Domingo 12 de junio de 2022
Álex Figueroa
Texto base: Mateo 5:1-12 (v. 7)
Analizaremos nuestra tendencia natural a la indiferencia, el carácter exigente y el ánimo vengativo, para luego exponer la verdadera misericordia que es bienaventurada ante el Señor, exaltando finalmente a Cristo, quien es bendito en Su misericordia.
Introducción
Vivimos en una era que se caracteriza, por un lado, por un espíritu exigente y agresivo, donde se promueve el ser avasallador y hacer valer la voluntad propia. En el otro extremo, tenemos un victimismo que llega a ser patético, donde pareciera que existe una competencia para demostrar quién es más oprimido que los demás.
Ambas tendencias, tan marcadas en nuestra cultura, son opuestas a la bienaventuranza que analizaremos hoy, lo que nos arrastra en la dirección contraria a la senda que nos traza la Palabra.
Pero debemos recordar aquí que las bienaventuranzas siempre han sido contraculturales, porque no corresponden al carácter natural del hombre, sino a la obra sobrenatural de Dios en nosotros.
Al exponer este pasaje, nos detendremos i) en nuestra tendencia natural, opuesta a esta bienaventuranza, ii) analizaremos la misericordia bienaventurada y su bendición, y iii) exaltaremos a Cristo, bienaventurado en Su misericordia, para terminar con aplicaciones para nuestra vida.
Para comprender adecuadamente el significado de las bienaventuranzas, debemos realizar previamente algunas aclaraciones:
Las bienaventuranzas responden a una pregunta esencial: quiénes son realmente los benditos, y dónde se encuentra la verdadera felicidad.
Lo que encontramos en nuestro corazón bajo el pecado es muy distinto de lo que describe el Jesús en esta bienaventuranza. No sólo es diferente, sino que es opuesto a la verdadera misericordia. Así, en nosotros hay:
i) Indiferencia y apatía
La necesidad y el dolor ajeno pueden significar un quehacer para nosotros, una carga que procuraremos evitar. Por ello, nuestra tendencia natural es no compadecernos ante el sufrimiento, y con esto no me refiero a no sentir algo en absoluto, pues todos podemos tener algún grado de empatía, sino que no nos ocupamos de aliviar la aflicción de otro y nos desentendemos de ella.
La gracia común de Dios pone algo de empatía en los seres humanos, incluyendo a los que no creen en Cristo. Sin ella, sería imposible la vida en sociedad. Recordemos casos de terremotos y otras catástrofes, que han motivado grandes operaciones de ayuda coordinadas por medio de la televisión. Sin duda, estos casos demuestran esos destellos de gracia que Dios ha puesto en el ser humano para hacer posible que vivamos juntos, pero no demuestran la misericordia bienaventurada de este pasaje.
Esos eventos puntuales no reflejan el común de la vida en sociedad. La actitud del corazón humano bajo el pecado se refleja en la parábola del Buen Samaritano, en el sacerdote y el levita, quienes al ver a un hombre que había sido víctima de un asalto y se encontraba medio muerto, simplemente pasaron por el otro lado del camino (Lc. 10:30-32).
El Señor no dejó nada al azar aquí: el sacerdote y el levita eran hombres supuestamente consagrados, quienes debían conocer la ley y actuar en consecuencia, sabiendo que ella demanda misericordia en casos como este. Los mismos líderes religiosos reconocerían como algo obvio, que si su asno o su buey se caían a un pozo, ellos harían lo posible por recogerlos, incluso aunque fuera día de reposo. ¿Cuánto más sería necesario ayudar a un hombre medio muerto e indefenso en un sitio despoblado? La hospitalidad era una virtud fundamental en aquellos días, y ella demandaba auxiliar a esta víctima. Pero quienes escucharon la parábola, bien sabrían que un sacerdote y un levita pasarían de largo, incluso siendo hombres de Dios, porque nuestra tendencia natural es la apatía y la indiferencia, sobre todo si nadie estará allí para ver nuestra indolencia. Recogerían a su asno o su buey no por consideración a los animales primeramente, sino porque son cosas que les pertenecen y que les significarían una pérdida personal si no fuesen rescatadas. Pero en el caso del hombre medio muerto, se trata de alguien que les resulta indiferente, pues no tienen relación con él y nada puede devolverles por su ayuda.
Nadie niega que tanto el sacerdote como el levita pudieron alejarse de allí murmurando “qué lástima, qué terrible lo que le pasó a este hombre”, pero lo cierto es que no se ocuparon de su necesidad. En esto, no te distancies tan rápido del sacerdote y el levita. Piensa: ¿Cuántas veces has tenido un real interés en auxiliar a quien está en necesidad, y que nada puede devolverte por tu ayuda? ¿Cuánto te interesas por el sufrimiento y la miseria actual de personas con quienes no tienes ninguna relación? No debemos hacer ningún esfuerzo para ser indiferentes y apáticos, es algo que se nos da naturalmente.
ii) Carácter implacable y exigente
Según la sabiduría terrenal, gana el más fuerte. Rige la ley de la selva: se impone el que hable más alto, el que golpea la mesa con más ímpetu, el que puede doblegar por la fuerza física o del carácter a quien tiene enfrente.
Este es el espíritu que estuvo en Saúl, cuando cometió el terrible crimen de ejecutar a ochenta y cinco sacerdotes en ejercicio de su ministerio, sólo porque escuchó rumores de que ellos habían ayudado a escapar a David (1 S. 22:18).
Este carácter implacable, se expresa en que no sólo nos resulta indiferente el sufrimiento ajeno, sino que incluso nos desagrada, nos parece una debilidad molesta y repulsiva. Esto es particularmente notorio en quienes tienen una posición de autoridad o jerarquía sobre otros. Así, muchos padres, jefes y gobernantes pueden tener este ánimo implacable hacia los que tienen debajo, mirando con desprecio su debilidad y sufrimiento. Pero es algo a lo que todos estamos expuestos.
Esta agresividad se relaciona con un espíritu exigente, que se promueve en nuestra época. Se nos invita a ser empoderados, a exigir lo que nos corresponde y que supuestamente merecemos. Esto nos lleva muchas veces a esperar de otros más de lo que pueden dar, e incluso exigirles algo que nosotros mismos no estamos dispuestos a hacer realmente.
Nuestra actitud natural es ser impacientes con otros, exigiéndoles que actúen como queremos. Algunos son más sutiles y manipulan a otros para lograr lo que quieren, pero el principio es el mismo: el ánimo de imponerse sobre el prójimo y doblegarlo para que cumpla nuestra voluntad.
iii) Espíritu de venganza
El corazón bajo el pecado exige el sufrimiento de nuestros ofensores. Una característica de la venganza es que no demanda una respuesta justa si no, en lo posible, un sufrimiento mayor al que se ha recibido. Deseamos que el ofensor pague y que le duela. Esto lo vemos reflejado en Lamec, descendiente de Caín, quien se jactaba diciendo: “he dado muerte a un hombre por haberme herido, Y a un muchacho por haberme pegado. 24 Si siete veces es vengado Caín, Entonces Lamec lo será setenta veces siete” (Gn. 4:23-24). La venganza humana no actúa según la justicia de Dios, sino según el deseo del corazón que es esclavo de la maldad.
iv) Falsificaciones
También debemos cuidarnos de la falsa misericordia, que simula compasión, pero surge igualmente del pecado. Por ejemplo, el ayudar a otro pero buscando un interés propio, como ser aplaudidos públicamente por ser buenos, o porque esperamos que en algún momento nos devuelvan el favor y nos beneficien de alguna forma.
Otros consienten el pecado del prójimo, creyendo que es misericordia. Por ejemplo, algunos hacen obras sociales como ir a servir café a las prostitutas para predicarles el Evangelio, pero resulta que pasan meses o años recibiendo café de parte de los creyentes, pero sin convertirse, y así los creyentes terminan hasta colaborando en el pecado de estas mujeres. Otros piensan que si aman a una persona, deben apoyarla en cualquier decisión que adopte. Dicen frases como: “un papá siempre debe apoyar a su hijo, haga lo que haga”. Este fue el pecado de Elí, y el Señor lo reprendió diciendo: “honras a tus hijos más que a Mí” (1 Sm 2:29). En realidad, el verdadero amor de un padre muchas veces implicará corregir y disciplinar a sus hijos, reprobando lo que hacen y las decisiones que toman.
Tengamos cuidado, porque estas falsificaciones no constituyen compasión ni misericordia, aunque se disfracen de estas virtudes.
Esta es nuestra tendencia natural.
La palabra traducida como ‘bienaventurados’ es el gr. Μακάριος (makários), que si bien es cierto envuelve la idea de ‘feliz’, “… no puede reducirse a la felicidad... Ser «bendecido» quiere decir, fundamentalmente, ser aprobado, hallar aprobación… Ya que este es el universo de Dios, no puede haber mayor «bendición» que la de ser aprobados por él” (Carson). Son quienes pertenecen al Señor y son bendecidos por Él, y como consecuencia de eso, pueden disfrutar de la mayor felicidad, esa para la que fuimos creados al disfrutar de Dios.
En este caso, la bienaventuranza se aplica a los misericordiosos, compasivos (gr. ἐλεήμων, eleeímon).
i) La misericordia bienaventurada
Orden en las bienaventuranzas
Las bienaventuranzas no se exponen aleatoriamente, sino que el Señor va avanzando lógicamente en una descripción del carácter del discípulo.
La persona que refleja estas bienaventuranzas es consciente de su bancarrota espiritual (v. 3) y se lamenta por ella (v. 4), lo que le hace tener una disposición humilde (v. 5) y ansiar la justicia de Dios (v. 6). Por eso, ahora puede tener misericordia con el miserable porque se reconoce también como tal.
Así, las bienaventuranzas anteriores tenían un énfasis negativo, apuntando a la carencia del discípulo y su deseo por el bien que sólo puede venir de Dios hacia Él. Las siguientes cuatro bienaventuranzas tienen un énfasis más positivo, mostrando el fruto de la obra del Espíritu en el discípulo, con un carácter transformado.
De esta forma, como las describió Spurgeon, las bienaventuranzas son una escalera de luz en la que la gracia es la que pone cada peldaño.
Definición de misericordia
Debemos tener en mente que los autores del Nuevo Testamento escribieron en griego, pero su trasfondo era el hebreo del Antiguo Testamento. Por ello, cuando vemos un concepto en griego, debemos preguntarnos cómo se usaba en el Antiguo Testamento (versión griega Septuaginta), pues esa era la versión que consultaban los Apóstoles y la iglesia primitiva. Así, la palabra del A.T. para misericordia era el heb. hesed, que está ligado al amor del pacto. Cuando se traduce al griego, el término es eleos, que es, justamente, la palabra de esta bienaventuranza en el original.
El punto es, entonces, que las ideas de misericordia y amor de pacto iban juntas en la mente de los autores del Nuevo Testamento.
La misericordia de la que habla el Señor aquí, es una disposición compasiva hacia el prójimo y los hermanos en la fe. Es esa bondad y benevolencia que siente las miserias de los demás y ve con compasión los sufrimientos de los afligidos, sabiendo que ‘compasión’ significa literalmente ‘sufrir con’ otro. Es la gracia que hace reaccionar con bondad ante el ofensor y rechaza tomar venganza (Pink).
Se refiere a los que abundan en compasión por los demás. Se compadecen de todos los que sufren, ya sea a causa del pecado o de un mal físico, y amorosamente procuran aliviar sus sufrimientos
J. C. Ryle, Meditaciones sobre los Evangelios: Mateo, trad. Pedro Escutia González (Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 2001), 51.
Esto es importante, pues no se queda en el sentir:
El Evangelio según San Mateo La quinta bienaventuranza
Misercordia es amor hacia quienes están en miseria, y un espíritu perdonador hacia el pecador. Abarca tanto un sentimiento de bondad, como una acto bondadoso
Es
“… el deseo de aliviar el sufrimiento… es compasión además de acción” (Lloyd-Jones, 132).
Se puede, así, diferenciar la gracia de la misericordia:
La gracia responde al que no merece nada; la misericordia responde al miserable (Carson).
Algo esencial a considerar, es que la misericordia-amor de Dios siempre irá de la mano con la verdad de Su Palabra. Por lo mismo, jamás consentirá el pecado, sino que buscará la santidad del ser amado.
Resultado de la obra de Dios en el corazón
Esta misericordia en ningún caso nace de la naturaleza caída, sino que necesariamente es fruto de la obra del Espíritu en el creyente. Es una virtud espiritual que se recibe con el nuevo nacimiento. La misericordia en el discípulo es el reflejo de la abundante misericordia de Su Padre celestial. Así,
El Evangelio según San Mateo La quinta bienaventuranza
la misericordia de que habla esta bienaventuranza brota “de la experiencia personal de haber recibido la misericordia de Dios”
Así también exhorta la Escritura:
“Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo.” (Efesios 4:32, NBLA)
La misericordia es fruto de la sabiduría que Dios forja en el discípulo de Cristo. En otras palabras, no se puede ser sabio sin ser misericordioso, y quien es misericordioso, es sabio:
“Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía.” (Santiago 3:17, NBLA)
Para el Señor es primero el ‘ser’, luego el ‘hacer’. Primero ‘somos discípulos’, y como consecuencia ‘actuamos’ como discípulos. Más adelante en este Sermón del Monte tratará con los actos, pero ahora trata con la disposición del corazón del discípulo.
El cristianismo no es una simple cáscara o capa que nos ponemos encima. Se trata de un cambio radical que Dios obra en nuestro corazón, y desde allí impacta todo nuestro ser y todas nuestras relaciones. De eso tratan las bienaventuranzas.
EI cristiano perdona porque él ha sido perdonado y porque necesita del perdón. Exactamente de esta misma manera, y por los mismos motivos, el discípulo de Jesucristo es misericordioso (Carson). Entre más consciente estoy de mi deuda con la gracia divina, más misericordiosamente voy a actuar hacia los que me agravian, me hieren y me odian (Pink).The Message of the Sermon on the Mount (Mateo 5:7)
Nada nos mueve a perdonar como el conocimiento asombroso de que nosotros mismos hemos sido perdonados. Nada prueba más claramente que hemos sido perdonados que nuestra propia disposición a perdonar.
Ejemplos bíblicos
Encontramos esta misericordia claramente delineada en las Escrituras:
1. En Abraham, cuando a pesar de haber sido agraviado por Lot (Gn. 13), luego dejó todo para ir a rescatarlo cuando fue secuestrado por una coalición de reyes enemigos (Gn. 14).
2. En José, cuando perdonó a sus hermanos, aunque tenía autoridad y poder para castigarlos duramente o matarlos. Sin embargo, en lugar de eso, tuvo compasión de sus hermanos, los atendió en su necesidad y les dio la oportunidad de ser restaurados espiritualmente y, a pesar de haber sido gravemente ofendido, fue él quien buscó la reconciliación con ellos (Gn. 45:4-5).
3. En Moisés, pues no tomó venganza de sus hermanos Aarón y Miriam cuando murmuraron amargamente contra él, sino que al ver que Miriam fue castigada con lepra por el Señor, “clamó al Señor y dijo: «Oh Dios, sánala ahora, te ruego” (Nm 12:13). Moisés mantuvo esta misma actitud compasiva hacia su pueblo, pese a todas las murmuraciones y rebeliones que ellos levantaron en su contra, a lo que él respondió intercediendo por ellos ante el Señor, rogando misericordia para ellos.
4. En David, quien rehusó vengarse de Saúl, a pesar de que este rey lo perseguía intensamente para matarlo, y que David pudo eliminarlo en al menos dos ocasiones, en lugar de eso tuvo compasión y le perdonó la vida.
5. Dorcas es un ejemplo notorio de esta misericordia, ya que se le describe como una mujer “rica en obras buenas y de caridad que hacía continuamente” (Hch 9:36).
6. En el buen samaritano de la parábola (Lc. 10:33-35), quien tuvo compasión y se ocupó de aliviar a quien encontró mediomuerto en el camino. Este es un retrato preciso de la misericordia bíblica, pues dispuso de su tiempo, sus fuerzas y dedicación a asegurarse de que este hombre estuviera a salvo y bien, pese a que no lo conocía, que nada podía devolverle y que pertenecía a un pueblo que era enemigo del suyo.
Esta es la misericordia bienaventurada.
ii) La Bendición
Los misericordiosos son benditos, pues ellos recibirán también misericordia. Esto no quiere decir que se la ganarán con sus méritos, por haber sido misericordiosos. Eso sería salvación por obras, y nadie alcanzaría méritos suficientes, pues nuestra misericordia puede ser genuina, pero siempre será imperfecta mientras vivamos en este mundo bajo el pecado.
Lo que quiere decir, es que quienes exhiben esta misericordia en sus vidas, evidencian que han recibido primero la salvación de Dios y la obra de Su Espíritu, y por ello pueden esperar recibir la bendición de la eterna misericordia de Dios. En otras palabras, los discípulos de Cristo no son salvos por mostrar misericordia, sino que muestran misericordia porque ya son salvos.
Así es como debemos entender también pasajes como este:
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores... »Porque si ustedes perdonan a los hombres sus transgresiones, también su Padre celestial les perdonará a ustedes. »Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus transgresiones.” (Mateo 6:12,14–15, NBLA)
Por tanto, aquellos que han sido salvos, reflejarán en sus vidas y sus relaciones personales la misericordia que han recibido de parte de Dios. Por lo mismo,
“Si no soy misericordioso hay una sola explicación; nunca he entendido la gracia y misericordia de Dios; estoy apartado de Cristo; sigo todavía en mis pecados, no he recibido perdón” (Lloyd-Jones, 140).
Sobre la bendición prometida, sin duda comenzamos a experimentarla en este siglo. Dice la Escritura:
“El hombre misericordioso se hace bien a sí mismo, Pero el cruel a sí mismo se hace daño.” (Proverbios 11:17, NBLA)
Es decir, la misericordia no sólo hace un bien a otros, sino también beneficia a nuestra alma, pues al andar en obediencia a la Palabra de Dios, disfrutamos de la comunión con Él y somos llenos de gozo, al caminar bajo la luz de Su rostro.
Por otro lado, el implacable y rencoroso, vive lleno de oscuridad y demuestra estar lejos de la vida de Dios:
“Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha mostrado misericordia. La misericordia triunfa sobre el juicio.” (Santiago 2:13, NBLA)
Por otro lado, también es indudable que esta bendición sólo podremos experimentarla a plenitud cuando estemos ante la presencia gloriosa de Dios, como se ruega respecto de Onesíforo:
“Conceda el Señor misericordia a la casa de Onesíforo, porque muchas veces me dio consuelo y no se avergonzó de mis cadenas. Antes bien, cuando estuvo en Roma, me buscó con afán y me halló. El Señor le conceda que halle misericordia del Señor en aquel día. Además, los servicios que prestó en Éfeso, tú lo sabes mejor.” (2 Timoteo 1:16–18, NBLA)
Esta es la bendición prometida.
i) Cristo, la misericordia de Dios revelada
Las bienaventuranzas son un retrato de los discípulos, pero ante todo, reflejan la imagen del Maestro, el varón bienaventurado por excelencia. Es el bendito, de quien el Padre dijo: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido” (Mt. 3:17), lo que muestra la suprema bienaventuranza de Cristo, “el varón perfecto” (Ef. 4:13 RV60).
Jesucristo es ‘el Bendito’, quien está lleno de toda bendición, y es en unión con Él que somos bendecidos.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3)
Esta bendición de Cristo incluye la misericordia de la que hablamos hoy, pues las cualidades que Él exige de sus discípulos, Él las posee en el grado supremo.
La Escritura presenta a Cristo como la misericordia de Dios en persona manifestada a la humanidad, recordando aquí el vínculo inseparable que existe entre misericordia y amor pactual de Dios.
“»Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16, NBLA)
Así, Cristo es Dios hecho Hombre revelando esa misericordia que está en el carácter mismo de Dios:
“«El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad (fidelidad);” (Éxodo 34:6, NBLA)
“El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” (1 Juan 4:8, NBLA)
El Señor Jesús manifestó esa misericordia-amor, demostrándola constantemente durante su ministerio terrenal hacia las multitudes, pero también a personas:
“Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.” (Mateo 9:36, NBLA)
(ver también Mt. 14:14; Mr. 6:34)
“Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores».” (Lucas 7:13, NBLA)
Esta misericordia no es como la nuestra, sino que es perfecta y completa. No puede haber misericordia en un grado más alto y excelente que la de Cristo. Es lo que lo llevó a soportar constantemente la torpeza de sus propios discípulos, de modo que dice:
“... sabiendo Jesús que Su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Juan 13:1, NBLA)
Pero también fue por esa misericordia que soportó las insolencias de los incrédulos, cuando hasta en la misma cruz
“Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»...” (Lucas 23:34, NBLA)
Por esa misericordia, fue a buscar a Pedro para restaurarlo (Jn. 21:15-17), incluso cuando él lo había negado cobardemente.
Ese es el corazón compasivo de nuestro Salvador, que lo llevó a entregarse hasta la muerte para nuestra salvación, pues es un Dios que ama tener misericordia:
“¿Qué Dios hay como Tú, que perdona la iniquidad Y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en Su ira para siempre, Porque se complace en la misericordia” (Mi. 7:18).
ii) Aplicación a nuestra vida
Pero esta misericordia de Cristo no es sólo para que la admires, sino para que la imites como discípulo.
Esta bienaventuranza lleva a hacer algunas preguntas difíciles. ¿Tienes misericordia con el desdichado o lo miras con desdén? ¿Eres sensible ante el afligido o Ie ignoras? ¿Ayudas al que se ha apartado del camino o Ie muestras rencor? Con los que caen, ¿tienes compasión, o eres exigente y sin paciencia?
Mientras el Señor que es lento para la ira y grande en misericordia, tristemente, nosotros somos rápidos para la ira y tardos para la misericordia.
Pero si has recibido el amor de Dios en Cristo, entonces ya no puedes ver a los hombres igual, sino con los ojos de un cristiano. No puedes verlos simplemente como personas molestas que te desagradan, sino con ojos compasivos, como personas condenadas que necesitan salvación, tal como tú estabas en tinieblas y fuiste recibido a misericordia.
Por lo mismo, el amor que Dios te ha mostrado debe producir en ti un carácter tierno y compasivo, pronto a mostrar amabilidad y consuelo a todos, especialmente a los que sufren.
“La bondad de ustedes sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca.” (Filipenses 4:5, NBLA)
Esta misericordia debe dar diversos frutos en nosotros:
Benevolencia general hacia toda criatura
La misericordia de Dios nos impacta a tal punto, que debemos ser bondadosos y evitar toda crueldad y agresividad no sólo hacia nuestro prójimo, sino incluso hacia las demás criaturas de Dios.
“El justo se preocupa de la vida de su ganado, Pero las entrañas de los impíos son crueles.” (Proverbios 12:10, NBLA)
Alguien una vez dijo: si tu perro no sabe que eres cristiano, entonces probablemente no lo eres. Jonathan Edwards, en sus famosas resoluciones espirituales, se determinó:
“jamás permitirme ni la más mínima emoción de ira hacia seres irracionales” (Res. N° 15).
Desde luego, si esta bondad se ha de mostrar hacia las criaturas no humanas, con mucha mayor razón se debe tener hacia quienes están hechos a imagen de Dios, deseando el bien del prójimo y buscando su salvación y su realización espiritual en Dios.
Compasión hacia los pobres
Aunque muchos malinterpretan hoy la visión que debemos tener de los pobres de este mundo, lo cierto es que se debe mostrar una compasión especial hacia los pobres, lo que se encuentra por toda la Escritura.
“Ningún hombre misericordioso podría olvidar a los pobres. Aquel que pasara por alto sus males sin sentir ninguna simpatía, y viera sus sufrimientos sin aliviarlos, podría parlotear lo que quisiera acerca de la gracia interior, pero no podría haber gracia en su corazón” (Spurgeon)
Esta compasión se ha demostrar primeramente hacia la familia, ayudando a los que estén en necesidad, y también a los que están entre el pueblo de Dios:
“Así que entonces, hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe.” (Gálatas 6:10, NBLA)
“Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (1 Juan 3:17–18, NBLA)
Esta misericordia se ha de mostrar a todos los necesitados y afligidos del Cuerpo de Cristo, incluyendo a los perseguidos y despojados por causa del Evangelio. Tanto es así, que seremos juzgados según estas cosas:
“»Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: “Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. ”Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a Mí”.” (Mateo 25:34–36, NBLA)
Actitud misericordiosa en las relaciones personales y de hermandad
El misericordioso no busca provocar al otro, sino librarlo de caer. No tientes a otros en áreas en que sabes que son débiles. No provoques a otro a pecar donde sabes que le cuesta. Esto tiene aplicación especial en las discusiones matrimoniales y los conflictos familiares. Cuidado con esas palabras o gestos que sabes que incendiarán a tus seres queridos.
Sé misericordioso no esperando demasiado de los demás. Muchas veces una persona es culpable de su inmadurez cuando ha sido negligente en sus deberes espirituales y se ha dejado estar. Pero en otras ocasiones, somos nosotros los culpables cuando exigimos a una persona un conocimiento o una madurez que no está en condiciones de mostrar todavía (se aplica especialmente a los hijos). Esto es ser implacable, no misericordioso.
Otros esperan que sus cónyuges sean como tal o cual hombre o mujer que les parece ejemplar. Les exigen diciendo: “¿Por qué no puedes ser como tal o cual?”. O quizás no se atreven a decirlo, pero se enojan igualmente con sus cónyuges porque no son como quisieran. Lo mismo puede pasar con los padres hacia los hijos. Sé misericordioso aceptando que el otro no se tiene por qué ajustar a tu molde ideal.
Dar el beneficio de la duda e interpretar de buena fe
Ser misericordioso implica que no estás con una vara esperando que el otro caiga y atento a señalar faltas ajenas. Debes asumir que no eres Dios, no sabes todas las cosas, y hay intenciones o hechos que no conoces. Puedes equivocarte al analizar los hechos y acusar a otro de algo que no ha hecho. Por eso, el misericordioso da el beneficio de la duda a su prójimo, no se da la licencia de pensar lo peor del otro, sino que se contiene y espera a enterarse bien de la situación.
Sobre todo cuando hablamos de hermanos en la fe, debemos proponernos interpretar de buena fe al otro. No tomar sus palabras ni sus actos de la peor forma posible, sino buscar la interpretación que mantenga nuestra comunión con él y su honra.
Esto no es lo mismo que encubrir. El que encubre, es cómplice del pecado de otro al ocultarlo a sabiendas, pero el que interpreta de buena fe, no quiere caer en malos pensamientos ni acusaciones falsas sin tener plena certeza de si el hermano ha caído o no.
“no nos convirtamos en buscadores de manchas, sino que miremos al lado brillante del carácter del hermano en vez de mirar su lado oscuro...” (Spurgeon).
Por lo mismo, cuídate también de recibir ligeramente malos comentarios sobre otros. El que recibe a la primera una difamación, es tan culpable como el que difama. Desalienta al chismoso, aclarando que tú no recibirás malos comentarios, aunque sea con la excusa clásica del “te lo digo para que ores”. Decide tener un carácter prudente y justo en estas cosas.
Compasión con el que ha caído
Ahora, si la caída de otro es un hecho, también debemos actuar con compasión:
“Hermanos , aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gálatas 6:1, NBLA)
Otra de las resoluciones de Jonathan Edwards, es que ante el pecado de otro, no debía permitirse el orgullo de pensar que él no haría tal cosa, sino considerar que él era capaz de cometer los mismos pecados, y así tomar eso como una ocasión de examinarse a sí mismo y rogar la misericordia de Dios.
Sé compasivo con el que está luchando con su pecado y en ocasiones cae, pero busca seguir a Jesucristo en medio de su debilidad. La misericordia que entregas en un momento, en otro necesitarás recibirla. La mano que diste para levantar a tu hermano, necesitarás que otro te la extienda cuando tú caigas.
Compadécete del que se ha extraviado e intenta hacerlo volver al camino del Señor, buscando que su alma sea restaurada.
“así como su Señor y Maestro buscaba lo que estaba herido, y vendaba lo que estaba quebrado, y sanaba lo que estaba enfermo, y traía de regreso lo que se había descarriado, de la misma manera todos Sus siervos deben imitar a su Señor...” (Spurgeon)
Compasión con el que nos ofendió
La misericordia se pone a prueba especialmente cuando la gente nos ofende o nos difama. ¿Cómo reaccionamos ante una situación así? Eso indicará con mucha precisión si tenemos la virtud de esta bienaventuranza.
Spurgeon llamaba a sus hermanos diciendo: “tengan un ojo ciego y un oído sordo”. Es decir, sepan que incluso sus seres queridos pueden decir cosas muy amargas sobre uds., pero ante eso, soporten la falta y no se exalten. Dejen que prime ahí el ojo ciego y el oído sordo. El Señor se encargará de honrar a los que le honran y de sacar a la luz la verdad. Si en lugar de eso nos airamos y explotamos, el Nombre de Dios no será glorificado,
“pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios.” (Santiago 1:20, NBLA)
Si te permites guardar rencor en el corazón, incluso aunque digas “te perdono” de labios para afuera, realmente no estás siendo misericordioso. No estás perdonando como tú mismo fuiste perdonado.
Recuerda la exhortación del Señor:
“¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?”. (Mateo 18:33, NBLA)
Que este último aspecto nos lleve a recordar el perdón que recibimos de Dios en Cristo. Que este sea el motor para toda misericordia en nosotros:
“Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes.” (Colosenses 3:12–13, NBLA)