Dálet: El Camino de la Palabra (Sal.119:25-32)

Probablemente usted conoce la famosa frase del poeta español Antonio Machado “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Con esta frase él sostiene una visión antropocéntrica de la existencia humana. Si no hay camino podemos autorrealizarnos, surcar nuestro propio horizonte como un esfuerzo de autodeterminación, pero al mismo tiempo este poeta está diciendo que no hay una meta específica, no hay lugar al que se deba llegar, lo importante es cada paso que se da, el empuje para seguir caminando. Pero según el Salmo 119 el camino no hay que hacerlo, hay que obedecerlo, hay que transitarlo, porque se nos ha revelado con toda claridad en la Biblia: es el camino de la Palabra. El Salmo 119 nos dice: caminante sí hay camino, y ese camino es el de la verdad, la fe, la libertad y el amor, encarnado en Jesucristo (Jn.14:6), en quien sí hay meta final: estar con él en la Nueva Jerusalén.

1.El Camino de la Aflicción (vv.25, 28)
 “Postrada está mi alma en el polvo; vivifícame conforme a Tu palabra” (v.25)
 “De tristeza llora mi alma; fortaléceme conforme a Tu palabra” (v.28).

La experiencia del Salmista está en perfecta sintonía con lo que el Señor nos advirtió: “en el mundo tendréis aflicción” (Jn.16:33). La frase “postrada está mi alma hasta el polvo” (v.25) describe angustia, nos recuerda el sepulcro y la muerte (Sal.22:15). Es una expresión que nos lleva de vuelta al huerto del Edén, a la caída, a la aflicción de espíritu producto de la maldición del pecado. Es un recordatorio de que aún no estamos en el cielo, aún caminamos en la tierra del primer Adán. No conocemos el origen o naturaleza de la angustia del Salmista, pero si sabemos el efecto que ha producido en su interior, la aflicción ha pulverizado su espíritu hasta los mismos elementos de donde fue tomado: el polvo de la tierra. En el v.28 se profundiza su condición, él exclama: “de tristeza llora mi alma”. Su alma se encuentra derretida como una vela, su vida se encuentra consumida en la miseria de un pozo de desesperación sin fondo, donde no da pie, su vitalidad se riega como agua, es un moribundo espiritual.

¿Alguna vez has recibido un golpe en el vientre que te haya “sacado el aire”? ¿Qué sentiste? Profundo dolor, ahogo, impotencia y angustia. En sentido espiritual, eso es lo que experimenta el salmista. Ha recibido un golpe en el centro de su ser y se encuentra derribado en el polvo, es incapaz de recuperar el aliento. Necesita ser curado, consolado y animado, en síntesis necesita ser vivificado, requiere nuevamente del río de la gracia restauradora.

Notemos que él no está muerto, está abatido, pero tiene vida espiritual, porque solo un regenerado tiene preocupación por su alma. Esto es evidente en todo el Salmo 119: “Quebrantada esta mi alma (v.20); Postrada está mi alma (v.25) “De tristeza llora mi alma” (v.28); “Desfallece mi alma por su salvación” (v.81). Hay quienes ni siquiera tienen idea de que tienen un alma, viven en este mundo bajo el lema: “comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Co. 15:32). Un avivamiento inicia con la consciencia que tenemos un alma que cuidar, que las ideas de eternidad, cielo, infierno, juicio y salvación no son ficción. ¿Eres consciente que tienes un alma? ¿Cuidas de ella como cuidas de tus finanzas? ¿Cuidas tu alma como cuidas tu cuerpo? El alma (corazón) es el centro de mando de nuestro ser, es el lugar en donde yacen todos nuestros problemas. El Salmista ha dado en el blanco, en medio de nuestras aflicciones lo que necesitamos urgentemente es el soplo de vida de Dios. No debemos centrar nuestro corazón en el porqué de la prueba, sino en su sublime propósito: ser vivificados y fortalecidos por Dios a través de Su Palabra, con tal de ser conformados a la imagen del Hijo. Las angustias son un sello certificador que buscan probar que en medio del mar de dolor Cristo y Su Palabra siguen siendo nuestro mayor tesoro.

Las aflicciones nos enseñan que es mejor ser derretidos por la tristeza que es según Dios, que ser endurecidos por la soberbia y la obstinación. Es mejor reconocer nuestra bajeza que mostrar una máscara de autojusticia. Es mejor reconocer que estamos en el polvo y rogar a Dios que nos vivifique que seguir revolcándonos en el lodo del pecado.

¿Cuál es la estrategia del Salmista para zafar de su aflicción? ¿Cuáles son sus métodos de autosuperación? ¿Cuáles son las pautas neurocientíficas que debe seguir para escapar de su angustia? ¡No hay remedios humanos! La cura es divina. Él pide ser fortalecido y vivificado conforme a La Palabra (vv.25, 28). Desea fervientemente la felicidad de ser librado de los peligros en correspondencia a las promesas dadas por Dios. Comprendamos esto: “apegarnos al polvo de la aflicción no es el peor mal que podemos sufrir, la peor catástrofe es desapegarnos de Dios y su Palabra, es ahí donde perdemos la brújula y el sentido de la vida”. Por lo tanto, cuidar de nuestra alma está en sintonía en no descuidar La Palabra. Miremos lo que dice Heb.4:12: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu " (Heb.4:12a)

En nuestras aflicciones tendemos a mirarnos a nosotros mismos y a nuestras circunstancias, y lo único que logramos con eso es terminar abrazados a la inestabilidad e inseguridad. Pero cuando volvemos el rostro a las Escrituras, nos miramos en un espejo perfecto, donde contemplamos a Dios en toda su belleza, gloria y santidad; y al mismo tiempo observamos quienes somos: criaturas pobres, débiles y torpes, necesitadas de un Dios Redentor. El espejo vivo y eficaz de la Palabra pone su dedo en nuestras llagas morales, nos hiere porque es una espada de dos filos, no importa en la dirección en que apunte, siempre penetra y corta con el propósito de traer sanidad y transformación. No existen sucedáneos que posean este poder, solo las Palabras de Jesús son el alimento que vivifica el alma: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn.6:63).

En los momentos más oscuros en la aflicción del camino, recuerda: no estas y nunca estarás solo. Mira lo que dice el Sal.22:14 sobre nuestro Señor Jesucristo: He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas ¿Acaso no es esto lo que sentía el Salmista? Si contemplas el camino de la aflicción verás frente a ti las huellas del varón de dolores (Is.53:3). No tenemos permiso para creer que “nadie” nos entiende en nuestras angustias. En Cristo: “Tenemos un sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades” (Heb.4:15).

Él conoce de primera mano las aflicciones del camino de Egipto a la Tierra prometida. La diferencia entre Jesús y nosotros no tiene relación a las aflicciones en sí mismas, el distintivo esencial yace en la reacción ante la prueba. En la tragedia, tendemos a caer, Cristo no. Su perfección no nos debe alejar de él, al contrario, Jesús entiende la fuerza de la tentación y de la aflicción porque él las vivió en carne propia, y eso nos acerca a él.

En última instancia, no hay nadie que nos entienda plenamente en medio de las aflicciones, no existe alguien que pueda acompañarnos hasta el fondo del pozo de la desesperación. Sin duda, apreciamos a nuestra familia, amigos, hermanos y pastores, debemos considerar sus consejos, sus vitales exhortaciones y aliento en las pruebas, pero en el rincón más escondido de nuestra vida, sólo el buen Pastor nos puede recoger. Solo él conoce plenamente quienes somos y nos ayuda en nuestras tempestades: “Jehová se compadece de los que le temen. Él conoce nuestra condición, se acuerda que somos polvo (Sal.103:19).

2. El Camino de la Confesión (vv. 26, 27)

 Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; enséñame tus estatutos (v.26).
 Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas (v.27).

El camino de la Palabra nos lleva al camino de la confesión. El Salmista sabe que su viaje está bajo la observación de un Dios que conoce todo, de quien no se puede ocultar. En su mente vive la realidad descrita en el Sal.139:3 “todos mis caminos te son conocidos y ha encontrado en la vida confesional un beneficio invaluable para el alma: Vivir como una “carta abierta” anhelando los mandamientos del Señor. Este estilo de vida acaba con el espejismo de que “solo algunos” son mejores cristianos, nos vuelve más dóciles y accesibles a los demás. Nos ayuda a vivir en el territorio de la Cruz, donde reina la humildad y somos librados de los terrenos ficticios del mundo de la comparación y el orgullo.

Manifestar nuestros caminos al Señor produce un permanente diálogo de aprendizaje con él a través de Su Palabra, miremos el texto nuevamente: Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas (v.26) ¿Debes tomar una decisión importante? ¿Necesitas sabiduría? ¿Requieres de fuerza para vivir en tu día a día? ¿Estás viviendo en afán y ansiedad? Manifiesta tus caminos al Señor, búscale en Su Palabra y él te responderá. Confiésale tus necesidades, inquietudes, tristezas y preguntas, deja que la Palabra educe tu alma, porque esa es una de sus funciones: “ella es útil para enseñar” (2 Tim.3:16).

Este permanente diálogo incluye la santa práctica de estar a cuentas con Dios. Detrás de la genuina confesión penitente tenemos la promesa de efectivamente hallaremos perdón: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar(nos) (1 Jn.1:9). No se nos exigen condiciones sobre el cuándo y dónde de nuestra confesión, lo que se nos dice es que debe ser genuina y continua. Simón Kistemaker comenta que: Juan escribe la palabra pecados (en plural) para indicar la magnitud de nuestras transgresiones[1]. Bajo esa condición, la promesa del Señor es que efectivamente perdonará nuestros pecados, no solamente por lo auténtico de nuestra confesión, sino porque el sacrificio de Cristo es suficiente, él cancelo la deuda por nuestros pecados.

Esconder nuestra angustia o pecado nunca es la respuesta. De hecho, es así como el pecado nos quiere engañar manteniéndonos en la oscuridad y en la soledad en lugar de la luz de la confesión y el arrepentimiento. Nos hace creer que somos lo suficientemente fuertes y que podemos estar solos en el anonimato viviendo de forma independiente al Señor sin el poder de Su Palabra. Esa es la esencia y madre de todo pecado.

No olvides esto: el pecado es un parasito resistente y residente en nuestro interior, come lo que tú comes. Si en tu vida estimulas las obras de la carne (Gál.5:19-21) el pecado crecerá en tu interior y te consumirá. No admitas al pecado como una mascota inofensiva, no le compres una correa, ni un collar, no le pongas un nombre bonito ni lo invites a vivir a tu hogar. No planifiques una falsa paz con las transgresiones, no vivas en la autojusticia de las excusas, no pienses que estas en control de tu pecado, siempre es al revés. Un pecado alimentado por nuestras concupiscencias siempre termina controlándonos haciendo nuestras vidas miserables. ¡Debes confesar el pecado como maldad y sacarlo de tu vida, aún si lo amas!

Como he dicho, el pecado es un parásito y come lo que tú comes. El Salmista tiene el remedio para extirpar esta peste destructora: La Palabra. Él ruega al Señor diciendo: “enséñame tus estatutos”; “hazme entender el camino de tus mandamientos” (vv.26, 27).  La Palabra de Dios es el único veneno contra el pecado. Cuando nos alimentamos de la Palabra el pecado empieza a experimentar “inanición”, muerte por debilitamiento por falta de alimento. La Palabra nutre el alma, pero al mismo tiempo mata el pecado, porque el pecado no puede permanecer ni prevalecer sobre la Palabra de Dios. Así que, llena tu corazón y mente de las Escrituras, pídele a tu bendito maestro que te enseñe a amar Su Palabra por sobre cualquier cosa, no solo por el anhelo de eliminar el pecado en tu vida, sino porque primordialmente amas a tu Señor y en la Palabra te puedes encontrar con él diariamente.

Deja que tu mente sea “marinada” en la Palabra, es decir, sumérgete en ella, así como los alimentos se marinan en exquisitos ingredientes, que tu vida esté impregnada del poder y la fragancia de las Escrituras. Maravíllate en sus juicios, medita en sus obras, anhela sus preceptos, memoriza sus palabras, ora sus dichos y canta de la grandeza de Dios descrita en sus sublimes líneas. Experimentarás verdadera libertad, aún de aquellos pecados que hoy consideras irresistibles, la obediencia de un corazón “marinado” en las Escrituras es premiada con la victoria genuina sobre el pecado y con nuevos afectos por el Señor. No olvides esto: ¿Con qué limpiaras tu camino? Con guardar la Palabra (Sal.119:9). Vive en el camino de la santa confesión, mantén tu vida a cuentas con tu Padre celestial, experimenta lo que cantabas hace un momento: “Examina mi corazón Señor, mira si yo voy por mal camino y guíame por el camino eterno. Que nuestra oración siempre sea así: Señor examina mi camino y ten piedad de mí, mírame en tu Hijo, mírame en los méritos del Cordero Redentor.   

3.El Camino de la Verdad y la mentira (vv.29, 30)
 Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley. (v.29)
 Escogí el camino de la verdad; He puesto tus juicios delante de mí. (v.30)

El camino de la verdad y la mentira condensan a toda la humanidad. Cada ser humano que ha pasado por esta tierra ha recorrido uno de estos dos caminos. Cada sendero representa a dos simientes, la de la mujer y la de la serpiente, representa dos familias, la de Satanás padre de mentira y la de Jesucristo dador de gracia y verdad. Representan dos formas de vivir, el vivir por fe o vivir en nuestros propios términos, representan el camino de la bienaventuranza y de la impiedad y ambas sendas culminan en dos destinos: el cielo y el infierno.

El Salmista refleja los deseos de un regenerando: odio por el camino de la mentira y anhelo por el camino de la verdad. El camino de la mentira es el camino del pecado, porque el pecado siempre nos miente y aparta de la verdad. Heb.3:13 define al “pecado precisamente como un engaño, como una mentira” que endurece el corazón a la voz de Cristo y dicho endurecimiento nos lleva a la incredulidad.

Cuando perdemos la brújula de la voluntad de Dios comenzamos a vivir como si existiese “algo más” que nos puede satisfacer. Día a día somos bombardeados por un arsenal de mentiras que buscan saciar la sed de nuestra alma. Tengamos sumo cuidado de ellas, porque se camuflan de forma muy sutil en nuestras vidas. Huye con todas tus fuerzas de la propaganda del camino de la mentira, que permanente nos vende las siguientes farsas:

 Lo creado puede satisfacer mi necesidad espiritual.
 Puedo prescindir del culto familiar.
 Puedo vivir mi vida cristiana sin depender de la oración y la lectura devocional de las Escrituras.
 Legítimamente puedo tener fantasías con otro tipo de vida sin Dios y Su Palabra.
 El pecado sexual puede darme algo bueno.
 Puedo mentir para alcanzar un objetivo laboral, evadir impuestos o alcanzar un status quo.
 Puedo no servir en la Iglesia local siempre y cuando me congregue.
 No ofrendar no tiene consecuencias negativas en mi vida ni en la de la Iglesia.
 No debo confrontar el pecado de un hermano porque no soy el pastor.
 Alguien más se hará cargo de “la necesidad” de ese hermano.

Todas esas ideas nos pueden llevar a la esclavitud de la mentira del pecado. Entendamos que siempre habrá anhelos que no podremos satisfacer en este mundo donde aún hay dolor y aflicción de espíritu, pero eso no significa que debamos cruzar la línea hacia el camino de la mentira buscando satisfacer nuestras vidas con el pecado, el cual nunca sacia, sino que enferma y mata el alma. Si alguna de estas mentiras u otras están tomando dominio de tu corazón es tiempo que des la vuelta y vuelvas al camino de la verdad. No existe un camino intermedio entre el camino de la mentira y de la verdad, el Salmista no propone una tercera vía, siempre estamos en algunos de ellos. Esto no significa que no tengamos tropiezos en el camino de la verdad, de hecho permanentemente los tenemos, el asunto es mantenernos decididamente en esa senda y tener la convicción del Salmista: “Escogí el camino de la verdad” (v.30).

Nuestra alma debe estar anclada en el camino de la fe, debemos andar sobre los rieles de las Escrituras, dejar que el motor de la gracia mueva nuestra vida y que toda ella este definida por la verdad de la Palabra. Si nos mantenemos sobre los rieles de la verdad, también caminaremos en la senda de la libertad: “la verdad os hará libres” (Jn. 8:32). Mientras que el camino de la mentira esta “casada” con la esclavitud (Jn.8:34) porque el pecado esclaviza. Aún es preciso limpiar nuestro camino, pero ya no somos esclavos del rey pecado, la mentira ya no toma dominio de nuestro corazón, porque en él gobierna nuestro Rey Jesucristo por medio de Su Espíritu y Su Palabra, y donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad (2 Co.3:17). Así, como la vara de Aarón devoro las varas de los egipcios, de la misma manera, la Palabra, que es la vara de la boca de Dios devora todas las falsedades de la senda de la mentira. Que privilegiados somos, Is.55:8 nos dice que por naturaleza los caminos de Dios no son nuestros caminos, pero él nos ha llamado a pasar del camino de la mentira al camino de la verdad por medio de Jesucristo.

Escoger el camino de la verdad es fijar la Palabra frente a nuestros ojos para guardarla y esa forma de vida es la genuina expresión de amor hacia nuestro Salvador: “Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio” (2 Jn. 6). El camino de la Palabra es el camino del amor. Esto se conecta con la petición del Salmista en el v.29: “concédeme tu ley” y Pablo define el verdadero amor como: “el cumplimiento de la ley” (Rom.13:10). Por lo tanto, el amor y la verdad son aliados (2 Jn.3), de hecho como dice 1 Co.13:6 “el amor…se goza de la verdad”. El camino de la verdad es el camino del amor, son un mismo camino, de hecho, es el único camino, porque ambos conceptos se hicieron carne en la persona de nuestro Señor Jesucristo quien es el camino (Jn.14:6).

Notemos como Pablo exhorta a los Efesios y a nosotros: “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Ef.4:15). Seguir la verdad en amor es nuestra norma de vida, no es un entusiasmo pasajero, es nuestra senda. Pablo usa la siguiente lógica: Si en Cristo que es la Cabeza se abrazaron la verdad y el amor, entonces, nosotros, su cuerpo, en unidad y sincronía con la Cabeza: debemos seguir la verdad en amor. En tu pasada forma de vivir preferías lo que amabas por encima de la verdad, pero Dios nos dio vida para conocer el verdadero amor por medio de la verdad que es Cristo (Jn. 14:6). Así que, andemos en la senda de la verdad según las realidades alcanzadas por medio de Cristo: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas(Ef.2:10)

4.Corriendo en el Camino (vv.31-32)
 Me he apegado a tus testimonios; Oh Jehová, no me avergüences (v.31).

Este versículo responde grandiosamente a la gran pregunta ¿Cómo debemos vivir?: Apegados a la Palabra. Es increíble la conclusión de esta porción de las Escrituras. Al inicio, el alma del Salmista estaba apegada al polvo, pero su oración concluye con un apego total a las Escrituras y un anhelo por correr en el camino de la verdad. Como un náufrago que se aferra en alta mar a un pedazo de madera para poder sobrevivir, así, nosotros debemos aferrarnos a la Palabra, porque ella es la única que nos preserva y da vida. Aunque estemos abatidos hasta el polvo de la tristeza y de la muerte, aunque las olas del mar de aflicción quieran hundirnos, debemos sujetarnos fuertemente a la Palabra. Y aquel que ha permitido que nos apeguemos a sus testimonios de seguro se apegará a nosotros, porque al asirnos de Su Palabra, hacemos de sus pensamientos y su voluntad los nuestros.

Apegarnos a la Palabra significa aplicarla diligentemente en nuestra vida personal, familiar, laboral y relacional. Es estar dispuestos a experimentar las burlas de los impíos por defender la verdad. Si es preciso, sufrir de buena gana por obedecer los preceptos de nuestro rey, aún si eso significa perder posiciones, trabajos, relaciones o sufrir oprobio. Job en medio de su aflicción se apegó vigorosamente a los mandamientos del Señor y sufrió el escarnio de su propia esposa. Ella le pregunto: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete (Job 2:9). Satanás uso a su esposa para escarnecerlo, pero en el día final Job, y todos los creyentes que se han apegado a la Palabra no serán avergonzados: “Todo aquel que (en él) creyere, no será avergonzado” (Rom.10:11).

Apegarnos a la Palabra nos da la victoria. Leamos 2 Sam.23:10. Aquí se describen a tres valientes de David, entre ellos a Eleazar de quien se cuenta lo siguiente: Este se levantó e hirió a los filisteos hasta que su mano se cansó, y quedó pegada su mano a la espada. Aquel día Jehová dio una gran victoria. Así, como la espada de Eleazar quedó pegada a él, la Palabra debe quedar “pegada” en nosotros. Así, como el obtuvo una gran victoria sobre los filisteos, la única forma de obtener victoria sobre el pecado es que la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios se apegue a nosotros y nunca la soltemos a pesar del cansancio de la batalla, porque es nuestra única arma ofensiva en la guerra contra el pecado.

El Salmista culmina evidenciando los efectos de la vivificación de la Palabra en su vida: Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón” (v.32).

El aliento de vida de la Palabra no solo nos hace andar sobre el camino de la verdad, sino que nos capacita para correr. Su poder ha vencido toda oposición, dureza y obstinación. El corazón regenerado ya no es constreñido por la estrechez que provocan la desobediencia y la incredulidad. Nuestro viejo hombre tenía pensamientos, caminos y un corazón pequeño, pero el nuevo hombre, el forjado a la imagen del segundo Adán tiene un nuevo corazón con mejores dimensiones. Dios nos ha dado un corazón para que pueda contener las longitudes de Su Palabra: tu mandamiento es sumamente amplio (Sal.119:96). Es imposible que la ley de Dios se adapte a un corazón estrecho, así que el corazón regenerado posee las dimensiones necesarias para llevar a cabo el cumplimiento de la ley, que es el amor (Rom.13:10) para que podamos comprender plenamente la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo, con el fin de ser llenos de la plenitud de Dios (Ef.3:18-19).

¿Cuál es la oración que debemos cultivar día a día? ¡Ensancha, oh Dios, mi corazón! Extiende el territorio de tu Palabra en mi vida, hazme tuyo, lléname con tu Santo Espíritu por medio de tu Palabra. Señor, danos el deseo del Apóstol Pablo para los Colosenses: “La Palabra de Cristo more abundantemente en vosotros” (Col.3:16). Pidamos al Señor que derribe cualquier muro de incredulidad, pereza o negligencia que está impidiendo que su Palabra crezca en nuestras vidas, roguemos para que el ancho y amplio corazón de Cristo sea formado en nuestras vidas.

La ampliación del corazón es jurisdicción del Señor, él hace esa obra en nosotros, ¿pero que nos toca a nosotros para correr por el camino de la Palabra? Heb.12:1 nos da la instrucción precisa:despojarnos de todo peso y del pecado que tan fácil nos envuelve”. El pecado ralentiza nuestra carrera y coloca grilletes en nuestro caminar. El viaje de la fe es una carrera que exige total dedicación, no tenemos tiempo para enredarnos en otros asuntos. Nuestra prioridad está en la meta, en Jesucristo, todo lo demás es trivial y secundario; y si es preciso, debemos dejar de lado todas aquellas cosas que son legítimas, pero que obstaculizan nuestra carrera. Esfuérzate por correr en el camino de la fe, ningún perezoso logro llegar nunca a la meta, esto requiere sacrificio, abandona todo tipo de distracción y dedícate totalmente al viaje de la fe.

Hay algo hermoso que nos alienta en nuestro peregrinaje y que debe estar siempre en nuestra memoria: tenemos un gran nube de testigos” (Heb.12.1). Nuestros hermanos del pasado trazaron la misma carrera que nosotros y no se dejaron deslumbrar por lo secundario, lo visible, lo material y terrenal, sino que tenían sus ojos bien abiertos hacia lo primario, lo invisible, lo celestial y lo eterno. Contemplaban desde lejos la ciudad celestial y la esperaban con ilusión. Ellos ya disfrutan de un adelanto de la nueva creación mientras esperamos la consumación de todas las cosas, están en las graderías del cielo alentando al pueblo de Dios por medio del ejemplo de su Fe, estimulándonos con su testimonio de perseverancia. Son de nuestro mismo equipo. La Iglesia triunfante anima a la Iglesia militante: ¡Sigan adelante! ¡Corran por alcanzar la meta del supremo llamamiento! ¡No se cansen! ¡Queda poco!

Heb.12:1-2 nos anima de la siguiente manera:

“Por lo tanto hermanos, corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Heb.12:1-2)

Un día nuestra carrera acabará, alcanzaremos el final del camino, llegaremos a la meta, y ya no habrá una Iglesia militante y otra triunfante, sino una sola, perfecta, santa y radiante. Habremos llegado a la nueva Jerusalén, la ciudad de los santos, en donde nunca más estaremos postrados en el polvo, porque no habrán más aflicciones, no habrán más confesiones por nuestra maldad porque el parasito del pecado nunca más vivirá en nuestros corazones, nunca más seremos tentados por el camino de la mentira, andaremos siempre en la verdad, estaremos apegados a Cristo y Su Palabra eternamente porque tendremos corazones perfectos, con dimensiones perfectas pues seremos semejantes a nuestro Rey.

Amén.

  1. Simón J Kistemaker, “Comentario al Nuevo Testamento: Santiago y 1-3 Juan” (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), p. 282.