Salmo 23: El Señor es mi Pastor

1.Nada me falta (v.1)

David, quien en su juventud fue un pastor de ovejas nos entrega a través de este Salmo una bella alegoría que ilustra la relación de Dios con su pueblo. El Salmo establece una relación de pertenencia única con Dios. Él no es cualquier pastor, es “mi pastor”, es mío. Esto nos recuerda el carácter de posesión pactual que hay entre Dios y nosotros: “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ex.6:7-9; Cnt.2:16). Como un niño que está satisfecho y feliz señalando a papá a sus amigos diciendo: “ese es mi papá”, de la misma forma nosotros decimos que Jehová es mi pastor. No es un deseo, hipótesis o probabilidad, es una bella, consoladora y poderosa realidad: Él es nuestro. En un redil hay muchas ovejas, pero la relación descrita es única y profunda. El autor se está apropiando de Dios como su Pastor y de sus bendiciones sin un afán egoísta. En Cristo, cada uno de nosotros debe vivir esta realidad, la de ser: amado, cuidado, atendido y escuchado por él como si fuésemos la oveja preferida de su rebaño. Nuestro Pastor es capaz de atender simultáneamente a millones de ovejas alrededor del mundo con la misma calidad e intensidad. Él no se duerme ni fatiga, cuando le llamas él está a tu lado dispuesto a llevarte a verdes pastos.

La relación Pastor – oveja establece una relación laboral. Dios toma la labor de pastorearnos y nosotros de ser pastoreados. Nadie puede ver al Señor como pastor a menos que se vea a sí mismo como una oveja. ¿Cómo es una oveja? Es débil y frágil, es un animal indefenso, no tiene garras, cuernos, grandes dientes o la velocidad de otros animales. En muchas ocasiones se coloca a sí misma en diferentes peligros: cae en pozos, en zarzas o peñascos y necesita imperiosamente que la ayuden. Es absolutamente dependiente de su pastor. Creo que cuando el Señor creo todas las cosas pensó en ilustrar nuestras vidas como la de una oveja para mostrarnos claramente como somos y como es él. Las ovejas son torpes, y más que torpes son “tontas”, no encuentran alimento, agua o refugio por sí mismas. Si se pierden del rebaño no saben regresar, son difíciles de enseñar y necias, necesitan constantemente corrección, por eso es que los pastores necesitan muchas veces la ayuda de perros para orientar a las ovejas en las rutas que deben trazar en el camino. Fuera del rebaño del Señor deambulamos y sufrimos las consecuencias de estar lejos del buen Pastor. La oveja también es pobre, no tiene nada, los pastos donde descansa no son suyos, la comida que la alimenta no le pertenece, no tiene tarjeta de crédito o efectivo, es tan pobre que ni siquiera ella es dueña de sí misma, le pertenece al pastor.

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Ser oveja es un desafío de suma humildad, es reconocerse débil, torpe y pobre. Es reconocer que somos pecadores, porque todos nuestros defectos se deben esencialmente al pecado remanente en nosotros, pero nuestro pastor es todo lo contrario a nosotros: es fuerte, sabio y rico (Is.63:1, 9:6; 2 Co.8:9). Es aquí en donde la segunda parte del versículo toma fuerza:nada me faltará”*. Si Dios es nuestro pastor ¿q más podemos anhelar? ¿Qué otra cosa puedes desear? (Sal.73:25). Nuestro corazón está satisfecho en él, su desempeño como pastor es perfecto: me guía, protege, alienta, levanta y anima, no me hace falta nada. El verbo de la frase “nada me falta aparece generalmente en nuestras biblias en tiempo futuro, pero en el original está en tiempo presente: “nada me falta”. Nuestro pastor no está cautivo al pasado o al futuro. Si él es mi pastor jamás tendré carencias (Is.58:11). Así lo demuestran las Escrituras: él sabe que andas por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado (Dt.2:7). Como el Buen Pastor, Jesús tomo el lugar de Sus ovejas y fue llevado al matadero (Is. 53:7). Él daría todo de Sí mismo para proporcionarnos todo en él (Jn.10:11).

Quizás piensas que eres una oveja muy complicada, débil, torpe o incapaz, pero no existe algo así como una oveja con la cual Jesús no pueda lidiar. Piensa en Jacob, el engañador, y cuantos tratos tuvo el Señor con él. Aún después de pelear con el ángel del Señor, Dios siguió tratando con su alma y al final de sus días exclamó: El Dios delante de quien anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que ha sido mi pastor toda mi vida hasta este día, el ángel que me ha rescatado de todo mal” (Gn.48:15-16). Si él pudo pastorear el corazón de Jacob, también puede pastorear el tuyo. Si eres oveja de este buen Pastor recuerda las palabras de Jesús: “Mis ovejas oyen mi voz y me siguen (Jn. 10:27). No es suficiente escuchar su voz (Job.42:5) es necesario seguirle, amarle y obedecerle. No solamente debemos decir que él nuestro pastor, también debemos anhelar que: sus pensamientos, su voluntad y Su Voz en Su Palabra sean nuestras.

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2.Me hace descansar (vv.2-3)

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Los vv.2-3 nos muestran que la función del pastor es dar “descanso” a Su oveja. Cuando leemos estos pasajes nuestra mente viaja a verdes pastos, riachuelos y bellos bosques. La frase “me hará descansar” tiene que ver con la acción de recortarse ¿Alguna vez ha visto a una oveja haciendo una siesta? Generalmente las vemos pastando, jugando o corriendo, pero para que una oveja se acueste deben estar libres de toda amenaza. Phillip Keller, quien fuera pastor de ovejas, comenta que al oír el mínimo ruido que pudiera perturbar al rebaño corría con rifle en mano y sus perros para proteger al rebaño. Con el tiempo entendió que sus ovejas se tranquilizaban con el simple hecho de estar con él. La sola presencia de nuestro pastor nos brinda paz disipando nuestros temores. Tememos a la muerte, a la pérdida del trabajo, al futuro, a enfermedades, entre otras muchas otras cosas, pero todos esos miedos se desvanecen cuando centramos nuestro corazón en el buen pastor (Sal.16:11). Cuando oímos su voz en medio del rebaño no tememos a mal alguno (v.4). Nuestros temores crecen al alejarnos del Señor (Gn.3:10), pero estando cerca de él son los temores los que huyen ante la presencia del Dios de Paz.

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Para que una oveja pueda descansar debe estar libre de fricciones. Entre ellas existen roces, se ven muy mansas y dóciles, pero cuando el pastor no está ellas se enfadan unas a otras. En cada rebaño hay ovejas que quieren más protagonismo y empujan a las demás. Pero las rivalidades acaban cuando entra en acción el pastor quien ordena y trae paz al redil. Para que una oveja logre descanso debe estar libre de todos los parásitos que le molestan. Las ovejas son acosadas por insectos, mosquitos y diferentes parásitos que les impiden descansar e incluso pueden ser fuente de infecciones. Para librarse de estos males muchas ovejas terminan dañándose a sí mismas golpeando deliberadamente su cabeza contra los árboles o rocas. El pastor debe brindar la medicina necesaria a sus heridas, y en los tiempos del rey David era costumbre ungir a las ovejas con aceites para aliviar sus molestias (Is.1:6). Como aquellas ovejas, nosotros sufrimos en este mundo caído, nuestro enemigo, Belcebú (“el señor de las moscas”) nos quiere desmoralizar y envía todo tipo de peste en forma de pecado para que perdamos la paz, el gozo y la comunión. Desea infectar nuestros corazones con raíces de amargura, pero nuestro pastor: “(Nos libra) del lazo del cazador, de la peste destructora (Sal.91:5). El buen pastor, con su vida y muerte nos ha librado de la peste más destructora que ha existido en la tierra, y no se llama coronavirus, ni peste aviar ni peste negra, sino de la peste del pecado, incluyendo sus síntomas, sus consecuencias y las heridas que el pecado ha provocado a nuestros corazones.

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Una oveja que descansa es una oveja satisfecha. No tiene hambre ni sed. El pastor ha provisto todo lo necesario, así que una oveja reposada y saludable es exclusivamente mérito de su pastor y no de ella misma. Así que jamás verás a una oveja jactanciosa ni afanada, porque todo lo que tiene lo provee su dueño, viven en el rebaño del contentamiento. Estar reposados significa que Cristo es nuestro alimento, él es el pan de vida, ya no tenemos hambre ni sed, y él nos recuerda permanentemente: “por nada esten afanosos” (Fil.4:6; 1 Pe.5:7). En muchas ocasiones las ovejas son incapaces de levantarse por sí mismas, por obesidad, por una pierna perniquebrada o exceso de lana que produce acumulación de paja y barro. Y el pastor debe levantarla, cuidarla y confortarla. De la misma manera el Señor nos sana, limpia y conforta mediante Su Palabra. Si es preciso él nos quita kilos de codicia, afán y ansiedad, él “esquila” nuestros malos deseos, nos pone a dieta de las cosas del mundo con el fin de darnos descanso del yugo del pecado y llevarnos a aguas de reposo.

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Como ovejas, siempre estamos en peligro de deambular, pero este Salmo nos recuerda que él: “nos guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (v.3). Para algunos, esto es extremadamente egocéntrico, pero si su amor y cuidado dependieran de nuestro desempeño, hace mucho tiempo ya nos hubiéramos extraviado. Es una bienaventuranza saber que todo lo que él hace por su pueblo tiene su fundamento en el perfecto amor que tiene por sí mismo, porque él nunca fallará a sus promesas, nunca ensuciará su fiel nombre. Este es el sello de nuestro viaje junto a él: “Reconoceré (a) mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas del día del nublado y de la oscuridad” (Ez.34:12). Por más lejos que te puedas extraviar, él, por amor de Su nombre te tomará y te enviara nuevamente hacia la senda estrecha, hacia aguas de reposo (Mt.11:28).

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3.Del Valle de sombra de Muerte a Su Mansión Celestial (vv.4-6)

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Los tres primeros versos de este Salmo describen la vida del rebaño durante la primavera y el verano, pero la segunda parte describe los meses fríos de otoño e invierno, en donde el pastor debe regresar a casa para buscar refugio y las ovejas deben descender de los montes y pasar a través de densos valles. En los primeros tres versículos el Salmista hablo de su pastor, pero ahora se predica a sí mismo.

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Las Escrituras siempre relacionan a los montes como lugares donde estamos cerca del Señor, lugares donde fluye vida, donde los pactos se hacen realidad. Desde los montes vienen las aguas que dan vitalidad a la tierra. En las Escrituras constantemente encontramos la frase el “monte de Jehová (de Dios), pues los montes eran el lugar donde los Israelitas buscaban adorar al Señor. Recordemos las palabras de Jesús a la mujer Samaritana: la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn.4:21). Pero lo valles simbolizan lo contrario: la muerte. Recordemos al profeta Ezequiel en el valle de la visión de los huesos secos (Ez.37), o el valle del gehena a las afueras de Jerusalén donde se depositaba la basura de la ciudad (Neh.11:30) donde siempre había fuego representando la muerte eterna. El valle representa las dificultades y aflicciones de esta vida las cuales son inevitables por la presencia actual del pecado. No siempre estaremos en la primavera de los verdes pastos, es preciso descender a los valles, pues ese es el camino inevitable para regresar a casa. La oveja que atraviesa el valle de sombra de muerte no es una oveja asustada, sino que confía en la presencia del pastor. Esta es la viva imagen de lo que Pablo nos explica en 2 Co. 4:8-9 podemos estar “atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos”. Porque el buen pastor está con nosotros.

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Hay una poderosa razón más por la cual las ovejas deben descender a estos valles. En primavera y verano, las condiciones son las ideales para estar en los montes. Pero cuando llega el otoño y el invierno las fuentes de agua más frescas y los pastos más verdes se encuentran en los valles. Los montes se han llenado de nieve y se hace imposible permanecer ahí, pero en los valles hay riquezas que deben ser exploradas por el rebaño. Los valles son como esas minas de carbón donde, al cavar más profundo, se encuentran diamantes más preciosos. Es en los valles donde nuestros mejores clamores emergen del corazón: “Clamaron a Jehová en su angustia, los libró de sus aflicciones; los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus prisiones” (Sal.107:13-14). Ninguna sombra de muerte se puede resistir a la luz del Sol de justicia que es nuestro Señor Jesucristo, él mato a la muerte muriendo en la Cruz: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Co.15:55). Es por esto que podemos decir: “aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno porque tú estarás conmigo”. Cuando la sombra de muerte nos vislumbra por su valle, nos ve con aquel que la derroto en la Cruz. La muerte es el último valle por el cual pasaremos en esta vida y al terminar su recorrido ¿Sabes con quién te encontrarás? Con Aquel que venció a la muerte (Mt.25:21). La muerte es solo una puerta por la cual pasamos hacia la presencia de Cristo, y cuando la atravesamos ya no hay más valles, pues has llegado a casa, a la ciudad de Dios. Allí seremos pastoreados eternamente y no habrá más llanto, maldición ni muerte (Ap.21:4).

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En medio del valle de sombra de muerte, el buen pastor usa su vara y su cayado para infundirnos aliento. Ambos elementos en la época del Rey David eran herramientas personalizadas para cada pastor. Generalmente la vara medía lo mismo que la estatura del pastor y debía ser usada con precisión. Funcionaba como una extensión de su brazo, era la espada del pastor, porque con ella defendían a las ovejas de las fieras y toda amenaza que atentara contra sus vidas. La vara, siendo un elemento tan frágil es un símbolo de poder y consuelo en las Escrituras. Si había alguna oveja rezagada la disciplina de la vara la encaminaba en el sendero. La vara y el cayado del Señor, es decir, Su Palabra, nos alientan en medio de los valles de sombra de muerte. Cada vez que un pastor usa su vara con una de sus ovejas, él está en favor de ella, de la misma manera, cuando el Señor usa su vara en nosotros él está a tu favor trabajando en tu alma y alentándote en medio las aflicciones. Él, “al que ama disciplina” (Heb.12:6) y azota solo a sus hijos, solo a las ovejas de su rebaño. Somos privilegiados cuando él nos disciplina, porque es una señal inequívoca de su incondicional amor por nosotros.

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En el v.5 el escenario nuevamente vuelve a cambiar: ahora la oveja es un huésped y el pastor es el anfitrión. Hemos llegado a la casa del pastor, quien da la bienvenida con una mesa aderezada, aceite para la cabeza y una copa llena: es un banquete de gracia, es la celebración del pacto. Tanto el anfitrión, como Su servicio, son perfectos. La idea del texto en hebreo apunta a la mesa del Rey, pues este pastor es un Rey pastor. Esa mesa era inmensa, donde los reyes celebraban grandes banquetes y realizaban reuniones con sus subordinados. Este Salmo nos enseña que día a día somos invitados a esa mesa. No debes preocuparte si faltan cubiertos, alimento o conversación: la mesa está llena. Paradójicamente, mientras disfrutamos de las bondades del banquete lo hacemos en presencia de nuestros angustiadores (Sal.27:2). A pesar de las persecuciones, enfermedades, aflicciones o amenazas que puedan estar a la puerta del banquete, el Señor nos dice que podemos ser capaces de sentarnos a su mesa y disfrutar de su servicio. Cristo no sólo nos da un gran banquete espiritual, sino también la capacidad para disfrutar espiritualmente de su gracia. En la regeneración él nos ha dotado de nueva vida en Su Espíritu, y ahora disfrutamos el alimento del Espíritu, es decir, el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

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En momentos de angustia por enfermedad, por la pérdida de un familiar o bancarrota financiera, se nos cierra el estómago y nuestras lágrimas se transforman en nuestro “pan de cada día y de cada noche” (Sal.42:3). Cuando andamos en valles de sombra de muerte, la mesa del Señor no se ha retirado, sigue estando servida y sigue siendo disfrutable para quienes están en Cristo. Pablo y Silas cantaron himnos en la cárcel después de haber sido azotados y golpeados, los santos del pasado cantaron frente a los leones en el circo romano, otros murieron por su Señor en medio de las llamas del fuego clamando a su pastor disfrutando Su mesa. En tus tempestades esa mesa sigue dispuesta para darte más gracia y debes aprender a disfrutarla, pues tu pastor es el que te capacita.

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Como buen anfitrión, nuestro Señor se preocupa de dar comodidades a sus invitados. Él unge nuestra cabeza con aceite, señal de bienvenida, bendición y honor. Recordemos a la mujer pecadora que ungió a Jesús con sus perfumes en casa de Simón, quien desatento no le correspondió con la hospitalidad necesaria. Pero Cristo, el anfitrión perfecto, está atento aún a esos mínimos detalles. David al ser proclamado rey fue ungido (1 Sa.16:13), los sacerdotes al ser consagrados eran ungidos con aceite (Ex.29:7), Cristo nos dice que sentados a su mesa nos regala Su unción (1 Jn.2:20). Su mesa no es solo una mesa de invitados, sino una mesa de honor, donde el Pastor exalta a Su rebaño.

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Al buen aceite se añade la copa rebosante. El simbolismo de la copa está a lo largo y ancho de las Escrituras. Por un parte, tenemos la copa de la ira de Dios (Sal.11:6,75:8; Is. 51:17; Ap.14:10), pero también tenemos la copa de la salvación (Sal.16:5; 116:13; Jer.16:7). Toda la humanidad beberá alguna de ellas, pero no ambas, solo una. De la misma forma toda la humanidad tiene un pastor, o Cristo (Jn.10:11) o la muerte (Sal.49:14), las ovejas del buen pastor son perseguidas por el bien y la misericordia, mientras que los impíos son perseguidos por sus iniquidades (Prov.5:22). Jesús, no sólo da a sus ovejas la copa rebosante de la gracia salvadora, también él bebió la copa de la ira por los pecados de sus ovejas. La noche que él fue entregado dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre que por vosotros es derramada (1 Co.11:25; Mt.26:28), pero en el huerto de Getsemaní clamo al padre: “Padre mío, pase de mi esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat.26:39). El juicio cayó sobre él para sobre nosotros solo cayera gracia. La copa de bendición no es escasa, siempre está llena, hoy puedes gozar de esa copa y beberla completamente.

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El Salmo culmina de forma extraordinaria: “ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida” (v.6). Si ayer eras oveja de Cristo, hoy también, y mañana lo seguirás siendo. Su bondad y misericordia siempre estarán contigo. Si has ensuciado tu blanca lana en el pecado, si te has extraviado en las colinas pedregosas de la tentación, él nos dice que nos hallará, nos limpiará, enviará su bien y su misericordia para recogernos de nuestras profundidades. Él tomará su cayado para sacarte del lodazal del pecado y volverte hacia él. ¿Cuántas veces intentaste alejarte de tu Señor? ¿Cuántas veces bajaste a lo profundo? Pero su gracia ahí te alcanzo y con cuerdas preciosas de amor te atrajo de vuelta al redil. El fundamento de nuestra perseverancia no es nuestro desempeño, sino Su promesa, Su pacto: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt.28:20)

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Pasando por delicados pastos, por aguas de reposo, por sendas de justicia, por valle de sombra de muerte, el destino final de la oveja es pasar la eternidad en la casa de Jehová. Donde ya no habrá más invierno, sino una primavera permanente, no habrá más sombra de muerte, sino que la gloria de Dios y el Cordero son las lumbreras de la nueva Jerusalén. No moriremos, porque nunca más pecaremos, porque solo los pecadores mueren. Ya no será necesaria la vara ni el cayado, porque nunca más necesitaremos corrección pues seremos como Jesús, como el buen Pastor, sin pecado. Que nuestros corazones ardan de amor, pero no por los verdes pastos, sino por el buen pastor, no por el espléndido banquete, sino por el anfitrión generoso, no por el viaje a la ciudad celestial, sino por el perfecto guía que patrulla nuestros caminos y nuestras almas.

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