Domingo 30 de mayo de 2021
Texto base: Apocalipsis 2:1-7 BLA.
Imagina por un momento que puedes visitar la iglesia de Éfeso en el tiempo en que ellos recibieron esta carta. Se encontraría con un púlpito fuerte, de Palabra sana y con maestros famosos. Allí había enseñado el Apóstol Pablo por más de tres años (Hch. 20:17-38), Timoteo había sido pastor (1 Tim.1:3), Apolos se había formado bajo el discipulado de Aquila y Priscila (Hch. 18:18-22) y el Apóstol Juan era el pastor en ejercicio. La Iglesia de Éfeso tenía una de las enseñanzas más sanas en esa época de la Iglesia Primitiva: no sólo predicaban la verdad, sino que rechazaban y denunciaban con firmeza el error.
Además, era una congregación que trabajaba arduamente y perseveraba en medio de persecución y oposición, sin desmayar. Ud. probablemente quedaría deslumbrado e inmediatamente querría anotarse para pedir membresía. Sin embargo, llega una carta del mismo Cristo y les dice que todo esto es muy bueno, pero no es suficiente, y si no se arrepienten desaparecerían como congregación. ¿Qué es aquello tan esencial que les estaba faltando, y que era de vida o muerte?
En este mensaje, veremos el contexto de los creyentes en Éfeso y el saludo que les extiende Jesucristo. Analizaremos el diagnóstico espiritual que el Señor hace de esta iglesia, así como la exhortación y la promesa que ellos deben atender.
Antes de enfocarnos en la carta en particular, es fundamental entender que Juan sigue en la misma visión del Cristo glorificado que fue registrada en el cap. 1. Es en el marco de esa visión que Jesucristo le dicta las siete cartas para cada iglesia.
Estas epístolas revelan un paralelismo único, pues cada una tiene siete partes:
1. El saludo a cada una de las siete iglesias en Asia Menor.
2. Una excelencia de Cristo mencionada en la visión del cap. 1.
3. Una evaluación de la salud espiritual de cada congregación.
4. Palabras de alabanza y/o reproche.
5. Palabras de exhortación.
6. Promesas para el que salga victorioso.
7. Un mandato de escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Estas siete iglesias representan a la iglesia universal. Apocalipsis es una unidad de principio a fin, y las siete cartas forman parte integral de ella. Así, la promesa de Jesús a todos los creyentes es que el vencedor será bendecido (Ap. 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21).
Lo más probable es que el orden de las cartas tiene que ver con el camino que debía recorrer el mensajero cuando llegaba desde Patmos, donde la ciudad más cercana era Éfeso, y desde allí continuaba en un circuito por las restantes seis iglesias, siendo Laodicea la más lejana.
I. Contexto de la ciudad y saludo del Señor
A. Contexto de la ciudad
Cristo ordena al Apóstol Juan que escriba al “ángel de la Iglesia en Éfeso”. Aunque se discute quién es ese ángel, buenos comentaristas concluyen que se refiriere al pastor de la congregación, y parece lo más adecuado.
En cuanto a la ciudad, Éfeso era la metrópoli de Asia Menor (hoy Turquía). Era la más cercana a Patmos, donde Juan recibió este libro, y también era la iglesia más íntimamente asociada con el Apóstol, pues él pastoreó allí. Su riqueza provenía del comercio y la religión. Tenía una ubicación crucial en la ruta comercial entre Roma y Oriente, con una población de 250.000 habitantes, lo cual en el s. I era muchísimo.
Esto la hacía atractiva para falsos apóstoles itinerantes. De ahí la advertencia que el Apóstol Pablo hace a los pastores de Éfeso, que después de su partida “entrarían lobos rapaces que no perdonarían al rebaño” (Hch. 20:29).
La ciudad tenía centros de culto al emperador, pero la atracción religiosa por excelencia era el templo de Diana, una de las 7 maravillas del mundo antiguo. Ahí se celebraba el culto a la fertilidad y se practicaba la prostitución sagrada. Además, allí se daba refugio a los delincuentes cuando huían de las autoridades. Por lo mismo, el templo era un antro de inmoralidad, lo que se traducía también en una población impía y perversa.
En Hechos 19 observamos el fanatismo por Diana: Demetrio el platero generó un gran alboroto en contra de Pablo y de los cristianos de la ciudad, ya que vio amenazada su fuente ganancias, relacionada con la venta de templecillos de plata. El tumulto provocado por Demetrio gritó por más de dos horas “¡Grande es Diana de los Efesios!” (v. 28).
La relación entre el culto a Artemisa y la religión imperial de Roma era estrecha. Los romanos obligaban a la gente a adorar al emperador Domiciano y a pronunciar la frase “el César es señor”. Los cristianos, en lugar de esto confesaban: “Jesús es Señor”.
En un principio, los cristianos eran considerados como una secta judía. Pero sobre todo luego de la caída de Jerusalén en el 70 d.C., los cristianos fueron vistos como un grupo aparte. Los romanos no podían entender que esas personas se apartaran del mundo para vivir de forma totalmente distinta. Los consideraban ateos y antisociales. Pero los cristianos se negaron a rendirse a la religión estatal, porque no aceptaban que nadie fuera rival de Jesucristo.
Al parecer, los judíos que vivan en la ciudad eran muchos, ricos e influyentes, varios de ellos con ciudadanía romana. Habían construido una sinagoga bajo la protección legal de Roma para la observancia de su propia religión. En un principio, varios recibieron la predicación de Pablo (Hch. 18:19-21), pero luego opusieron resistencia.
Juan el Apóstol se quedó a vivir en Éfeso, pero durante los últimos años del emperador Domiciano (primera mitad de los 90), se incrementó la presión sobre la Iglesia debido al culto al emperador y Juan fue desterrado a Patmos.
Considera que estamos en una ciudad similar a Éfeso: hay mucha idolatría conviviendo en Santiago, hay decadencia moral, hay un progresivo nivel de hostilidad hacia los cristianos, pero también hay cristianos, como tú y como yo, reunidos en iglesias, como IBGS. La pregunta es ¿Qué haremos? Estamos llamados a ser fieles al Señor, como veremos.
B. Saludo de Cristo
En medio de esto, el Señor se presenta a los efesios como el que tiene las siete estrellas en su diestra y el que anda en medio de los siete candeleros de oro. Esto es parte de las excelencias de Cristo que se presentaron en la visión del cap. 1. ¿Qué representan estos símbolos? Allí mismo se aclara: “las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias” (1:20).
En esta carta agrega que Cristo se pasea entre las iglesias. Esta imagen viene del profeta Zacarías, donde se habla de un candelabro de siete lámparas. Los siete candeleros en conjunto simbolizan a toda la Iglesia de Cristo. La luz en ellas es la presencia y el poder de Dios por medio de Su Espíritu.
En consecuencia, “al igual que los sacerdotes del AT cuidaban las lámparas y candelabros, así Cristo se describe aquí como un sacerdote celestial que cuida a las iglesias (candelabros) corrigiéndolas y exhortándolas (caps. 2-3)” (BER).
Por otro lado, tiene las siete estrellas en su mano, que son los ángeles de las siete iglesias. Recordemos que, en griego, ‘ángel’ significa mensajero, y aquí se refiere a “pastores o ministros. El Señor los sostiene en su diestra; ejerce sobre ellos una autoridad absoluta; son sus embajadores. Los protege; están seguros cuando le obedecen y son fieles en su servicio”.[1]
Con estos poderosos símbolos, Jesucristo dice a los Efesios que Él está en medio de ellos, afirma a los ancianos y miembros de esta congregación que están seguros en el hueco de Su mano en una época de constante persecución, y que Él no se cansa ni se duerme al cuidar de los suyos, tal cual el sumo sacerdote se movía por el templo. Esto cumple la promesa del Señor: “Andaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Lv. 26:12); y nos dice que como iglesia somos el templo del Espíritu Santo.
No da lo mismo que se presente de esta manera: ellos necesitaban escuchar esto en medio de sus aflicciones y recordar aquello que nos hace ser Iglesia: que el Señor está en medio nuestro. ¡Qué verdad más confortable! Él prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo (Mt. 28:20) y mantiene brillando la luz de su Iglesia, ¡Y lo mismo pasa con IBGS! Somos Iglesia de Cristo porque él está en medio de nosotros, de otra forma simplemente seríamos un grupo humano más. Debemos recordar que Cristo camina entre nosotros y que los pastores estamos en su mano.
II. El diagnóstico infalible de Jesucristo
El andar de Cristo entre ellos también significa que los conoce y vigila su estado. Él está atento a su servicio y arduo trabajo y quiere consolar, animar y restaurar a los miembros de esta congregación. Por ello, hace un diagnóstico de su salud espiritual, como el gran sumo sacerdote que evalúa el estado de los candelabros de Su templo. En esto, inicia con un elogio, pero también tiene palabras de reproche para ellos.
Por ello, Jesucristo afirma con certeza: “Yo conozco…”. Él nos conoce hasta lo más profundo, mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Sus ojos que son como llama de fuego, pueden ver hasta lo más recóndito en nosotros, y pueden revelar con precisión el estado de la iglesia. Veamos lo que conocía de los efesios, y reflejémonos en el espejo de esa congregación.
A. Elogio
Una palabra que destaca sobre los efesios es perseverancia gr. ὑπομονή (hypomone), que también quiere decir, resistencia o paciencia. Es imposible que un creyente y una Iglesia crezcan sin paciencia. Esta perseverancia-resistencia-paciencia es la que caracteriza sus demás virtudes: sus obras, su fatiga, su defensa de la verdad y su sufrimiento sin desmayar.
i. Perseveraban en servicio: “Yo conozco tus obras”. Él conocía perfectamente su arduo trabajo en medio de esta sociedad perversa. Hoy nuestro Señor sigue observando a todos quienes le sirven y recibiendo con amor el servicio sincero de su pueblo. Cuando creas que nadie reconoce tu servicio por el Señor, no olvides que Él conoce tus obras porque “A Cristo el Señor servís” (Col. 3:24). Notemos además que no dice que solo algunos trabajaban, sino que habla de esta congregación como un cuerpo: ellos estaban unánimes sirviendo al Señor, y lo estaban haciendo arduamente, con fervor. Este esfuerzo llegaba hasta la fatiga (gr. κόπον), que en el original describe un trabajo duro.
Si nos tuviéramos que evaluar a nosotros mismos, muy probablemente seríamos pesimistas y críticos, pero es Jesucristo quien destaca las cosas buenas de cada una de las congregaciones. Es un hermoso consuelo saber que “… Dios no es injusto como para olvidarse de vuestra obra y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido, y sirviendo aún, a los santos” (He. 6:10 BLA). Somos siervos inútiles, pero el Señor en Su misericordia recibe con agrado nuestro trabajo en Su Nombre.
ii. Perseveraban en la verdad: eran excelentes bereanos. Ya habían pasado casi cuarenta años desde que había sido plantada por el Apóstol Pablo y aún tenían sólidas bases teológicas. Tenían discernimiento, pues “habían probado a quienes se (autodenominaban) Apóstoles” y los rechazaron por mentirosos. No se dejaban llevar fácilmente por charlatanes y eran defensores celosos de la verdad del Evangelio. Su fundamento era firme, y en esto habían acogido la advertencia que el Apóstol Pablo hizo a los pastores de Éfeso en su despedida (Hch. 20:28-31).
Aborrecían lo que Dios aborrecía, como las obras de los Nicolaítas. No sabemos con certeza su identidad, pero al parecer eran los mismos que en Pérgamo tenían la doctrina de Balaam. Para ellos era legítimo cometer actos inmorales y caer en idolatría, y al mismo tiempo seguir diciendo que eran cristianos. Pero Cristo no sólo vino a salvar sus almas, sino también sus cuerpos. Por ello, la Escritura manda presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable (Ro. 12:1). Dios aborrecía esta herejía, y los efesios hicieron bien en reprobarla y denunciarla: no se amoldaron a la cultura predominante ni a la inmoralidad que los rodeaba, sino que defendieron su Fe y salieron triunfantes.
Estos hermanos tenían paciencia, pero no con los falsos, a quienes no podían soportar. Debemos llevar nuestras cargas mutuamente; pero eso no es lo mismo que tolerar a impostores que intentan extraviar a la iglesia de la verdad. Esos deben ser rechazados por amor a Dios.
Todos los creyentes deben discernir, no sólo los pastores. Aun el mensaje de un ángel debe ser probado por la Palabra de Dios: mucho más las enseñanzas de los hombres, por santos que parezcan. Por eso el Apóstol Pablo encomendó a toda la iglesia en Galacia (no sólo a los pastores): “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gá. 1:8).
iii. Perseveraban en el sufrimiento: El Evangelio santo produce un choque con el mundo impío. Ellos sabían que las pruebas eran aflicciones leves y pasajeras, que contrastaban con la gloria eterna que les esperaba. Recordemos que la paciencia se prueba en el sufrimiento (Ro.5:4). El Señor nos dijo: “en el mundo tendréis aflicción, pero confiad yo he vencido al mundo” (Jn.16:33). Durante esta vida de seguro nos tocará sufrir por causa de Cristo, pero en la vida venidera nos tocará reinar (2 Ti. 2:12).
Una Iglesia fiel sufrirá y deberá tener paciencia en medio de la aflicción: la tribulación, las disputas internas, los pecados no confesados, las influencias de doctrinas heréticas, entre otras. Pero esto es para nuestra edificación y crecimiento. Una iglesia que sufre por Cristo es una iglesia bienaventurada.
Por tanto, persistamos en la doctrina de Dios y sus mandamientos, seamos pacientes, porque nos espera la corona incorruptible que nuestro Dios tiene para nosotros.
Esta congregación tenía muchas marcas de una Iglesia saludable y Cristo la elogió por eso, pero aun así faltaba algo esencial: su activismo y su buena doctrina no eran suficientes. Debían prestar atención a la reprensión que Jesús tenía en su contra.
B. Acusación
En el v. 4 el Señor Jesucristo entrega la única acusación que tenía contra los efesios: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor”. Seguramente esta congregación tenía muchas más falencias, pero dejar el primer amor era el pecado nuclear que resumía todos los demás pecados.
El primer amor no es un estado temporal que experimentamos sólo en nuestros primeros días como cristianos, sino que es la devoción constante que debemos a Dios. Esto es fruto de que el Espíritu habita en nosotros y nos ha transformado: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. Por tanto, este primer amor no se refiere tanto a un asunto de tiempo, sino de prioridad y excelencia, debiendo ser nuestra disposición permanente.
Así, podemos practicar la sana doctrina, servir arduamente, batallar por la fe, aborrecer lo que Dios aborrece e incluso sufrir por causa de la verdad, pero sin el primer amor. Podemos bautizar, tomar la Santa Cena, cantar, orar, tener comunión, sin hacer todo esto por amor a Dios. Para los Efesios, como dice José Grau: “la obra de Dios cobro más importancia que el Dios de la Obra”. Nada de lo que hagamos puede reemplazar lo esencial: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento” (Mt. 22:37-38).
El pecado de los Efesios era un problema de amor, y la verdad es que todos nuestros pecados siempre son un problema de amor: surgen porque no amamos a Dios sobre todas las cosas, sino que amamos a algo o a alguien en su lugar, y eso viene a ser nuestro ídolo. Como consecuencia de esta ausencia del primer amor, tampoco amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, de lo que concluimos que desobedecemos toda la ley si no amamos al Señor sobre todo, y con todo lo que somos.
Toma cualquier pecado con el que luchas y el problema será el mismo: falta de amor por Dios y Su Palabra. Tus problemas financieros, matrimoniales y personales son un fruto de este pecado madre. Cuando el Señor restauró a Pedro después de que éste lo negó, Él no lo confrontó por su cobardía, sino por su falta de amor. Tres veces le preguntó: “¿Me amas?”. Esa era la raíz de su pecado y lo que debía ser atendido.
El problema de los Efesios es que olvidaron por qué y para qué son iglesia. Antes de ‘hacer’ debemos ‘ser’. Al Señor no le importa sólo que hagas cosas por Él, sino que lo ames desde lo más profundo de tu ser, y como consecuencia de eso, que le obedezcas y le sirvas: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; 13 que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy” (Dt. 10:12-13).
Nuestro Señor fue claro en decir en que no existe ninguna relación que compita con Él: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37-38). Cuando nuestro primer amor, ese que tenemos verticalmente hacia el Señor, es la prioridad sobre todo, podemos verdaderamente amar de forma horizontal: a nuestro prójimo.
¿Puedes decir confiadamente que Cristo es tu primer amor? Dejar el primer amor por Cristo es una traición absoluta, pues significa que estamos avivando otros amores, que estamos siendo infieles como el Señor acusó a Su pueblo por medio de Oseas. Perder el primer amor nos quita la vida, el fuego interior que debe ser nuestra motivación y fuerza para todo lo que hagamos.
Creemos que cumpliendo con ciertas actividades importantes podemos llamarnos Iglesia de Cristo. Sin darnos cuenta, tristemente, nos movemos, pero no avanzamos. Lo que antes era un privilegio, se vuelve una carga. Lo que antes se hacía con gozo, ahora se hace arrastrando los pies. Caemos en el hacer por hacer: las alabanzas se elevan de labios para afuera, el servicio se transforma en una coreografía aprendida de memoria, pero sin consciencia ni pasión. Esto puede engañar al ojo humano, pero no puede esconderse de Dios, quien no encuentra ningún agrado en esto, porque no es hecho para Él realmente.
III. Exhortación y promesa
A. Exhortación
Quien haya perdido el primer amor debe obedecer la exhortación del Señor: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído”. La iglesia de Éfeso debía volver a las bases que le dieron crecimiento por cuarenta años, debían recordar las primeras enseñanzas del Apóstol Pablo: “Seguir la verdad en amor” (Ef. 4:15) “Andad en amor, como también Cristo los amó” (Ef. 5:2)
Amado hermano, debes atender la potente exhortación de Dios aquí. No es suficiente tener la doctrina correcta, aborrecer a los falsos, trabajar arduamente por el Señor y sufrir con paciencia. ¡NO ES SUFICIENTE! Puedes hacer todo esto y aun así ser condenado, porque puede faltarte el corazón de la vida cristiana, que es amar a Dios sobre todas las cosas. Es esto lo que debe motivarte a hacer lo demás. Al Señor no le importa tu activismo ni tu declaración doctrinal ultra pura, si tu corazón está muerto. Jesús acusó a los fariseos diciendo: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí” (Mt. 15:8).
¿Cuántos hoy se deleitan en escuchar buenos sermones, se agradan de la sana doctrina, incluso llegan a ser maestros y enseñan con mucha precisión, y luego se descubre que llevaban una doble vida, que siguieron amando sus pecados en secreto y terminaron cayendo en apostasía? Cuando el motor de un avión deja de funcionar, este puede planear por un rato pero terminará bajando a tierra. Así, cuando dejamos el primer amor, podemos seguir un tiempo actuando por inercia, pero terminaremos dejando el camino si no nos arrepentimos. ¿Cuántos se han ido al infierno desde un púlpito, o desde la banca de una iglesia de sana doctrina? IBGS, escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Éfeso debía recordar de dónde habían caído y contrastar ese principio con su situación presente. Debían volver al tiempo en que su corazón se inflamaba de amor por Cristo y su Iglesia.
Por eso, el Señor los quería levantar de allí, y lleno de misericordia les dice que hay esperanza para revertir su situación, pero primero debían recordar quién debía ser el Amado de sus almas, su precioso Señor y Salvador. En épocas de frialdad espiritual debes tener memoria de ese momento que cambió tu vida para siempre, esa hora de la salvación cuando por primera vez viste la hermosura del Señor, cuando te diste cuenta de la profundidad de tu pecado y lo seguro de tu condenación y le rogaste como el leproso: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mt. 8:2), y pudiste ver Su mano extendida hacia ti en Cristo, que dijo: “Quiero; sé limpio” (v. 3).
En momentos así, debes reaccionar con urgencia y volverte a Dios; pues el arrepentimiento implica un retorno, es volver a casa; y en este caso, es volver al primer amor. No sólo implica quebrantarte por el pecado, sino apartarte de él, porque volver al primer amor, envuelve abandonar todos los demás amores idólatras. Por eso el texto nos dice que este arrepentimiento va acompañado de frutos: volver a las primeras obras.
¿Qué implicaba esto? Volver a maravillarse con el Evangelio: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. 7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. 8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:6-8).
Ese amor eterno que Dios nos mostró en Cristo es el motor de nuestra vida: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:14-15). Esta es la vida de nuestra alma y de la iglesia. Sin esto no hay nada, por más pura que sea nuestra declaración doctrinal y por más arduo que sea nuestro trabajo. Este es el primer amor, que debe permanecer siempre en nosotros.
Esto se cultiva mediante las disciplinas básicas del cristianismo: la oración, la devoción diaria, la lectura de la Palabra, la participación en los sacramentos y la vida en comunidad. Esa es la manera en que Dios quiere que le busquemos y que nuestro amor por Él sea avivado. Cuando usamos estos medios, demostramos fe en Su Palabra y obediencia a Su voluntad. Si queremos experimentar un avivamiento pero somos perezosos en usar de estos medios de gracia, estamos engañados y tentamos a Dios.
¿Qué le sucede a una congregación que no permanece en su primer amor? Desaparece, deja de existir: “pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (v.5). El primer amor no es simplemente un plus que ojalá se encuentre en una iglesia, sino que es lo que nos hace ser iglesia. Si falta eso, falta todo. Es la diferencia entre la vida y la muerte, entre ser salvo y estar condenado.
Es interesante que el Señor no apela simplemente a nuestros sentimientos. No dijo a los efesios que le obedecieran si tenían ganas. Menos aun vemos a ese Cristo que se presenta hoy: “si tienes un tiempecito, acuérdate de mí”. No, el Señor habla fuerte y claro: Él es digno de ser amado, y ese amor debe manifestarse en el servicio y las obras que estos efesios habían manifestado al comienzo. Debes tomar esta exhortación como dirigida a ti hoy y ahora. No te dejes estar espiritualmente. Muchos dicen que saben que les falta orar y leer la Palabra, pero no hacen nada para remediar esa situación. El Señor te dice hoy que es un asunto de vida o muerte, y si no lo escuchas, aun lo poco que tienes te será quitado.
En consecuencia, el hecho de que Dios retire el candelero significa por un lado que esta congregación no contará más con la presencia de Dios, el Señor retiraría a su Espíritu Santo, y por consiguiente no habría vida en ellos. Por otro lado, ese candelero ya no estaría delante de Jesús, dejarían de ser conocidos y cuidados por el Sumo Sacerdote como Él lo hace sólo con sus iglesias. La congregación en Éfeso experimentaría un oscurecimiento espiritual completo, no sería más una iglesia de Cristo.
Es triste, porque lo que antes fue Éfeso fue arrasado siglos más tarde por el islam. La amenaza se cumplió y el candelero se extinguió. El Espíritu Santo sigue trabajando, pero fue movido a un lugar que diera frutos. Regiones que antes eran cristianas en el mundo hoy se han vuelto al paganismo: muchos templos donde la Iglesia era doctrinalmente fuerte hoy se han convertido en salas de baile, de juegos de azar, museos o mezquitas. Como congregación, tenemos el mismo gen pecaminoso para repetir la misma historia. Cada vez que escuches que una Iglesia cerró por algún pecado en particular recuerda esto: primordialmente es porque el Señor la cerró, Él quitó Su candelero porque dejaron Su primer amor. Los problemas de finanzas de una Iglesia, las disputas y celos, son simplemente un efecto secundario de dejar el primer amor.
B. Promesa
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. IBGS, escucha lo que el Espíritu nos ha hablado hoy. Hermano, si te arrepientes y vuelves al primer amor, serás parte de esa Iglesia triunfante que disfruta y come del árbol de la vida, que es nuestro Señor Jesucristo. Si hoy no tenemos el primer amor, será imposible que en el Cielo disfrutemos del fruto eterno del árbol de la vida, porque la eternidad es un primer amor sin fin y en su mayor intensidad, es una vida a los pies de nuestro primer y único amor: Jesucristo. Él es el árbol de la vida, vivamos bajo la sombra de su amor en medio de los santos, vivamos injertados a él.
El árbol de la vida nos hace recordar el huerto de Edén, y el momento en que como humanidad nos fue prohibido volver a comer de su fruto, por causa de nuestro pecado. El Señor puso querubines que nos cortaran el paso: fuimos expulsados del huerto y nunca más podríamos volver a entrar, el camino estaba cerrado. Pero Dios envió a Su Hijo al mundo: el camino, la verdad y la vida, para que en Él pudiéramos entrar a la gloria eterna.
Notemos algo: ‘sin Cristo’ tenemos prohibida la entrada al huerto, pero ‘en Cristo’ entramos a una realidad mucho más gloriosa: la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. La Nueva Jerusalén, el lugar donde viviremos para siempre en la presencia de Dios. ¿Quién hace la diferencia? Cristo. Su sacrificio pagó el precio de nuestro pecado, pagó nuestro pase de acceso a la gloria eterna, y su misma mano que fue traspasada será la que nos entregue el fruto del árbol de la vida. Porque Él vive, nosotros también viviremos.
“He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra. 13 Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. 14 Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad” (Ap. 22:12-14 BLA).
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Hendriksen, Más que vencedores, 59. ↑