¿Servicio Santo o Extraño? (Lev. 10)
- Sirviendo a la manera de Dios (v.1-3)
Levítico tiene como tema central la Santidad de Dios, es en este libro donde encontramos el imperativo: “Sean santos, porque yo soy santo” (Lev. 11:45); el Dios que saco a Israel de Egipto está separado del mundo presente y solo quienes están libres de la mancha del pecado pueden estar ante su presencia, este libro nos muestra la manera en que los Israelitas debían vivir ante su Santo Dios, quien no se mostró distante con su pueblo (Is.57:15), no los gobernó desde un planeta remoto, él habito con ellos, su presencia se situó en el centro del campamento en el lugar santísimo, Jehová no se desentendía de la vida diaria de Israel, no privo a su pueblo de su santidad, ellos podían correr a su presencia en cualquier momento, el Dios de Israel era, es y será siempre el Dios Santo cercano a su pueblo.
En el santuario los sacerdotes tenían el trabajo de proteger la santidad de Dios, tenían la labor de conducir al pueblo hacia el Señor, comunicaban la santidad de Dios enseñando su Palabra y evaluando la calidad de las ofrendas que se ofrecían, debían tener un discernimiento claro sobre lo que estaba en juego: LA GLORIA DE DIOS. Debían seguir instrucciones de forma exacta, en los tiempos precisos y sus propias vidas estaban empeñadas en este servicio. Los hijos de Aarón, Nadab y Abiú tenían este inmenso privilegio y responsabilidad.
¿Quiénes eran? Nadab y Abiú eran hombres respetados en Israel, encabezaron la salida de Egipto (Ex.6:23); recibieron una educación privilegiada a los pies de Aarón, fueron parte de un selecto grupo de hombres que se acercaron al monte Sinaí junto a Moisés y Aarón cuando el Señor confirmo su pacto (Éx. 24:9); y al ser hijos de Aarón sumo sacerdote tenían la misión de continuar el linaje de sacerdotes en Israel. Ellos sabían de la reverencia y santidad con la cual debían entrar al lugar Santo, en el capítulo 9 versos 9, 12 y 18 se nos muestra que participaron en los sacrificios que Aarón realiza delante del Señor y con sus propios ojos vieron como el fuego de Dios consumió los sacrificios en el lugar Santo (Lev.9:24), junto al pueblo se humillaron y adoraron al Señor. Nadab y Abiú sabían lo que el Señor había demandado para que su Gloria se manifestará, su responsabilidad era altísima, el pueblo dependía de su servicio para poder acercarse a Dios para obtener gracia, perdón y ofrecer adoración pura, tenían prohibido montar un teatro religioso, sin embargo, tomaron la decisión de “innovar” donde no debían innovar, quisieron sustituir el fuego de Dios por un sucedáneo, por un fuego extraño, un fuego que él nunca les mando iniciar, creían que lo hacían por Dios era mejor que lo que Dios hacía por ellos, cuando las cosas siempre son a la inversa, siempre lo que Dios hace por nosotros es superior a lo que nosotros hacemos por él.
Ellos transformaron el servicio a Dios en un insulto a Dios, juguetearon con uno de los símbolos de Dios para su pueblo, pues el juego fue una señal utilizada por Dios para confirmar su presencia en varias ocasiones a lo largo de las Escrituras, lo observamos en el nacimiento de Sansón (Jue. 13:20) o cuando Elías enfrentó a los profetas de Baal en el monte Carmelo (1 Re.18); pero ahora ese mismo fuego que ofreció luz, calor y victoria fue utilizado para castigar a Nadab y Abiú quienes jugaron con lo sagrado y así purificar a su pueblo.
Levítico 10 nos recuerda que nuestro Dios es fuego purificador. El fuego Santo del altar tenía un doble significado: para los que temían y no estaban a cuentas con Dios simbolizaba su terrible santidad, avisaba del peligro inminente que implicaba acercarse a él fuera de sus términos, pero para aquellos que se acercaban con un corazón contrito y humillado ese mismo fuego representaba aceptación, pureza y bendición; representaba su GLORIA MANIFIESTA, su preciosa presencia. En Lev. 9 las Escrituras utilizan la palabra hebrea “Cabod” para describir esta Gloria, de la cual la palabra peso se deriva, describiendo algo de supremo valor, la misma Gloria que hizo que el pueblo alabara al Señor y se postrara sobre su rostro en Lev.9, no representaba nada para Nadab y Abiú en Lev.10, consideraron livianamente la adoración al Señor, su mal ejemplo nos enseña que la calidad de nuestro servicio y adoración será directamente proporcional al valor que le demos a su GLORIA. ¿Qué es su Gloria? En palabras de John Piper es: “la belleza manifiesta de su santidad, es la belleza infinita y la grandeza de las múltiples perfecciones de Dios”, Nadab y Abiú no contemplaron ni comprendieron aquella hermosura, para ellos Dios y su Gloria no tenían trascendencia, cambiaron la Gloria de Dios por una propia, y hoy experimentamos algo similar, nuestro Señor y su Gloria han sido reducidos a un mero accesorio utilizado para satisfacer necesidades, el Santo de Israel ha pasado a ser un objeto terapéutico que cumple todos nuestros designios, hemos pasado de una adoración teocéntrica a una antropocéntrica, el texto de 1 Cor. 10:31 “Haced todo para la Gloria de Dios”, ha mutado al lema humanista “Hagan todo para su propia autorrealización”.
El servicio verdadero es una fiesta reverente al Señor, adorarle es un deleite (Sal.37:4), es encontrar plena satisfacción en su persona, por lo tanto, nuestro servicio y adoración no parten trayendo algo ante el Señor como lo hicieron Nadab y Abiú, ese no es el inicio, lo primero y prioritario es aceptar todo de parte de nuestro Dios, su perdón y su gracia, estos sacerdotes sirvieron sin confesar primeramente su pecado, no renovaron su consagración, no ofrecieron los sacrificios pertinentes, ni disfrutaron de la comunión y contemplación de Dios; es decir, no recibieron gracia, en nuestro servicio primero debemos ser receptores y vasos llenos de Gracia, para luego ser emisores de una verdadera adoración. Los hijos de Aarón pensaron que un fuego de su propia fuente era tan bueno o superior al de Dios, querían ser el centro atención, intentaron tomar un lugar en donde solo hay espacio para Dios y él no comparte su Gloria con nadie (Is. 42:8), ese “pequeño antojo” de vanagloria les costó sus vidas, creyeron que tenían jurisdicción sobre los términos en que los hombres se acercarían a Dios, estaban pavimentando un camino artificial de adoración, quisieron adorar a Dios sin Dios, olvidaron que él es el bien supremo del Cristiano, y sin él ningún servicio sirve verdaderamente, sus corazones estaban llenos de irreverencia, rebeldía, ignorancia, ambición y egocentrismo; el becerro de oro aún estaba en sus corazones, su lema en el servicio era “A mi manera”, y ese lema se ha disfrazado en nuestros días de piedad.
¿Cuántas veces has dicho o has escuchado la frase: “es que, con esta forma, con esta decisión, con esta manera de vivir me siento más cerca de Dios”? El budista, católico, hare krishna pueden decir exactamente lo mismo, son religiosos con buenas intenciones, pero las buenas intenciones no sustituyen la obediencia exacta y un entusiasmo bien intencionado no sustituye la disciplina en la adoración; no se trata de cómo nos sentimos al acercarnos a Dios, se trata de agradarle a él mientras nos acercamos en servicio y adoración reverente, nuestras traidoras percepciones deben quedar en segundo plano.
¿Cuál es la labor más alta, sublime y urgente que un cristiano debe realizar? Adorar. La adoración es prioritaria en nuestra vida, Jesús dijo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Lc. 4:8); es más, nuestro Señor vino a buscar adoradores que le adoren en Espíritu y en Verdad (Jn. 4:23); considerar esta actividad livianamente es pecado y las Escrituras atestiguan de la seriedad de esta labor, pues los crímenes más profundos en contra de Dios han sucedido en medio de la adoración (los episodios del Becerro de oro; Uza; Ananías y Safira sucedieron en medio de la adoración); la tragedia de Nadab y Abiú nos muestran que nuestras vidas están en juego cuando adoramos y servimos a nuestro Dios ¿Tanto así? Pues total y absolutamente, recordemos 1 Cor. 10:31 “Haced todo para la Gloria de Dios”, en cada plan que trazamos debemos anhelar dar Gloria a su nombre, pues en cada decisión que tomamos nos estamos jugando un pedazo de nuestra vida, empeñamos a nuestras familias, recursos y futuro, pero también nos estamos jugando algo más valioso que todo eso: SU GLORIA ESTÁ EN JUEGO. No podemos jugar con las perlas del Evangelio, nuestro Dios ha demandado todo de nosotros y ha designado una forma precisa en la cual debemos vivir en cada área de nuestra vida, no busquemos innovar, sino que busquemos renovar nuestro servicio en él, por él y para él.
En la tragedia de Nadab y Abiú hay un problema aún más profundo: estos hombres menospreciaron las instrucciones de Dios, es decir, devaluaron su Palabra a una mínima expresión, no la consideraron, tuvieron por poco los términos en los cuales debían vivir, idearon una supuesta nueva mejor forma de vivir. Para los sacerdotes de Dios sus ordenanzas son los pasillos de la Gracia que conducen hacia su presencia, no se nos permite una obediencia selectiva a la Palabra, nuestro llamado es a una obediencia total, servir a su manera implica perseguir esa obediencia como nuestro tesoro invaluable, es la marca de amor y servicio genuino por él, pues quien le ama guarda sus mandamientos (Jn. 14:21); Según 1 Juan 5:3 sus mandamientos no son gravosos, no son difíciles, sino rectos, producen alegría, son puros (Sal.19:8) y fieles (Sal.111:7); y tienen la maravillosa facultad, nos preservan en Dios: “quien guarda sus mandamientos permanece en Dios” (1 Jn. 3:24). Guardar sus mandamientos es la evidencia que la raíz de nuestro servicio está cimentada y energizada por Cristo, quien sirve a la manera de Dios deposita y asegura en sus poderosas manos su servicio. Nadab y Abiú no permanecieron, ni tampoco su insolente servicio, fueron cortados para siempre de Israel, el Señor extinguió el fuego extraño que emanaba directamente de sus extraños corazones, extirpo la influencia que estos hombres podían infundir en el pueblo, el Señor no expondría a su rebaño, a la niña de sus ojos a un servicio banal, Dios actuó en coherencia a su santidad, no podía poner en tela de juicio su pureza y dejar sin un fuerte alerta a quienes desearan entrar a su presencia, este merecido castigo nos enseña que el servicio realizado a nuestra manera no tiene futuro, no tiene cimientos, no tiene raíces, pues no está arraigado a la Roca de los Siglos que es nuestro Dios y Salvador.
Números 3:4; 1 Crónicas 24:2 son dos textos que nos muestran que Nadab y Abiú murieron delante de Jehová y posterior a esto se nos indica explícitamente que ambos no tuvieron hijos, todo el linaje de servicio infiel que podía brotar de ellos fue desarraigado de la historia de Israel para siempre. ¿En qué estas cimentando tu vida, tu adoración y tu servicio? ¿En los mandamientos del Señor o en tus propias innovaciones a la manera de Nadab y Abiú? ¿Estas levantando un futuro a la manera de Dios o a tu propia manera? ¿Estas persiguiendo sus ordenanzas como preciados tesoros o estas avivando fuegos extraños en tu corazón? ¡Examínate!
Los ministros de Dios pueden afectar de forma positiva o negativa el servicio del pueblo de Dios, pueden contagiar cinismo como devoción, sobriedad como insensatez, su carácter afectará el carácter del pueblo, Nadab y Abiú no poseían algo fundamental para un líder: un espíritu enseñable. Más bien, ellos querían enseñarle a Dios como hacer las cosas, Israel no podía tener estos líderes. Nuestro servicio a Dios debe ser un constante aprendizaje en perfeccionamiento y no un desfile de autoconfianza y soberbia. ¿Qué es lo que observamos en los Salmos con respecto a esto?
“Enséñame tus sendas” (Sal. 25:4); “Enséñame, oh Jehová, tu camino” (Sal. 27:11) “Enséñame tus estatutos” (Sal.119:12); “Enséñame buen sentido y sabiduría” (Sal. 119:66); “Enséñame a hacer tu voluntad” (Sal. 143:10)
¿Cuándo fue la última vez que le pediste esto al Señor en oración? ¿Cuándo fue la última vez que rogaste con un corazón sincero al Señor enséñame a servirte a tu manera no a la mía? ¿Cuándo fue el momento en que abdicaste de ser tu propio maestro y te rendiste al buen Maestro? Tenemos esta gran bendición en el nuevo pacto: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande” (Jer. 31:34). Dios ha prometido a su pueblo que él personalmente por medio de su Espíritu Santo se revelaría y nos enseñaría como vivir, entonces ¿Por qué tomar riesgos innecesarios e imprudentes? ¿Por qué arriesgarnos a levantar fuegos extraños en nuestros corazones? ¿Por qué menospreciar las ordenanzas de nuestro gran sumo sacerdote? Tengamos extremo cuidado de nuestros engañosos corazones, porque quizás aun nos aferramos a nuestras propias innovaciones, necesitamos que reine sobre nosotros un espíritu enseñable, anhelemos ser siervos dispuestos, humildes, corregibles por medio de la Santa Palabra de Dios y roguemos para que cerca de nosotros hallan hombres y mujeres que impulsen en nosotros un servicio que nos acerque más a nuestro Redentor.
Quiero que por un momento coloquemos el foco en la actitud de Aarón. Moisés le comunica las razones del Señor para la muerte de sus hijos: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló” (v.3)
El término “En los que se acercan a mí” es una terminología que hace referencia a un oficial que tiene acceso directo a un soberano y que no necesitaba intermediario, sus hijos gozaban de un privilegio maravilloso: estar en una profunda intimidad con Dios, Aarón sabía que mientras más cerca estaban sus hijos de Dios más cuidado debían tener; comprendía que: “a quien se la haya dado mucho, mucho se le demandará y a quien se le haya confiado más, más se le exigirá” (Lc. 12:48). Reconoció que la muerte de sus hijos era justa, no levanto su voz exigiendo injusticia, sus hijos eran culpables y el Señor se santificó en ellos, es decir, la muerte de Nadab y Abiú redundo en Gloria (seré glorificado) la verdad es que todos aquellos que se acerquen al Señor le glorificaran con sus vidas, sea que lo hagan a la manera de Dios o a su manera, de forma santa o profana, puesto que en el día final Dios se glorificara salvando a su pueblo y se glorificara también condenando a los impíos, él derribará todas las torres de babel que se han levantado. Aarón, como todo padre que pierde a sus hijos sufría en silencio ante el Señor que lo veía todo. A pesar de la tristeza y la vergüenza su servicio no podía cesar, él como sumo sacerdote debía continuar con sus labores, la comunión del pueblo con Dios no podía depender del capricho de dos jóvenes insensatos, Aarón con su servicio debía restablecer el servicio defectuoso que sus hijos habían ofrecido, su vida nos enseña que el servicio a la manera de Dios es sacrificial en todo tiempo.
Los sacerdotes y el sumo sacerdote tenían prohibición de contaminarse con los muertos, pero los sacerdotes podían acercarse a sus parientes más próximos en caso de fallecimiento (Lev. 21:1-3), sin embargo, el sumo sacerdote no tenía esa opción, no podía salir del santuario ni profanarlo de esa manera (Lev. 21:11-12a); podrás decir: ¡Qué insensible es Dios con Aarón! Pues claro que no, el oficio de Sumo Sacerdote era un servicio sacrificial a tiempo completo, era un enorme honor, pero también una tremenda responsabilidad. Dios estaba en primer lugar en la agenda de Aarón, incluso ante esta catástrofe familiar él tenía la obligación junto a sus otros dos hijos Eleazar e Itamar de componer el desastre de Nadab y Abiú. El llamado a servir a nuestro sumo sacerdote Jesucristo debe superar cualquier luto, tristeza, desaliento, decepción o traición incluso de nuestros más cercanos, nuestra relación con él es superior a cualquier otra y nuestro servicio a él debe superar todo otro servicio que podamos ofrecer.
Un hombre que quiso ser discípulo de Jesús y se dirigió a él con las siguientes palabras: “Señor, deja que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:59-60)
Este hombre no ofreció su servicio voluntariamente, sino que quiso imponer sus propios términos, su padre aún no había muerto, si hubiese sido el caso él debería haber estado con su familia en aquel momento, es probable que su padre ya anciano necesitaba de cuidados y quería servirle hasta el día de su muerte, posterior a esto él quedaría libre para predicar del reino de Dios, creía que el discipulado podía posponerse, que era un asunto secundario, pensaba que podía aplazar la obediencia a Cristo. El Señor le responde: “deja que los muertos entierren a sus muertos”, es decir, deja que aquellos que no pertenecen al Reino de la vida se encarguen de los deberes naturales, pero tú asume los servicios superiores del reino de la Gracia, tu padre necesita cuidados, pero el Reino de Dios de ninguna manera puede ser descuidado, es un llamado superior. La hora y obra de Dios es urgente, su Reino tiene total prioridad sobre cualquier otra cosa, y él insiste a sus siervos que no empleen sus esfuerzos, recursos ni su tiempo en asuntos menos importantes.
Hoy la familia se ha entronizado como un ídolo en el corazón de nuestra sociedad, y aún en el corazón de la Iglesia, el día domingo ya no es el día del Señor, es el día de la familia, nuestros recursos, ya no son primeramente de nuestro Señor, son de nuestra familia, nuestros tiempo y energías ya no son prioritariamente para nuestro Señor, sino que todo es para nuestras familias, ellas sí ocupan un lugar importante en nuestras vidas, es cierto, las Escrituras lo declaran así, pero no ocupan el primer lugar, nuestras relaciones horizontales no nos redimen de nuestros pecados, tu relación con tu esposa, hijos o familiares no tienen poder para salvar, sólo la sangre de Cristo posee tal poder, él debe ser el objeto de nuestro primer amor, si no amamos primeramente a Dios por sobre todas las cosas, no amaremos verdaderamente a los de nuestra casa. En medio de la angustia y el dolor Aarón siguió sirviendo a Dios y a su pueblo, nosotros en medio de nuestras perdidas, aflicciones y sufrimiento debemos continuar sirviendo al Rey Siervo, porque un día toda lágrima será enjugada, todos nuestros dolores serán sanados y serviremos en un eterno y perfecto gozo al Dios de nuestra Salvación.
- Sirviendo sobriamente llenos del Espíritu Santo (v.8-11)
Posterior a la muerte de Nadab y Abiú el Señor se dirige directamente a Aarón sin la mediación de Moisés: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión” (v.8)
La mayoría de los comentaristas concuerdan por el contexto de la narración que estos versículos revelan que Nadab y Abiú entraron al lugar Santo bajo la influencia del alcohol, es la explicación más natural para entender esta instrucción. El vino no es algo malo en sí mismo, el Salmo 104 lo caracteriza como algo bueno, Pablo manda a Timoteo (1 Tim. 5:23) a tomar vino a causa de sus dolores estomacales y sus frecuentes enfermedades; incluso las Escrituras usan el vino como un símbolo de las bendiciones espirituales que obtenemos en el Evangelio (Is. 55:1). El asunto es advertir de los peligros de la intoxicación por exceso de alcohol la cual produce embriaguez, pues en ella el ser humano sucumbe fácilmente al pecado que habita en su interior, el control de los sentidos y la plena conciencia se extravían, lo observamos en los casos de Noé y Lot, con esta prohibición el Señor quiere cercar la mesa de aquellos que se acercan a su presencia, él exige una mente sobria y un corazón lúcido de sus adoradores, un sacerdote solo con pleno dominio de sí mismo puede ofrecer un servicio Santo, como aquellas personas que tienen prohibido beber alcohol por la responsabilidad de llevar a otras a sus destinos en el transporte público, así también los sacerdotes tenían la misma prohibición por el sublime llamado de llevar al pueblo hacia el Señor. Pablo en Efesios 5:18 nos exhorta a nosotros sus sacerdotes de la misma manera: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18)
El exceso de alcohol se transforma en un sedante que nos hace vivir disolutamente, es decir, a la manera del hijo pródigo, nos hace vivir perdidamente, devaluando los dones que nos han sido dados para servir, mientras que el Espíritu Santo opera en nosotros como un estimulante, el cual energiza nuestra mente, corazón y voluntad. La llenura del Espíritu es permitir que él nos estimule al amor a Dios, a la obediencia, a la adoración y al servicio, en sencillas palabras esta llenura transforma nuestro carácter, el Espíritu Santo toma todas nuestras facultades y las hace trabajar en función de un solo objetivo servir y Glorificar a Dios a su manera.
John Stott dice lo siguiente acerca de este tema: “Si el alcohol excesivo deshumaniza, transformando a un ser humano en una bestia, la plenitud del Espíritu humaniza, porque nos hace como Cristo (nos asemeja al Dios hombre)”. Cuando estamos llenos del Espíritu de Dios somos transformados a la imagen del Hijo, pues quien ha sido lleno de su Espíritu ha bebido, pero no alcohol, sino que se ha saciado del agua de vida que es Cristo, está satisfecho en el vino celestial de su Gracia. Por lo tanto, como los sacerdotes de aquel tiempo, nosotros también debemos cuidarnos de todo aquello que nos ciegue o nuble nuestra visión. Quizás hoy no te presentas ante el Señor intoxicado por la influencia de las drogas, sustancias dañinas o el alcoholismo, pero si te presentas ante el Señor saturado mentalmente de otros “ismos” como el consumismo, materialismo, ritualismo, moralismo, legalismo o hedonismo, y sin darte cuenta has encendido lentamente en tu corazón un fuego extraño que de un instante a otro puede calcinar todo tu ser. ¿Con qué llenura te presentas a adorar a tu Señor? ¿Colmado de afán, envidias, contiendas, ansiedad o preocupación? ¿O lleno de fe, bondad, conocimiento de la voluntad de Dios y frutos de justicia? Todos nosotros estamos sedientos y siempre beberemos de alguna fuente, somos recipientes en busca de llenura y satisfacción, para nosotros, los sacerdotes de Dios el único “ismo” del cual se nos permite beber y ser saturados es el Cristianismo, pues Cristo es la plenitud de Dios que todo lo llena en todo.
¿Cómo podemos ser llenos del Espíritu Santo? La respuesta es llenando nuestras mentes de la Palabra, la cual fue inspirada por el Espíritu Santo; así nuestros pensamientos y acciones son controladas por el Señor, la Palabra hace morada en nuestros corazones de tal manera que nuestros pensamientos comienzan a ser los pensamientos de nuestro Señor, nos apropiamos de sus estándares, de su voluntad, su vida pasa a ser la nuestra. El Espíritu Santo se convierte en nuestro guía y mentor, nos revela el conocimiento de la voluntad de Dios, primeramente, nos enseña y luego nos llena de sabiduría, poder de Dios y nos da de comer su bendito fruto, jamás la llenura del Espíritu se va asociar a experiencias místicas, lenguas extrañas ni perdida de la realidad.
Ser llenos del Espíritu es librar una constante batalla por el gobierno de Dios en nuestros miembros, Gal. 5:17 dice “el deseo de la carne (que es el pecado, que aún mora en nosotros pero no reina en nosotros) es contra (el deseo) del Espíritu (el cual reina en nosotros)”, debemos evitar que nuestros apetitos y deseos sean contrarios a los del Espíritu, no lo contristemos (es decir, no lo entristezcamos), la tercera persona de la Trinidad ha hecho su morada en nosotros, andemos en él, sirviendo por medio de él, pues todo servicio Santo se produce por el efecto de su llenura.
En Hechos 6 se nos muestra que los diáconos escogidos para servir a las mesas y cuidar a las viudas debían ser hombres llenos del E.S y sabiduría, si ese servicio básico requería de tan gran requisito ¿Cuánto más todos los demás servicios que debemos ofrecer a nuestro Dios? Participar del servicio al Señor no es un club social en donde cualquiera puede entrar, es la obra de Dios, es un privilegio, y como tal, la asistencia de su Espíritu no es una opción, su llenura es un imperativo, una obligación no una opción, es una urgente exigencia para todos sus siervos, no podemos reemplazar ese poder con nada, es nuestra responsabilidad buscarla, la llenura del Espíritu Santo en tu vida no es trabajo de tus pastores o de tus hermanos, sí ellos nos pueden ayudar, pero la llenura del Espíritu Santo es tu responsabilidad como sacerdote de Cristo, debe ser la pasión que consuma nuestras vidas, si esto no es así, si tu diario vivir no se caracteriza por esta búsqueda diligente es porque hay un problema más profundo, aún no has sido bautizado en el Espíritu Santo, aún no has experimentado aquel evento único de la regeneración, cuando pasamos de muerte a vida, aún no ha soplado en ti el viento del Espíritu de Gracia, aún no habita en tí el bendito Consolador, arrepiéntete de tus pecados, deposita tu Fe en la obra de Cristo, pídele al Señor que te dé nueva vida, ruega por ese nuevo nacimiento y quien está dispuesto siempre a salvar te dará el sello del Nuevo pacto.
Había tres motivos para la prohibición del vino y la sidra en el sacerdocio. Primero, para que pudieran vivir ante la presencia de Dios y no murieran como Nadab y Abiú, segundo, para que puedan discernir entre lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo y el tercer motivo, para que puedan enseñar al pueblo los estatutos del Señor. Los sacerdotes debían instruir al pueblo sobre la forma correcta de adorar a Dios, en sus manos estaba la responsabilidad de presentar los mejores animales para el sacrificio (Lev.1:3;6:15), debían tener un claro discernimiento para ofrecer lo impecable y sin defecto, esta función era la esencia de su ministerio, debían enseñar al pueblo que a Dios si le importa el cómo, el por qué y de quién viene la adoración y servicio que se le rinde, por eso es que encontramos instructivo tras instructivo en el libro de Levítico sobre los elementos de los sacrificios, los tiempos, los lugares, las ropas y los procedimientos, ellos debían asegurar que la calidad de las ofrendas reflejaran el valor supremo de Dios, no podían ofrecer sacrificios que no supusieran verdaderos sacrificios, el lema del sacerdocio verdadero es “da a Dios lo mejor” y para escoger lo mejor debían tener una mente sobria llena de discernimiento por medio de su Espíritu.
En el resto de los versículos observamos como Moisés mando a Aarón y a sus hijos (Eleazar e Itamar) que comieran de lo que había quedado de las ofrendas, era su derecho como sacerdotes de Dios, sin embargo, el sumo sacerdote fue cuidadoso y rechazo esta instrucción, no era momento de comer, era momento de humillarse y buscar restauración, entendió que no sería grato ante el Señor comer de esos sacrificios ante los hechos ocurridos, fue consciente de la santidad de Dios y prefirió ser sobrio y cauteloso antes que ofender más a su Señor, no se podía dar el lujo de ofrecer un servicio defectuoso más, Moisés entendió que Aarón no estaba buscando desobedecerle, sino que ante la tragedia del fuego extraño él debía asegurar un mejor servicio a su Dios, Moisés lo entendió y no alterco con él. El fracaso que Aarón tuvo ante el sacrilegio del becerro de oro no fue el capítulo definitivo de su vida, en aquella ocasión no tuvo la capacidad de discernir, fue un idólatra manipulado por las masas, pero ahora se ha convertido en un sumo sacerdote para la Gloria de Dios, sirvió a Dios discerniendo lo que era mejor en un día de luto para Israel.
Nosotros no debemos supervisar sacrificios de animales, pero como sacerdotes de Dios sí debemos discernir lo que es mejor en medio del servicio y adoración al Señor, el discernimiento es indispensable para presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable, necesitamos discernir para ofrecer sacrificios de alabanza, todas estas cosas se han de discernir espiritualmente (1 Co. 2:14); en unos momentos más participaremos de la cena del Señor y debemos discernir el cuerpo de Cristo (1 Co.11:29); muchos murieron en el pasado por beber indignamente de la copa, a la manera de Nadab y Abiú, ni siquiera pienses acercarte a su mesa si tu mente esta intoxicada con fuegos extraños, arrepiéntete y ruega al Señor por la llenura de su Espíritu para que puedas vivir ante su presencia y sirvas a otros enseñándoles sobre el temor y la Gloria que se debe rendir a su Nombre.
- El Servicio Perfecto de nuestro gran Sumo Sacerdote
Tiempo después de esta historia Moisés y Aarón fueron culpables de un pecado similar al de Nadab y Abiú, Israel murmuró contra Dios en el manantial de Meribá porque no tenían agua. Entonces Dios le dijo a Moisés: “Reúne a la congregación, tú y Aarón tu hermano, y dile a la roca ante sus ojos que produzca agua” (Núm. 20:8), pero Moisés no fue cuidadoso con la palabra de Dios, tal como Nadab y Abiú. En lugar de hablar a la roca, “alzó su mano y golpeó la peña con su vara dos veces, y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus ganados” (Números 20:11). Moisés y Aarón sirvieron a Israel a su manera y no a la manera de Dios: “No me trataste (serviste) como santo en medio del pueblo de Israel” (Deuteronomio 32:51). El Señor castigo a Moisés: “Por cuanto no creen en mí, para santificarme ante los ojos de los hijos de Israel, por tanto, no introducirás a este pueblo a la tierra que les he dado” (Números 20:12).
¿Por qué el Señor preservo la vida de Moisés y Aarón, pero mató a Nadab y Abiú? Merecían la muerte, pero se les concedió un indulto misericordioso, de la misma manera David merecía morir por pecar en contra del Señor con Betsabé y enviar Urías a morir al campo de batalla, pero el Señor le concedió gracia abundante, Miriam merecía morir por murmurar en contra de Moisés, pero la lepra con la cual el Señor la disciplino fue un juicio reversible. La paga del pecado es muerte, así que todo pecado merece la pena capital (Gén.2:17; Rom.6:23); ¿Acaso hay injusticia en Dios? De ninguna manera, Ezequiel 18 más de una vez enuncia “el alma que pecaré, esa morirá”, a lo largo de la historia de la humanidad ningún pecado ha quedado sin su justa retribución, el pecado de Moisés, Aarón, David, María y de todos los creyentes a lo largo de toda la historia sí fueron castigados, fueron imputados sobre el Cordero de Dios, alguien sí murió por esos pecados, alguien sí llevo la maldición de su pueblo, ese fue nuestro precioso y perfecto gran sumo sacerdote Jesús. Cada servicio imperfecto que su pueblo ha ofrecido, cada servicio hecho a nuestra manera ha sido cubierto por el perfecto servicio de nuestro Salvador. Él es la roca que fue golpeada por nuestro pecado y de la cual broto abundante gracia para todos los sedientos.
Los sacerdotes Nadab y Abiú murieron por sus pecados recibiendo la ira de Dios, pero nuestro sumo sacerdote Jesucristo murió por nuestros pecados bebiendo la ira de Dios en nuestro lugar, el cuerpo y la sangre de Nadab y Abiú terminaron fuera del campamento donde se enviaba lo inmundo, pero el cuerpo y la sangre de Cristo nos limpia y nos trasladan al lugar Santísimo, el servicio de Nadab y Abiú trajo luto a Israel, pero el supremo servicio de Cristo trajo oleo de alegría y gozo infinito para su pueblo, Nadab y Abiú no honraron a su padre Aarón, pero Cristo glorifico perfectamente al Padre, Nadab y Abiú quisieron servir sin confesar ni ofrecer una ofrenda por sus propios pecados, pero solo existe un sumo sacerdote que puede hacer eso, uno sin pecado: Jesucristo, Nadab y Abiú murieron sin interceder por su pueblo, pero Cristo es el sumo sacerdote que vive para siempre intercediendo por nosotros, los sacerdotes del A.T se contaminaban al tocar a los muertos, pero Cristo toma a quienes están muertos en delitos y pecados y les imparte su vida y su justicia, él hace puro lo impuro por su perfecta santidad.
Generalmente se cree que las exigencias de la adoración y servicio al Señor del Antiguo Pacto son muchas comparadas con las del Nuevo Pacto, pero esto es falso, pues el Dios Santo a quien servimos sigue siendo el mismo del Antiguo y del nuevo Pacto. La adoración en el Antiguo Pacto pacto tenía regulaciones y en el Nuevo Pacto también, había una forma de acercarse a Dios y presentar sacrificios en el Antiguo Pacto en el Nuevo Pacto también, en el Antiguo Pacto Dios le dio símbolos a Israel para que en su cotidianeidad la santidad de su Dios fuese recordada constantemente, en el Nuevo Pacto se exige al pueblo de Dios vivir, caminar y pensar guiados por el Espíritu Santo; en 1 Cor.10:31 se nos exige un imposible para nosotros: “ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquiera otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. ¿Cómo podemos cumplir estas tremendas demandas?
2 Corintios 3:4-6 nos da la respuesta: “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto”
Nuestro servicio viene de Dios, en el Nuevo Pacto lo que hemos recibido de su mano le damos, ofrecemos un verdadero, sobrio, alegre y santo servicio por los méritos de nuestro misericordioso gran sumo sacerdote Jesucristo, él nos ha hecho sus ministros para ofrecer sacrificios de alabanza a su manera. Cristo tomo nuestros corazones de piedra y puso uno de carne, circuncidándonos en él, extirpando de nosotros el cuerpo pecaminoso carnal permitiéndonos beber de su Santo Espíritu para que podamos andar en sus estatutos y cumplir cuidadosa y santamente sus ordenanzas (Ez.36:27); hemos sido predestinados para obedecerle (1 Pe.1:2) y él nos ha dado el corazón para hacerlo. En Cristo tenemos un mejor pacto, pues ya no dependemos de sacerdotes imperfectos, ahora nuestra relación con Dios depende de un perfecto mediador, depende del perfecto sumo sacerdote Jesucristo, ahora cada creyente mantiene una relación viva, profunda con el Señor y se nos ha otorgado mejores herramientas que en el Antiguo Pacto para servir al Rey Siervo.
En el nuevo y mejor pacto necesitamos de lo mejor, y Jesús es lo mejor, él es mayor que los ángeles y los profetas, mejor que Moisés y Aarón, su sangre es mejor que la de Abel y mejor que la de todos los animales utilizados en los sacrificios pasados, su servicio es superior al de cualquier otro sacerdote, él es mejor que todas tus riquezas, mejor que todas tus relaciones horizontales, que todos tus planes y anhelos, él es lo mejor que ha pasado en nuestras vidas, él es la mejor parte y lo mejor que podemos mostrar al mundo, él es quien nos hace mejores sacerdotes para su Gloria, si él es lo mejor entonces, invierte toda tu vida en él, en su reino, en su servicio, en su adoración, deja en sus manos tus decisiones, deposita tu Fe en su Palabra y obra, vive mejor a su manera.