Por Álex Figueroa
«Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» Esdras 7:10
Texto base: Esdras cap. 7.
Introducción histórica
(vv. 1-5) Ante todo, debemos recordar que por orden de Ciro, rey de Persia, el pueblo de Israel pudo volver a su tierra, para lo cual se le proporcionaron recursos y protección. Bajo el liderazgo de Josué y Zorobabel, secundados por los jefes de familia, el pueblo volvió a una ciudad completamente en ruinas, y a un templo del que solo quedaban escombros.
A pesar del cansancio, comenzaron a reconstruir, y su primera preocupación fue el altar del templo, para luego preocuparse de los cimientos y el resto de la estructura del templo. En ese momento, comenzaron a celebrar sus ritos y fiestas, en estricta obediencia a la ley de Moisés.
Sin embargo, los habitantes de esa tierra, que eran enemigos del pueblo de Dios, no tardaron en preocuparse por la reconstrucción del templo y de la ciudad, por lo que se decidieron a obstaculizar la obra. Para ello ocuparon diversos métodos, entre ellos la difamación contra los judíos dirigida al rey de Persia, quien finalmente ordenó detener la obra.
Pero el Señor no se olvidó de su pueblo, y despertó sus corazones para animarlos a retomar la reconstrucción. Para esto ocupó a sus servidores, los profetas Hageo y Zacarías, quienes exhortaron al pueblo y les hicieron ver la misericordia de Dios, quien se volvería a compadecer de Jerusalén.
Fue así como el pueblo acogió el llamado del Señor y retomó la obra, llegando a terminar el templo, lo que causó gran alegría entre los hijos del Señor.
Entonces, en resumen, sabemos que hubo una primera oleada de exiliados que volvió a Jerusalén en el 538 a.C., bajo el mando de Josué y Zorobabel. El templo fue terminado 22 años después, el 516 a.C. Más tarde, en el 458 a.C., es decir, 80 años después de la llegada del primer grupo y 58 años después de terminada la reconstrucción del templo, una segunda oleada de exiliados volvió bajo el liderazgo del escriba Esdras.
(vv. 6-10) Respecto de Esdras, se nos dice que él era un escriba. La función del escriba tenía algunas similitudes con lo que hoy es un notario o un abogado, aunque incluía bastantes más tareas y facultades. El cargo de escriba se fue unificando a lo largo de los siglos con el de sacerdote, de manera que para el tiempo de Jesús casi todos los escribas eran a la vez sacerdotes. Sin embargo, son funciones distintas, ya que el escriba tenía que copiar y transmitir la ley. Era un cargo al que solían dedicarse familias especializadas, de manera que se transmitía de generación en generación.
El texto nos da a entender que Esdras era una especie de secretario del rey, dedicado a los asuntos judíos. Es en esta condición que Esdras retorna con los exiliados hacia Jerusalén.
El ejemplo de Esdras
(v. 6) Ahora, los invito a que nos concentremos en el ejemplo que nos pone Dios en Esdras.
a) En primer lugar, se nos dice que «era escriba diligente en la ley de Moisés, que Jehová Dios de Israel había dado». Otras versiones nos dicen que «Era un maestro muy versado…» (NVI), «… era escriba experto…» (BLA), «… era un escriba muy instruido…» (NTV).
Como nos dice el comentarista John Gill, esto implica «no que era rápido para hacer copias de la ley, sino que era bien versado en el conocimiento de ella, la había estudiado completamente, que era bien instruido en ella, y que estaba del todo calificado para enseñarla a otros».
Desde luego que esto constituye un ejemplo para nosotros. Numerosos pasajes nos llaman a estar atentos a las Escrituras y a ser conocedores de ellas. Se nos dice que ella es la «palabra profética más segura» (II P. 1:19), y de hecho se afirma que los creyentes de la región de Berea eran «más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras» (Hch. 17:11), para ver si efectivamente lo que se les predicaba era correcto.
Por algo el salmista afirma: «Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino» (Sal. 119:105). Aunque no seamos conscientes de esta realidad, debido a nuestro pecado caminamos en completas tinieblas. La única luz de que disponemos es la Palabra de Dios. Mientras más profundamente conozcamos las Escrituras, más luz tendremos para nuestro camino. Por el contrario, si nuestro conocimiento de la Palabra de Dios es escaso o pobre, andaremos en tinieblas y oscuridad, aunque creamos estar rodeados de luz.
Quien no disponga de la lámpara de las Escrituras, no podrá mantenerse en el camino. Tropezará con piedras, chocará con duros bloques de concreto, se enredará en las ramas del bosque espeso, no podrá eludir a las fieras, y caerá en profundos barrancos.
En contraste, con la lumbrera de las Escrituras podremos saber en qué tierra pisamos, conocer los bordes del camino para no salir de él, evitar los tropiezos y los peligros, así como ver las señales que nos indican por dónde seguir.
Por tanto, el que Esdras fuera experto, versado y diligente en la ley de Moisés nos habla de su devoción personal, y este hecho, como sostienen los comentaristas, le permitían ser de gran influencia y ayuda en su pueblo, y ante las autoridades extranjeras. Es decir, le permitía una espiritualidad personal fructífera, así como el ser utilizado por Dios con una vida social influyente.
Es cierto, no todos los creyentes están llamados a ser académicos de la teología. Pero sí podemos decir que todo creyente, y que incluso toda persona es un teólogo. Basta que tengas algún pensamiento sobre Dios para que tengas alguna teología. La pregunta, entonces, no es si eres o no teólogo, sino si eres un buen o un mal teólogo. La interrogante a resolver es si tu teología es buena o mala, y eso dependerá de si eres diligente en la Palabra de Dios o no.
Es absolutamente imposible que tus pensamientos sobre Dios sean correctos si desconoces las Escrituras, o si eres negligente en estudiarlas. Debido a nuestro pecado, aquello que llamamos “sentido común” es en realidad una visión distorsionada sobre la realidad y sobre Dios. Si tus pensamientos sobre Dios se basan simplemente en una mezcla de tu “sentido común” y lo que has aprendido de tu cultura, entonces todos ellos están torcidos y necesitan ser reformados.
Por tanto, la única manera y el único camino para que tus conceptos sobre el Señor sean correctos, es que sigas el ejemplo de Esdras, siendo diligente y versado en la Palabra que Dios nos ha revelado.
b) Por otro lado, se nos dice que Esdras contaba con el favor de Dios, lo que se repite en el v. 9. Se nos dice que la mano del Señor su Dios estaba sobre Él. Esto nos recuerda lo dicho en las Escrituras sobre José: «Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba» (Gn. 39:23).
Debido a que el Señor estaba con él, el relato nos dice que «le concedió el rey todo lo que pidió». Dios se había decidido a hacer bien a su pueblo a pesar de toda su rebelión, y para ello usó a Esdras, en quien manifestó su favor facilitando su tarea, y proveyéndole los medios para desempeñarla. Con este fin, inclinó el corazón del rey para que accediera a todos sus requerimientos.
Una vez más queda demostrado con esto la soberanía y el gobierno indiscutible de Dios sobre las autoridades civiles y sobre las naciones.
Que el Señor haya mostrado su favor a Esdras también nos habla sobre su corazón:
«Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él» II Cr. 16:9.
«Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; Como con un escudo lo rodearás de tu favor» Sal. 5:12.
Dios no muestra su favor a quien no ha sido hecho justo delante de sus ojos. Es más, se nos dice que el sabio alcanza el favor de Jehová (Pr. 8:35), y las Escrituras son claras en cuanto a que no se puede ser sabio sin primero temer al Señor (Pr. 1:7). Entonces, el que alcanza el favor del Señor es quien le teme, quien cree su Palabra y somete su vida a Él. Esta era una característica de Esdras.
Así, Pr. 12:2 afirma: «El bueno alcanzará favor de Jehová; Mas él condenará al hombre de malos pensamientos».
c) Pero, ¿Por qué la buena mano de Dios estaba con Esdras? El v. 10 nos da la respuesta: «Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos». ¿Pero, qué querrá decir esto de preparar su corazón? Otras versiones nos ayudan a clarificar la idea: «… se había dedicado por completo…» (NVI), «… había dedicado su corazón…» (BLA), «… tenía el firme propósito…» (DHH).
La idea del texto es que Esdras se había determinado, se había resuelto, se había fijado el firme propósito de escudriñar la Palabra de Dios, para cumplirla y para enseñarla.
Está claro que lo que hagamos con nuestro corazón es de suma importancia, y si se trata de prioridades, el ocuparnos de él debe ser la primera. Como dice Pr. 4:23: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida».
Por ello, la determinación de Esdras de disponer su corazón hacia las Escrituras es muestra de mucha sabiduría, así como de haber ordenado bien sus prioridades.
Veamos otros ejemplos en la Escritura de preparar o disponer el corazón:
«Mi corazón está dispuesto, Dios mío, mi corazón está dispuesto a cantarte himnos» Salmos 57:7.
«Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse…» Dn. 1:8.
«Pero se han hallado en ti buenas cosas, por cuanto has quitado de la tierra las imágenes de Asera, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios» 2 Crónicas 19:3.
«E hizo lo malo, porque no dispuso su corazón para buscar a Jehová» 2 Crónicas 12:14.
Pero, ¿Por qué debía ‘proponer’, ‘determinar’ o ‘disponer’ su corazón hacia la Palabra de Dios? ¿Por qué tenemos que proponernos buscar primeramente el reino de Dios? ¿Por qué debemos ejercitarnos para la piedad? Simple, porque todos hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios. Nuestro pecado nos arrastra hacia abajo constantemente, nos lleva a hundirnos permanentemente, sin que para ello tengamos que hacer nada.
¿Quieres condenarte? El último texto que leímos lo deja claro: no tienes que hacer nada, simplemente sigue deslizándote y tu pecado te jalará hacia abajo como lo hace la fuerza de gravedad. Cada uno de nosotros nació con una tonelada de hierro atada a nuestros pies, que nos empuja hacia abajo y nos hace hundirnos.
Por lo mismo, si quieres seguir a Dios debes disponer, determinar, fijar tu corazón; y esto es imposible sin tomar resoluciones prácticas. Esto porque, como decíamos, no venimos ‘programados’ para buscar a Dios, sino todo lo contrario: el pecado que mora en nosotros nos lleva constantemente a buscar nuestros propios intereses y a ver la realidad desde nuestra perspectiva egoísta y centrada en nosotros mismos. Configuramos nuestras relaciones según nuestro egoísmo, estamos acostumbrados a vivir para nosotros mismos y a buscar nuestra satisfacción.
Entonces, reiteramos, disponer tu corazón hacia la Palabra equivale a adoptar resoluciones en tu vida. Tal como Daniel decidió no contaminarse comiendo los mismos alimentos que sus compañeros paganos, y Pablo debió desechar como basura todo lo que antes consideró excelente, debemos resolver apartarnos de todo aquello que obstaculiza nuestra relación con el Señor.
Un muy buen ejemplo de disponer el corazón hacia la Palabra de esta manera lo encontramos en el conocido Jonathan Edwards. Él llegó a adoptar 70 resoluciones, en las que identificaba sus debilidades y determinaba hacer algo para vencerlas, no en sus propias fuerzas, sino en el poder del Espíritu. Por ello es muy conveniente como consejo práctico, tener algún cuaderno de anotaciones donde podamos discernir en qué puntos de nuestro carácter están las debilidades que nos llevan a pecar, y qué resoluciones debiéramos adoptar para evitar por todos los medios caer.
¿Qué personas debiéramos dejar de frecuentar? ¿Cuáles de nuestras actitudes deshonran a Dios? ¿Qué hábitos reflejan patrones de pecado, y cuáles otros reflejan la imagen de Cristo? ¿Qué situaciones debo evitar? ¿Cómo debiera ser mi forma de hablar? ¿A qué hora debo dormir, y a qué hora es conveniente levantarme? ¿Qué debo tener en cuenta a la hora de planificar el día? ¿Qué cosas me son obstáculos para orar? ¿Cómo debo organizar mi día para fijar de antemano un tiempo de oración y lectura de la Palabra? No podemos disponer nuestro corazón sin responder al menos a estas preguntas de forma clara. A tal llegó la disposición de Jonathan Edwards, que llegó a adoptar resoluciones sobre lo que comía, eligiendo alimentos livianos para no tener problemas con su digestión y así no entorpecer su tiempo de oración y de descanso.
¿Qué resoluciones debes tomar, entonces, para disponer tu corazón hacia la Palabra de Dios?
Ahora, vemos que la resolución de Esdras sigue un orden, y ese orden es lógico. Él se determinó a (i) Inquirir o estudiar la ley de Jehová, (ii) cumplir u obedecer la ley de Jehová; y (iii) enseñar la ley de Jehová.
El primer punto, es decir, estudiar las Escrituras, tiene que ver con lo que hablamos hace un momento de ser diligentes o versados en la Palabra del Señor.
Hoy muchos dicen: “yo no soy muy estudioso, pero lo que importa es que mi testimonio sea bueno”. Otros afirman que más que saber o conocer, lo que importa es que uno practique, que uno viva haciendo el bien. Pero ¿Cómo vas a practicar algo que no conoces primero? O ¿Cómo vas a hacer el bien, si no sabes primero qué es lo bueno? Los que razonan así, lo que hacen realmente es rellenar su vida con sus propios conceptos sobre lo que es bueno. Sin embargo, las Escrituras nos llaman a lo contrario: «Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia» (Pr. 3:5).
Por lo mismo, la primera resolución a adoptar es dedicarse a conocer profundamente la Palabra de Dios. Estudiarla no es lo mismo que simplemente leerla. Implica preocuparme por encontrar el verdadero sentido de lo que dice el texto, y relacionar lo que leo con las verdades contenidas en todo el resto de las Escrituras. Haciendo esto sabremos qué es lo que debemos practicar, y será la verdad de Dios –no nuestra propio criterio- la que determinará nuestros actos. Esto es realmente creer en la Biblia como nuestra regla de fe y práctica.
Una vez que he propuesto mi corazón para estudiar las Escrituras, puedo ahora disponerlo a cumplir la voluntad de Dios contenida en la Palabra de Dios. Desde luego, de nada sirve un conocimiento muerto que no se hace vida en nuestros actos. Si me acerqué a la Biblia simplemente para conocer sin interés de obedecer, en realidad esa Palabra no hizo efecto alguno en mí más que endurecerme. Este es un peligro al que todos estamos expuestos, por lo que debemos implorar al Señor que nos conceda la gracia para cumplir su voluntad.
Un extremo es el que mencionamos antes, de aquellos que dicen preocuparse solo de cómo viven y de su testimonio, usualmente con un aire de estar conformes con ellos mismos, pero se despreocupan totalmente de la Escritura, que debería determinar todos sus actos y pensamientos. El otro extremo está dado por quienes solo se preocupan de saber y conocer las doctrinas en la Biblia, y la ven como un compendio de postulados interesantes que sirven para debatir y argumentar contra otros. El primero es arrogante por creer que no necesita conocer la voluntad de Dios, y que le basta con su propio criterio para saber qué es lo bueno. El segundo es también arrogante, por acercarse a la Biblia para usar sus hermosas verdades como armas contra otros o como una herramienta para acrecentar su propio ego. Aquél que esté en alguno de estos dos extremos está errando el blanco y debe arrepentirse cuanto antes de su pecado.
El equilibrio bíblico está dado, entonces, por disponer nuestro corazón a estudiar las Escrituras y a obedecerlas. Como nos dice Santiago, «No sólo escuchen la palabra de Dios, tienen que ponerla en práctica. De lo contrario, solamente se engañan a sí mismos» (Stg. 1:22).
Por último, se nos dice que Esdras dispuso su corazón para enseñar la ley. Ciertamente, esto tenía que ver con su función de escriba y de sacerdote. Esta función de enseñar también es clara en los pastores o ancianos de una congregación, quienes deben cumplir con el requisito de ser «apto para enseñar» (I Ti. 3). Con esto, alguien podría pensar que los únicos que deben preocuparse de enseñar son los pastores. Sin embargo, todo jefe de familia debe instruir a su familia en la fe, lo que incluye a su esposa, a sus hijos e incluso a quienes trabajen en su casa. Por tanto, todo jefe de familia debe también disponer su corazón para enseñar la Palabra de Dios, al igual que lo hizo Esdras.
¿Y qué hay de las mujeres? Si bien es cierto no les está permitido enseñar en el culto público para no transgredir el orden del Señor, se nos da claro testimonio de su importante rol de instruir a sus hijos en la fe, como lo hicieron Loida y Eunice con Timoteo (II Ti. 1:5), y como se da testimonio que lo hacía la madre descrita en el libro de proverbios: «Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, Y no dejes la enseñanza de tu madre» (Pr. 6:20).
Por tanto, cada miembro de la congregación debe disponer seriamente su corazón al igual que Esdras, para estudiar la Palabra de Dios, para obedecerla y para enseñar sus estatutos y decretos.
Conclusiones
• Es preciso ser diligentes en conocer las Escrituras, ya que ellas son lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino, y sin ellas andamos en tinieblas. • El ser diligente en las Escrituras tiene consecuencias no solo personales, sino que también permite que Dios nos use en nuestro contexto social. • No tenemos opción. Todos somos en alguna medida teólogos, y la pregunta es si hacemos buena o mala teología. • Nuestra inclinación natural es hacia el mal. Por tanto, si queremos seguir al Señor, debemos disponer nuestro corazón. • Todos estamos llamados a determinar nuestro corazón a estudiar la Palabra de Dios, para cumplirla y para enseñarla a otros. • Es necesario conocer la Palabra de Dios para saber qué debo practicar; y no sirve acercarse a ella solo para conocer, sin estar dispuestos a obedecer.
Reflexión final
Como dice Ro. 15:4 y según ya hemos afirmado antes, «… las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza». El ejemplo que nos dejan las Escrituras en la persona de Esdras es para nuestra enseñanza, para que aprendamos y saquemos provecho de él.
Esdras fue experto en la ley, fue diligente y dispuso su corazón para estudiarla, obedecerla y enseñarla. Sin duda que debemos seguir su ejemplo y hacer lo mismo, sabiendo que el Señor lo mira con agrado y rodea con su favor a quien actúa de esta manera.
Sin embargo, debemos recordar que Esdras también necesitó de un Salvador, el mismo Salvador que nos rescató a nosotros. Con toda su diligencia y su disposición, él no pudo siquiera acercarse al conocimiento y la autoridad que Cristo tenía respecto de las Escrituras, de manera que nadie nunca habló, predicó ni enseñó como Él lo hizo.
Además, el corazón de Esdras, por muy dispuesto que estuviera hacia la Palabra, estaba lleno de pecado. Cristo, en contraste, tenía un corazón sin mancha ni pecado alguno, y la disposición de su corazón era perfecta y sin defecto. Él no solo tenía su corazón dispuesto hacia la Palabra, sino que era la Palabra misma que descendió del Cielo, y cumplió perfectamente cada jota y cada tilde de ella, sin faltar a ningún mandamiento; a diferencia de Esdras, quien solo podía mostrar una disposición imperfecta y debía ofrecer sacrificio por sus propios pecados.
Todo buen ejemplo en las Escrituras nos reconduce finalmente a Cristo, y palidece ante su gloria y lo único de su carácter y su justicia. ¡Qué gran Salvador tenemos! Amén.