y de muchas formas y colores. Rechaza cualquier forma humana de ser salvo, cualquier medio terrenal que te prometa salvación. ¿Sabes por qué los líderes religiosos odiaban tanto a Cristo? Porque aceptar a Cristo implica reconocer que no puedes, que eres impotente, incapaz de todo bien, que estás lleno de pecado, que eres un fracaso, que estás perdido, que necesitas ser salvado y nada puedes hacer sino extender la mano desnuda de la fe, para recibir como un mendigo las incontables riquezas que Dios nos ofrece en Cristo, y solo en Cristo. Por eso prefirieron a Barrabás, quien a pesar de ser un bandido, estaba en el mismo lado que ellos, se podían relacionar más con él que con Jesús, y así pasa con los inconversos: pueden sentir más simpatía por un delincuente que por el Justo.
Pero este pasaje no sólo es terrible, sino que también es glorioso: nos muestra a nuestro Rey, quien se sostuvo con entereza, en pleno dominio de sí mismo y de la situación, pese a estar en el lugar de los acusados y a ser maltratado con insolencia. Este Rey, antes de tomar la corona de gloria, tomó la corona de espinas. Antes de sentarse en su Trono Celestial, escogió ser colgado de una cruz para darnos salvación.
Es increíble pensar que el Señor declaró, al momento de instituir la Pascua, que el cordero ofrecido debía ser “sin defecto” (Éx. 12:5). Pilato, al examinar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, quien es llamado “nuestra pascua” (1 Co. 5:7), concluyó que era sin defecto alguno, cuando estaba a instantes de ser ofrecido como sacrificio por el pecado de los hombres.
Ciertamente nuestro buen Jesús fue “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:4-5).
En este triste episodio vemos una imagen del Evangelio. Podemos vernos reflejados en Barrabás: merecíamos morir por haber quebrantado la ley de Dios, pero Jesús, el Justo, tomó nuestro lugar y murió la muerte que nos correspondía a nosotros, cumpliendo así lo que dice la Escritura: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 P. 3:18).
Mira a Jesús, míralo allí, coronado de espinas y torturado. Esa es la más grande evidencia de que te ama, soportó ese calvario para tu salvación. Hoy ya no está así, sino que resucitó, la tumba quedó vacía y el subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Él fue fiel para ir a la cruz y así darte salvación. También será fiel para sostenerte hasta el final, y para venir por segunda vez a buscarte, para llevarte a la gloria ¿Cómo no vivir para Él? ¡He aquí el hombre! ¿Qué harás ante Él? Es necesario que escojas a Cristo, que te rindas ante el Rey de gloria, quien vino como Cordero al sacrificio para darnos vida y salvación, pero volverá como el León de la tribu de Judá, para derrotar a sus enemigos y establecer su Reino.