Un corazón refugiado en Su Palabra (Sal.119:9-16)

Hemos iniciado junto a nuestro hermano Víctor una nueva serie de exposiciones basados en el Salmo 119. Nos hemos alejado de las islas de los Salmos peregrinos y nos hemos acercado al vasto continente del Salmo 119. Este Salmo está dividido en 22 secciones, según el alfabeto hebreo, el cual encabeza cada sección partiendo con la letra Alef, Bet, “Guímel” y así sucesivamente. Cada una de estas letras da inicio en el original hebreo a cada versículo que forma las diferentes secciones dando vida a un acróstico, el cual es un útil método poético para desarrollar la memorización. Nuestro hermano Víctor ya inicio la serie con la letra Alef: Anhelando la Obediencia. Hoy nos centraremos en el segundo párrafo, Bet: Un corazón refugiado en Su Palabra”.

1.Un corazón limpio (v.9-11)

Probablemente la juventud es la época de nuestra vida en donde más vivos nos sentimos, desarrollamos nuestras capacidades, tenemos un agudo sentido de observación, queremos disfrutar en plenitud la vida. Salomón describe muy bien esa realidad: Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios (Ecl.11:9). Las Escrituras describen la juventud como un legítimo periodo de disfrute, pero al mismo tiempo es una época en donde somos responsables ante el Señor, él observa nuestro caminar. En el mismo sentir, el autor del Salmo pregunta: ¿Con qué limpiara el joven su camino? Sume que el joven trazará un camino disfrutable, pero que en un punto deberá limpiarlo, porque es un pecador. El autor no está estableciendo que la juventud sea la única etapa de la vida en que necesitemos la limpieza de la Palabra. No hay rienda suelta para quienes han llegado a la adultez o vejez como si fuesen competentes de normar su propia vida, como si su propia prudencia fuese una ley suficiente para trazar su camino. Sea en tu niñez, juventud, adultez o vejez necesitas limpiar tu camino del pecado, no hay atajos que te puedan ayudar en tu ruta, el pecado no es un problema de edad, sino un problema del corazón. Si has nacido de nuevo has sufrido un trasplante de corazón, de uno de piedra a uno de carne, y como todo corazón que ha sido trasplantado necesitas mantenimiento en toda época y lo único que puede hacer que ese corazón siga latiendo por Cristo es el torrente continuo de su Palabra en tu vida.

Debemos asumir que somos impotentes ante el pecado, solo la Palabra aplicada por el Espíritu Santo en nuestras vidas nos puede llevar a la victoria. Hace pocas semanas estudiábamos la armadura de Dios, dentro de sus elementos solo hay un arma ofensiva, la espada: la Palabra de Dios, ella es la única que puede cortar la maleza que hay en el camino, es la única que tiene el poder ahuyentar a Satanás diciéndole “Escrito está”, es lo único que te sostendrá en el día malo, es lo único que te llevará a los atrios del Señor. No limpies tu camino con tus obras, lo estropearas aún más, porque “tus justicias son como trapo de inmundicia” (Is. 64:6), no lo limpies con jabones de autojusticia (Jer.2:22), limpia tu camino, tu corazón con la santa Palabra del Señor, ella es poderosa. El Señor les dijo a sus torpes, débiles y pobres discípulos, esta gran declaración: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Jn.15:3), si estas en Cristo, has sido limpiado por el poder de la Palabra, pero también tienes la capacidad para tomar la Palabra y vivir en dependencia del Señor, esa es la marca de los discípulos: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn.15:10).

Guardar sus mandamientos asegura una senda limpia que nos arraiga y perfecciona en su amor (1 Jn.2:5). Ese amor no se ha revelado en la creación, ni en tus experiencias, sino en su revelación especial, en su Santa Palabra, es ahí en donde conocemos la anchura, longitud, profundidad y altura del amor de Cristo. La pregunta del Salmista es clara: ¿Con qué limpiaras tu camino? Él consulta por el objeto que proporciona limpieza, pero esa pregunta esta indivisiblemente unida al quién, ¿Quién limpiara tu camino? Hace siglos atrás esa pregunta fue respondida por el Apóstol Pedro “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn.6:68). Hoy, él sigue teniendo la misma disposición hacia aquellos que son afectados por la lepra del pecado, sigue diciendo: “Quiero limpiarte” (Mt.8:2-3), nuestra respuesta a su deseo debe ser: “Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Sal.51:2).

El Salmista es un hombre regenerado y temeroso que “busca con todo su corazón al Señor” (v.10) a diferencia del hombre caído que está inhabilitado de buscar a Dios (Rom. 3:11). Él está confesando que necesita la dirección de Dios en todo momento, anhela contemplar su rostro (Sal.27:8), busca las cosas de arriba (Col.3:1). Como aprendimos en la serie de Salmos peregrinos nosotros somos peregrinos que transitamos por este mundo, pero no estamos perdidos, no vivimos como estrellas errantes, tenemos una brújula tangible que nos indica el camino: las Escrituras. Hace un momento lo entonábamos: “Es tu ley Señor, faro celestial, que en perenne resplandor, norte y guía da al mortal”. Sus mandamientos dan sentido y dirección a nuestras vidas, en medio de las tormentas, la oscuridad, el vaivén de las olas de este mundo, es el faro de la Palabra la que nos muestra la tierra firme de las promesas de Dios, dándonos seguridad, paz y consuelo. Quien realice esta búsqueda nunca es defraudado, el Señor nos asegura en su Palabra que “él que busca halla” (Mt.7:8) y en Heb.11:6 él se compromete a “galardonar a los que le buscan”. Estas realidades son supremamente consoladoras porque dan cuenta de que hemos sido creados para tener comunión con él, que su conocimiento es la meta suprema de nuestras vidas, que él mismo es nuestro premio. La pasión del Salmista por Dios nos enseña que es imposible cultivar una devoción instantánea, no puedes reemplazar una vida diaria devocional con lágrimas esporádicas de autoconmiseración en medio de la prueba. En el día malo es donde se prueba si hemos sido diligentes en buscar al Señor, pues en esos momentos es cuando el faro de las Escrituras viene a nuestra mente a iluminar nuestra profunda oscuridad dándonos alivio y esperanza. Busca al Señor mientras pueda ser hallado (Is.55:6).

En medio de su búsqueda el Salmista ruega al Señor: “no dejes que me desvié de tus mandamientos” (v.10). La búsqueda de Dios es imposible sin la ayuda de Dios, esa ayuda está revelada en las Escrituras. El Salmista quiere vivir ligado a los mandamientos del Señor, quiere evitar el pecado, porque pecar es desviarnos de sus mandamientos. La palabra hebrea que más se emplea en el Antiguo Testamento en referencia al pecado es “chata”, que significa “no dar en el blanco”, “perder el camino”, “equivocarse”. Por eso es que Prov.19:2 dice: “aquel que se apresura con los pies (es decir, el que pierde el camino) peca”.

Debemos reconocer que como ovejas somos propensas a deambular, como ellas somos pobres, débiles, torpes y fácilmente nos desviamos del camino. Necesitamos un deleitoso corazón obediente, necesitamos el corazón de Cristo en nosotros. Él dijo que obedecer la voluntad de su Padre era su comida (Jn.4:34), es decir, para él la obediencia al Padre era su delicia. Su ejemplo nos muestra que la obediencia según Dios satisface los más profundos dolores del hambre. En el huerto de Getsemaní nada aterrorizaba más a Jesús que la copa de ira que sería derramada sobre él al cargar nuestros pecados, pero nada lo satisfacía más que ir a la Cruz y hacer la voluntad de su Padre. Esa la obediencia que debemos anhelar, una que limpia nuestro paladar del engaño del pecado (Heb.3.13) y nos muestra en toda su dimensión la grandeza y belleza de nuestro Señor.

El v.11 es el pasaje nuclear de esta sección: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. Responde a la siguiente pregunta: ¿Cuál es el mejor libro del mundo? LA BIBLIA. ¿Cuál es el mejor lugar para guardarlo? EL CORAZÓN. Probablemente, tu Biblia tiene un lugar especial en tu hogar, tu escritorio, biblioteca o cómoda, pero la Palabra de Dios es para el corazón, ella debe vivir “en” nosotros, no en una hoja o en una tabla fuera de nosotros, no es un amuleto, sino nuestra regla interior de norma y conducta. Sus mandamientos deben ser guardados en aquel lugar donde pensamos y sentimos, el lugar donde el Espíritu la aplica a nuestra vida. El Salmista está diciendo que para que estemos refugiados en Su Palabra (título de esta serie), primeramente, la Palabra debe ser guardada en nuestro corazón, el lugar de todos nuestros conflictos. Jeremías dice que el corazón del hombre es engañoso (Jer.17:9) y Heb.13:3 nos dice que el pecado es un engaño, por lo tanto, el lugar donde el pecado se siente en casa es en nuestro corazón, es ahí en donde se libra la batalla entre los deleitosos mandamientos del Señor y el pecado.

¿Cuál es el propósito del hombre? En términos positivos es Glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre. Dicho en términos negativos es que dejemos el pecado. Ambas cosas quieren decir lo mismo. Al pecar dejamos de glorificar a Dios y cuando glorificamos a Dios disfrutando de él dejamos atrás el pecado. El Salmista, en definitiva, está en la búsqueda por la gloria de Dios y declara que guardar la Palabra en el corazón conserva la comunión con su Señor. Miremos con cuidado el texto, el autor dice: “Señor, yo no quiero pecar contra ti (v.11). Todo pecado, siempre es principalmente un atentado contra Dios y una ofensa a Su persona. Pecar es amenazar con el puño al autor de la vida, es todo lo contrario a amarle, amar y pecar son opuestos. En Jn.14:21 el Señor dijo: “el que guarda mis mandamientos me ama”, y el Salmista explica que desviarnos de sus mandamientos es sinónimo de pecar, por lo tanto, el “amor a Dios” y “pecar contra Dios” dependen de la relación que tu tengas con Su Palabra. Es por eso que todo pecado es un problema de amor, porque todo pecado es una demostración de insatisfacción en el amor de Dios y su Palabra.

Lo que necesitamos imperiosamente es valorar a las Escrituras como lo que realmente son: La ley perfecta que convierte el alma” (Sal.19:7). Afina tu paladar espiritual, aprende a saborear lo dulce que son las promesas de Dios y cuan amargo y dañino es el pecado. Como dice el profeta Isaías: “Oíd atentamente (las palabras del Señor), y comed del bien y se deleitara vuestra alma (Is.55:2). Como se ha dicho en infinidad de ocasiones, no podrás disfrutar de la dulzura de Cristo a menos que el pecado te sepa amargo. Ten mucho cuidado de convertir el pecado en una forma de vida aceptable, recuerda la advertencia del mismo profeta Isaías: ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is.5:20).

Veamos esto con un ejemplo del Antiguo testamento en Ex.15:23-25. Los Israelitas han sido liberados de la esclavitud de Egipto. Han cantado el cantico de libertad, y han pasado tres días desde su liberación: Cuando llegaron a Mara no pudieron beber las aguas de Mara porque eran amargas; por tanto, al lugar le pusieron el nombre de Mara. Y murmuró el pueblo contra Moisés, diciendo: ¿Qué beberemos? Entonces él clamó al SEÑOR, y el SEÑOR le mostró un árbol; y él lo echó en las aguas, y las aguas se volvieron dulces. Y Dios les dio allí un estatuto y una ordenanza, y allí los puso a prueba. El verbo del v.25 “mostró es la palabra instrucción, en hebreo Torá, haciendo referencia a la ley de Dios. Solo después que Moisés obedeció la torá del Señor arrojando aquel árbol es que las aguas se tornaron dulces. Lo mismo pasa en nuestras vidas. Es solo por la instrucción (la ley) de Dios que podemos disfrutar lo dulce de sus manantiales de gracia y comprobar lo amargo que es el pecado. Es por Cristo, el árbol de vida que se arrojó voluntariamente a nuestras fauces de pecado que nuestra vida se tornó de amarga a dulce.

Como decía nuestro hermano Víctor la semana anterior, la ley del Señor es ese perro ovejero que mediante sus ladridos y amenazas encauza a las ovejas por el camino para que no se desvíen. Es un látigo que amenaza nuestra negligencia, pereza y apatía. Es un aguijón contra nuestros deseos pecaminosos, es un recordatorio permanente que la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tes. 4:3). No hay otro remedio contra el pecado, no hay método científico, medicina, tratamiento psicológico, terapias farmacéuticas ni aparatos sociales que te puedan redimir, solo Cristo y su Palabra tienen ese poder. Recuerda nuevamente, “La ley de Dios (es perfecta que) convierte al alma” (Sal.19:7). ¿Quieres triunfar sobre la pereza, la lujuria, la pornografía, la envidia, el afán, la codicia, la murmuración, el enojo, la ira, celos o pleitos? Refúgiate en la Palabra de Dios, refúgiate en la oración que Jesús hizo por sus discípulos: “Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad” (Jn.17:17)

Nuestra mejor adoración es obedecer, pero dicha obediencia no está sola, pues tendríamos una salvación sumamente moral, sino que ella es producida por la fe en Jesús. Así lo entonábamos hace algunos momentos: “Obedecer y confiar en Jesús es la senda marcada para andar en la luz”. La obra de Cristo es el sustento de nuestros esfuerzos al obedecer sus mandamientos, sino todo eso sería un vano esfuerzo. El camino de Cristo nunca tuvo que ser limpiado, ni en su niñez, en su juventud ni su adultez, nunca fue hallado engaño en su boca (Is. 53:9; 1 Pe.2:22), a diferencia de nosotros, él no tuvo un corazón engañoso, sino uno totalmente recto. Nunca se desvío de los mandatos de su Padre, él dijo: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor (Jn.15:10). Es por causa de él que nuestra obediencia es agradable al Padre, es fruto de que su justicia, su obediencia es nuestra por medio de la Fe. El Señor les dijo a su pueblo en el Antiguo Pacto: Si tus hijos guardaren mi camino, andando delante de mí con verdad, de todo su corazón y de toda su alma, jamás, dice, faltará a ti varón en el trono de Israel” (1 Re.2:4). La vigencia del trono dependía directamente de la obediencia de los Israelitas, pero ninguno de ellos cumplió con estas exigencias, sino el verdadero Hijo de Dios, el verdadero Israelita, quien en cada segundo de su vida anduvo en toda verdad, amó a su Padre con todo el corazón, se humilló en perfecta obediencia para que a nosotros no nos faltará un varón que intercediera por nosotros ante el Padre celestial, para que no nos falte un Rey Pastor que nos guie con su perfecta ley.

2.Un corazón enseñable (v.12-13)

En el centro del párrafo encontramos una bendición y una petición: “Bendito tú, oh Jehová, enséñame tus estatutos” (v.12). Como Dios es fuente de toda bendición, entonces, él tiene el poder de otorgar al Salmista una bendición especial: “Señor, enséñame tus estatutos”. Él comprende que hacer la voluntad de Dios no es algo innato, no es una teoría que se aprende, ni tampoco se adquiere mediante la practica o con experiencia. Hacer la voluntad de Dios es algo que aprendemos de Dios. Cuando rogamos por su enseñanza estamos reconociendo que él debe derrumbar todas nuestras ideas propias, todas nuestras torres de babel, estamos pidiendo que él triture toda mentira en la cual se esté basando nuestra vida.

Toda enseñanza verdadera de la Palabra solo es posible si Dios mismo se vuelve nuestro maestro en y a través de todos los medios de que él nos ha dado. Por eso es que el Salmista en el v.18 exclama: ¡Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley!”. Naturalmente no somos capaces de ver la belleza espiritual de las Escrituras, cuando leemos la Biblia sin la ayuda de Dios, somos como ciegos contemplando el sol en su máximo esplendor, no es que no puedas comprender su significado más externo, sino que no podemos experimentar la cautivante belleza de la Gloria de Dios en nuestros corazones. Si miras con detenimiento las Escrituras descubrirás que Dios ha inspirado algo que es difícil de entender para nuestro intelecto que aún sufre las consecuencias del pecado, así que, lo que él ha hecho es generar en nuestros corazones un deseo desesperado por comprender Su Palabra, la cual nos debe llevar a santos ruegos, eso es lo que encontramos repetidamente en este Salmo (vv.12, 26, 64, 68, 124, 135, 171).

El mismo apóstol Pedro dijo que algunas cosas que escribió el apóstol Pablo “eran difíciles de entender” (2 Pe.3:16). Dios, siendo el perfecto maestro y comunicador no quiso que todo lo que está en su Palabra fuese de fácil comprensión; pero él no lo hizo con el propósito de arruinar tu vida con amargura buscando dejarte en la ignorancia, sino que lo hizo para producir en nosotros una dependencia absoluta a él al recurrir a Su bendita Palabra. Aun cuando nos esforcemos al máximo para comprender su Palabra, nuestra oración debe ser: “Ensancha mi entendimiento para conocer tu voluntad”. Si rogamos sinceramente el Señor nos dará gracia para entender, utilizará cada devocional, lectura diaria, culto familiar, estudio bíblico y sermón para enseñarnos sus preceptos. Él quiere mostrarte su Gloria.

Ancianos y maestros de IBGS, para enseñar deben ser enseñables, no importan sus capacidades ni títulos necesitan del poder de Dios, estudiantes de seminario, para ser licenciados deben ser enseñables, varones cabeza de hogar para enseñar a tu esposa e hijos deben tener un espíritu enseñable, madres de IBGS para enseñar a tus hijos requieres un corazón enseñable, toda IBGS necesita esta oración: “Danos un corazón enseñable”. Comprométete con tu Señor como él se ha comprometido en tu educación espiritual. Medita en lo siguiente. El solo hecho de que tengas en tus manos una Biblia traducida en tu idioma es una muestra del bondadoso maestro que tienes, que tu biblioteca este repleta de libros que expliquen las Escrituras es un compromiso de Dios por enseñarte, pero el acto más amoroso y demostrativo por educar tu alma es que Dios se hizo hombre, la Palabra misma de Dios se encarnó en Cristo para enseñarnos sus estatutos. Él vino a predicar el “año agradable del Señor” (Lc.4:19); a enseñarnos las palabras que el Padre mismo le había dado (Jn.17:8); mira lo que dice Jn. 18:37 (LBLA) ¡es conmovedor¡: “Para esto he nacido, para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Cristo fue, es y seguirá siendo el perfecto maestro de nuestras almas. En su amor él nos dejó un Consolador de su misma naturaleza para continuar enseñándonos: El Espíritu Santo.

Pueblo del nuevo pacto no olvides la promesa del Señor: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande” (Jer.31:34 a). Este pasaje no nos está diciendo que debemos prescindir de los hombres que fielmente enseñan la Palabra del Señor en cada Iglesia Local, o que ya prescindamos de instrucción, sino que en el nuevo pacto Cristo nos ha facultado con discernimiento espiritual, hemos recibido el Espíritu de Gracia como enseñador, quien nos guía a toda verdad por medio de las Escrituras, para que ellas sean el timón de nuestras almas. Es verdad, no somos expertos en cada área de la vida, pero por la gracia del Espíritu somos capaces de comprender las verdades más esenciales de la redención en Cristo. Cuando sientas que la tarea de estudiar la Palabra del Señor es abrumadora o imposible, recuerda la promesa del Señor del nuevo pacto: “pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:27). Las palabras “yo pondré” y “yo haré” muestran el infinito compromiso que nuestro maestro mantiene con nosotros, él hará su obra en ti. Como maestro amoroso él escucha y responde nuestras preguntas, corrige nuestras faltas y nos capacita para vivir en este mundo.

Nace aquí una pregunta: ¿Qué hacer con lo aprendido? (v.13). El Salmista responde: “Con mis labios he contado todos los juicios de tu boca”. Él está definiendo la identidad de un discípulo: Somos proclamadores, no “editores” de su Palabra. No tenemos permiso para innovar, cambiar u omitir los juicios del Señor. El Salmista anuncio los juicios de Dios tal como le fueron enseñados, tanto lo agradable como lo desagradable, sin cambiar un ápice del consejo de Dios. No era un embajador con el privilegio de negociar, era un mensajero con una noticia que ser debía escuchada y atendida. Sus labios se habían sincronizado con lo que sale de la boca de Dios, es decir, sus palabras eran las palabras de Dios. Sus labios están exteriorizando lo que hay en su corazón: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt.12:34) ¿Qué había guardado en su corazón el Salmista? Los mandamientos del Señor. Nuestras palabras, dichos, conversaciones dan cuenta de la condición de nuestro corazón, son como los frutos de un árbol que muestran claramente cuál es su tipo, nuestras raíces más profundas y los ídolos que nos dominan.

Este Salmo nos muestra claramente que no podemos hablar lo que se nos da la gana, nuestros labios deben agradar al Rey con su ley, deben ser una evidencia clara de un corazón gobernado por Dios, es un llamado a que el idioma del cielo haga morada en nuestra boca. Sin los juicios del Señor jamás podrás amonestar, animar, exhortar, servir o amar al pueblo de Dios. Sin los juicios del Señor jamás podrás transmitir eficazmente el evangelio, porque el Evangelio es una buena noticia producto de la mala noticia del juicio de Dios contra el pecador. No cierres tus labios, el Apóstol Pedro dijo: no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (Hch.4:20), el profeta Isaías exclamo: “Por amor a Sión no callaré (Is.62:1). Las falsas ideologías de este mundo aún se siguen proclamando, a pesar de sus rotundos fracasos por redimir a la humanidad, pero nosotros, como dijo el Apóstol Pablo somos proclamadores de los “insondables juicios de Dios” (Rom.11:33). Sus decisiones soberanas, sus decretos, sus disposiciones, su bendito plan de redención es lo que el mundo necesita, el Señor está con nosotros (Hch.18:9-10), no calles por amor a Dios y su pueblo.

3.Un corazón que no olvida (v.14-16)

En los versos vv.14 y 16 el Salmista describe el gozo que experimenta en los mandamientos del Señor. Explica que las riquezas de este mundo no son verdaderas riquezas al compararlas con la Palabra, el gozo que ella produce no tiene competidor. Los impíos tienen sus riquezas en tesoros que están fuera de ellos, mientras que, el nacido de nuevo, como estudiábamos al principio, tiene su tesoro en su corazón, es una alegría que el mundo no te puede arrebatar. El gozo del impío es externo y pasajero, el del cristiano es interno, externo y eterno. Ningún tesoro de este mundo puede lidiar con el cáncer del pecado, las Escrituras son una riqueza superior, presente, activa y que vence el pecado. De hecho, lo único que puede librarte del amor por las riquezas de este mundo es la riqueza de la Palabra. Si atesoras los mandamientos del Señor eres rico en Dios (Lc.12:21), pues por medio de Cristo has adquirido las riquezas de su gracia” (Ef.1:7).

¿Cómo podemos definir el concepto de tesoro? Es aquello que ha cobrado valor e importancia en nuestro corazón, es lo que controla lo que pensamos y deseamos. En definitiva, nuestro tesoro es la fuente de nuestra alegría. Parafraseando Mt.6:21 “Donde este tu tesoro, allí también estará tu fuente de alegría”. Te pregunto: ¿Es la Palabra de Dios más valiosa que un maletín lleno de dinero? Dirás, si por supuesto. Pero te pregunto lo mismo de otra forma. Si te dijeran que debes hacer todo tipo de sacrificios por un mes de trabajo extenuante por un monto de mil millones de pesos, ¿Qué estarías dispuesto a hacer? ¿Cuántos insomnios, desgaste físico e intelectual estarías dispuesto a empeñar? Y luego de recibir esos mil millones, ¿Cuántas cosas harías con tal de conservarlos? Si la Palabra es tu real tesoro, ¿Cuáles son los esfuerzos diarios que empleas para estudiar, valorar, conservar y amar la Palabra del Señor? Examínate y cotiza cual es el valor que le estas dando a la Palabra.

Este texto nos muestra claramente la falsedad de la frase: “Dios nos llama a la santidad, pero no a la felicidad”. La Palabra de Dios nos libra del pecado y nos santifica produciendo verdadero gozo. Entonces, la santidad y el gozo no son conceptos contrarios, no olvidemos lo que dice el Sal.16:11, en la Santa presencia de Dios “hay plenitud de gozo”. La santidad no es un “matagozo”, el pecado sí lo es. El pecado es gozo envenenado, es el camino más corto a la infelicidad, mientras que la santidad producida por la Palabra, como decía Spurgeon: “es el camino real hacia la felicidad”. La santidad no significa abstenerse del placer, sino que es reconocer a Jesús y sus palabras como la fuente suprema de alegría. Dios es acérrimamente antipecado, pero en ningún sentido es antifelicidad, comprendamos que es la santidad es lo que asegura nuestra felicidad. Así que no dejes de mirar en las Escrituras hasta que estes feliz en el Señor, mira la Biblia y recorre sus páginas hasta que sientas plena alegría en un aspecto de Dios, hasta que uno de sus atributos te abrace de felicidad, hasta que tu corazón sea conmocionado por la sonrisa de Dios en la faz de Jesucristo.

En el v.15 el Salmista expone sobre la necesaria disciplina de la meditación. Conectando esto con las riquezas, el avaro mira con frecuencia su tesoro, lo contempla y aprecia, pero nosotros por medio de la meditación volvemos a admirar la exquisita riqueza de la Palabra plantada en nuestros corazones. Pensamos en lo que disfrutamos, el Apóstol Pablo dijo: “según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios (Rom.7:22). Para el nacido de nuevo la ley de Dios no son letras muertas, sino palabras de vida. La meditación no es dejar de lado la actividad mental, no es vaciar nuestra mente, al revés, es llenarla de la Palabra de Dios, es el arte del cristiano por medio del cual traemos las verdades eternas a nuestra mente, las consideramos seriamente y las aplicamos a nuestra vida. No es un plus, es un necesario imperativo, es respirar el texto, es inhalar la Palabra de Dios y dejar que ella oxigene todo nuestro ser.

Los puritanos practicaron consistentemente la meditación, entendieron que somos criaturas de pensamiento, sentimiento y voluntad. Comprendieron que todo el día estamos en una imparable conversación con nosotros mismos en nuestras mentes y que el medio para arrastrar los corazones hacia la Palabra es la meditación. Meditaban en los grandes temas de la vida: la majestad de Dios, la seriedad del pecado, la belleza de Cristo, la seguridad de la muerte, el juicio de Dios, el infierno y el cielo. No solo meditaban en la salvación y sus efectos, también en el pecado y sus consecuencias, con el fin de poder aborrecer el pecado con todo su corazón. Fil.4:8 es muy claro en lo que debemos pensar: “(en lo) verdadero, honesto, puro, amable, lo que tiene buen nombre”, meditar en la Palabra no es otra cosa que el arte de pensar los pensamientos de Dios. Esta disciplina dará contenido a nuestra oración y a nuestra adoración, porque después de meditar saldremos calibrados, enfocados y entendidos en la Palabra, nuestro corazón indefectiblemente se inclinará a adorar a Dios y disfrutar la dulzura del alimento espiritual que hemos degustado en Su Palabra. Hay muchas cosas que hoy te pueden preocupar y hacer vivir en afán y ansiedad, como lo es la pandemia, el nuevo gobierno, la nueva constitución, la inflación, la crisis migratoria, la falta de trabajo o el futuro, pero para tener respuestas a esas problemáticas primero es lo primero: medita en la Palabra.

No tienes excusas para no meditar en las Escrituras, tienes decenas de versiones de Biblias, excelentes comentarios bíblicos, sermones en diferentes formatos digitales, perteneces a una generación privilegiada, estas a un clic de acceder a un sinfín de devocionales, estudios, sermones y recursos bíblicos. ¿Sufres de problemas de tiempo? Parafraseando a John Piper, “Facebook, twitter, las plataformas de streaming demostrarán en el juicio final que la falta de meditación en su Palabra no fue por falta de tiempo”. De nuevo, “en donde este nuestro tesoro estará nuestro corazón” a ese tesoro dedicaremos tiempo, esfuerzo y sacrificios. El tiempo a Solas con Dios se planifica, se fabrica, se intenciona, no es algo que se produce por generación espontánea. Necesitamos ese tiempo a Solas con Dios para que sea el motor que genera los demás tiempos de meditación en nuestro día a día, para que experimentemos lo que dice el Salmista: “En la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche” (Sal.1:2). Meditar es la genuina y amorosa expresión de un salvado por su Señor:¡Oh, cuanto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal.119:97).

La última frase de este párrafo expresa la decisión firme del Salmista: “No me olvidaré de tus palabras (v.16). Memorizamos las Escrituras para que no la puedan arrebatar del corazón, los grandes imperios guiados por el espíritu del Anticristo podrán quemar las Escrituras que están en papel, pero no pueden quitar lo que está grabado en el corazón. La memorización de la Palabra es lo que hace posible la meditación, es lo que conecta la Palabra, con la mente y el corazón. No estamos declarando que por memorizar un texto entendamos necesariamente su significado, o que ya lo hayamos aplicado a nuestra vida, de hecho, muchos de nuestros hijos conocen textos bíblicos, pero eso no quiere decir que los comprendan. Lo prioritario es tomar el texto en serio a la luz del Evangelio. El Señor les dijo a los judíos que lo cuestionaban: “Su Palabra no la tenéis morando en vosotros, porque no creéis en aquel que Él envió” (Jn.5:38). Esos judíos por su educación memorizaban las Escrituras, pero ella no moraba en sus corazones, porque no creían en Jesús, la Palabra encarnada. Así que, memorizar las Escrituras, en la manera que lo proponen las mismas Escrituras, es conectar la historia de la redención con el Redentor: Cristo. Así lo estipulo el Apóstol Pablo: “La Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Col.3:16). Cuando vamos de visita a un hogar y nos sirven un rico plato de comida, una de las cosas que hacemos es pedir esa receta, escribirla, practicarla, memorizarla, pero ¿Por qué? Porque queremos permanente disfrutar del deleite de esa comida, eso es lo que hacemos al memorizar la Palabra, volvemos a ese bello plato espiritual que derrama abundante gracia en nuestros corazones.

Quienes menosprecian la memorización de las Escrituras están yendo en contra del alimento de la fe, se convertirán en el mejor de los casos en creyentes desnutridos y en el peor de los casos evidenciaran que simplemente no son salvos. El nacido de nuevo anhelara grabar en su corazón la Palabra. Dawson Trotman era un camionero que se convirtió al Señor en el año 1926. Mientras conducía, memorizaba un versículo diario. Durante sus primeros tres años de creyente memorizo mil versículos, si él pudo, también. Piensa en tus hermanos perseguidos en África o Asia que deben memorizar las Escrituras porque les prohíben las Biblias, nosotros oramos por ellos, pero nosotros también debemos ser como ellos. Usa todos los métodos que tengas para que la Palabra sea una señal en tu mano, un frontal en tus ojos, escríbela en los postes de tu casa y de tus puertas. ¿Te cuesta orar? Ora las Escrituras, en cada texto hay una petición, una acción de gracias o una alabanza. Padres de IBGS escuchen: Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt.6:6-7). La memorización de las Escrituras está plenamente conectada con una crianza piadosa, es imposible que repitas a tus hijos la Palabra de Dios sin que primero la hayas abrazado, memorizado, meditado y comprendido. Memoriza sus mandamientos para bendecir a tus hermanos enseñando y exhortando con toda sabiduría (Col. 3:16), sé un hacedor de las Escrituras no te engañes a ti mismo siendo un oidor olvidadizo (Stg.1:22). IBGS escucha lo que tu Señor te dice: Acuérdate de estas cosas, oh Jacob, e Israel, porque mi siervo eres. Yo te formé, siervo mío eres tú; Israel, no me olvides (Is.44:21). No olvidar al Señor es no olvidar sus mandamientos, porque él vive en ellos.

Un día te encontraras con tu Salvador, con Cristo, la Palabra hecha hombre, en un mundo nuevo y no tendrás que limpiar más tu camino, porque en el cielo no pecaremos más, por la misma razón que no Cristo no lo hace: Él es perfecto y seremos como él. Nuestra incapacidad eterna para pecar ha sido comprada por la sangre de Jesús. Nunca seremos apartados de su santidad, lo que asegurara la felicidad de su pueblo para siempre. Nunca más nos desviaremos de sus mandamientos, porque no estaremos más en presencia del poder engañador del pecado, Jesucristo arrancará de su reino a todos lo que pecan y hacen pecar. No tendrás problemas para aprender, no habrá obstáculos en nuestro intelecto para comprender porque recibiremos luz sobrenatural, nuestra mente estará capacitada para verle cara a cara, tendremos tiempo ilimitado para pasar con nuestro Señor y escuchar los designios de su boca. Nunca nos olvidaremos de él, porque viviremos con él y nuestros corazones serán de él por siempre.