Domingo 9 de abril de 2023

Texto base: Mt. 6:2-4.

Multimillonarios como Bill Gates, Elon Musk o Bloomberg han destacado por donar miles de millones de dólares a causas benéficas, siendo casi imposible superar sus números. Entre esas causas está la erradicación de enfermedades y la innovación tecnológica. Sin embargo, muchos han apuntado con razón, que con esas donaciones pueden rebajar sus impuestos, e incluso aprovechan de abrir nuevos mercados y obtener control sobre áreas de la economía que antes no habían alcanzado.

A nivel nacional, tenemos la conocida “Teletón”, donde existe una causa benéfica y hay un desfile de donantes que ofrendan cientos o miles de millones a esta institución. ¿Qué pensar de estas y otras obras de caridad a la luz de la enseñanza de Jesús? ¿Es suficiente con el hecho de dar cientos o miles de millones, para que Dios acepte y bendiga esta acción? ¿Cómo es que nuestras propias obras de misericordia pueden ser agradables al Señor?

Como ya señalamos, el Señor avanzó a una nueva sección de su Sermón del Monte en este cap. 6, enfocada en sus discípulos viviendo su fe en este mundo, primeramente en sus obras religiosas y luego en sus vidas cotidianas. Primero habló de la justicia del reino de los cielos desde el corazón, con sus motivaciones y pensamientos, y ahora presenta esa justicia expresada en acciones.

El el v. 1 asentó el principio general que debe regir todas nuestras obras de justicia, y es que no deben ser hechas para ser vistas por los hombres, sino que para la gloria de Dios, buscando la recompensa que sólo nuestro Padre que está en los Cielos puede darnos.

Ahora pasará a expresar este principio general con tres ejemplos, que son eran las obras religiosas que realizaba todo judío devoto en tiempos de Jesús, y que el Señor también espera que practiquen sus discípulos. Estas obras religiosas son: la limosna, la oración y el ayuno. Estas obras resumen nuestro deber hacia el prójimo, hacia Dios y hacia nosotros mismos.

Así, analizaremos a continuación la primera de estas obras de justicia: la limosna, considerando i) el mandato de Dios a la caridad, ii) la caridad hipócrita, iii) la verdadera caridad, iv) la verdadera recompensa.

I.El mandato de Dios a la caridad

Jesús comienza diciendo “Por eso…”. Esto significa que lo que dirá a continuación, es una aplicación del principio general que ya estableció en el v. 1, como fue señalado.

Luego dice: “Cuando des limosna…”. Esto implica que Jesús no ve como una simple posibilidad el que sus discípulos darán limosna, sino que da por hecho que será así. No espera menos que eso en sus discípulos. Ahora, ¿A qué se refiere con esto?

Hoy no usamos este término muy seguido, a pesar de que Jesús lo menciona en esta, que es una de sus enseñanzas más conocidas. El diccionario de la Real Academia Española define ‘limosna’ como “Cosa, especialmente dinero, que se da a otro por caridad”. Es decir, implica un sujeto que da, un objeto que se entrega, un sujeto que recibe, y una motivación: la caridad.

Esta es otra de las palabras que se han ido desvaneciendo de nuestro vocabulario, pero que estuvieron muy presentes en los cristianos del pasado. La caridad es aquel amor al prójimo que impulsa a hacerle el bien y auxiliarlo de manera concreta. La limosna refleja tan fielmente la caridad, que caridad y limosna llegaron a ser sinónimos. Pero, ante todo, la caridad es el amor verdadero que hay en el corazón del cristiano.

En el original, el término para ‘limosna’ es el gr. ἐλεημοσύνη (elemosyne), que tiene la misma raíz que el término para “misericordia” (ελεος, eleos). Era una misericordia puesta en práctica, justamente “hacer misericordia”, y era considerada un pilar en cuanto a las obras de justicia que todo judío piadoso debía realizar.

Esto porque Dios mandó en Su Ley que se debía dar a los pobres en su necesidad:

Si hay un menesteroso contigo, uno de tus hermanos, en cualquiera de tus ciudades en la tierra que el Señor tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás libremente tu mano, y con generosidad le prestarás lo que le haga falta para cubrir sus necesidades... 10 Con generosidad le darás, y no te dolerá el corazón cuando le des, ya que el Señor tu Dios te bendecirá por esto en todo tu trabajo y en todo lo que emprendas. 11 Porque nunca faltarán pobres en tu tierra; por eso te ordeno: “Con liberalidad abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre en tu tierra” (Dt. 15:7-8,10-11).

Nota que desde aquí no se trata simplemente de dar algo, sino que el Señor va directo al corazón: no se debe pensar mal en el corazón hacia el pobre, sino que se le debe dar libre y generosamente, sin dolerse sino descansando en Dios al hacerlo. También dice:

Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su producto; 11 pero el séptimo año la dejarás descansar, sin cultivar, para que coman los pobres de tu pueblo, y de lo que ellos dejen, coman los animales del campo. Lo mismo harás con tu viña y con tu olivar” (Éx. 23:10-11).

Es decir, ellos no debían considerar la tierra que Dios les dio como algo para su beneficio personal exclusivamente, sino que debían permitir que los pobres del pueblo se alimentaran de ella y aprovecharan así su bendición.

Como era de esperarse, este fue un mandato frecuentemente desobedecido y para el cual se encontraron diversas excusas. Por ello, fueron reprendidos por los profetas. Por ejemplo, Isaías los reprende por sus ayunos hipócritas, ya que pretendían limpiar su conciencia con esto, mientras eran violentos y no tenían misericordia de los pobres. Por ello, hablando del verdadero ayuno, dice: “¿No es para que compartas tu pan con el hambriento, Y recibas en casa a los pobres sin hogar; Para que cuando veas al desnudo lo cubras, Y no te escondas de tu semejante?” (Is. 58:7).

Siempre en el mismo sentido que la Ley, Jesús exhortó a sus discípulos a dar: “Sean ustedes misericordiosos, así como su Padre es misericordiosoDen, y les será dado; medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en sus regazos” (Lc. 6:36,38).

Por tanto, este mandato de Dios a que Sus discípulos den para los necesitados, es transversal al mensaje de toda la Biblia. No es un “plus” opcional para los que quieren llegar más alto en la escala de los discípulos, sino más bien es un rasgo que distingue a quienes son sus discípulos de quienes no lo son. En otras palabras, no es que tengas que dar para así ser discípulo de Cristo, sino que al revés: si eres discípulo de Cristo, se evidenciará en que tienes este carácter dadivoso.

Como nota aparte: se trata de dar a los realmente necesitados, no a los aprovechadores y perezosos, aunque ellos sean también pobres. El Apóstol enseñó que no se debe dar a quienes no quieren trabajar (2 Tes. 3:10), ni a las que no son realmente viudas (1 Ti. 5:3). Esto nos dice que los mendigos profesionales, los que están entregados a vicios y por eso no tienen dinero, y todos aquellos que pudiendo procurarse su sustento, no lo hacen por su propia responsabilidad, no deben recibir misericordia, porque para ellos sería un incentivo para seguir en su pecado.

Dicho esto, debemos recalcar un punto fundamental: Jesús está ocupando este caso de la limosna como un ejemplo para reflejar el principio de que nuestras obras de justicia no deben hacerse para ser alabados por los hombres, sino para Dios. Por ello, debemos entender que, con la limosna, Jesús se está refiriendo a toda obra de misericordia que hacemos en favor de nuestro prójimo. No implica sólo dar dinero, sino ante todo amar al prójimo y ofrendarnos a nosotros mismos por el otro.

Así, por ejemplo, el llamar por teléfono o enviar un mensaje a tu hermano que está afligido, el apartar de tu tiempo para visitarlo y orar con él, el ir a ver a un enfermo al hospital, acompañar a tu hermano en un funeral de un ser querido o visitar a un matrimonio que ha tenido un hijo para alegrarte con ellos, preocuparte de si tus hermanos extranjeros están bien aquí, o ver si tienen suficiente abrigo para el invierno, todas esas cosas son obras de misericordia, tanto como lo es entregar una ofrenda monetaria.

Por ello, la limosna de la que habla Jesús aquí es mucho más que depositar algunas monedas en las manos de una persona necesitada. Precisamente, lo que nos está diciendo Jesús es que debemos llegar hasta las motivaciones del corazón, porque esta acción se puede hacer para bien o para mal. Ante esto, hay tres posibilidades: o hacemos estas obras de misericordia buscando la alabanza de los hombres, o para sentirnos bien con nosotros mismos, o para buscar la aprobación del Padre Celestial.[1]

II.La caridad hipócrita

Tristemente, hay una manera por completo distorsionada de practicar la caridad, que hace que finalmente deje de ser caridad y pase a ser vanidad. Jesús dice que cuando des limosna, “no toques trompeta delante de ti”. Esto es una forma de decir, para referirse a cuando se quiere llamar la atención. La trompeta se usaba en ese entonces para reunir al pueblo para la batalla, para dar la alarma de invasión de un ejército, o en caso de emergencias. El punto aquí es que los hipócritas querían llamar toda la atención posible sobre su acto de supuesta generosidad.

Esto lo hacían así “para ser alabados (δοξάζω) por los hombres (ἄνθρωπος)”. Esta es la finalidad con la que realizaron la acción. No lo hicieron por generosidad, ni por razones humanitarias, menos aún para la gloria de Dios, sino que fue para recibir alabanza de parte de los hombres. Sí, esa misma alabanza que sólo se debe a Dios, ellos la quieren para sí mismos. Buscan la gloria humana, lo que nos dice que su ética depende de lo que valoren los demás pecadores. Los hipócritas harán lo necesario para recibir esta alabanza.

Por eso, llama la atención que en el griego clásico, la palabra hypokrites se usaba primero para alguien que daba discursos, y luego para los actores. Con el tiempo, comenzó a ser usada para referirse a todos los que simulaban o fingían algo de forma no sincera, para quienes escondían su verdadero sentir y forma de ser, para lograr algo que deseaban siendo falsos. Se trata de una persona que vive disfrazada, llevando una máscara.

Si esto lo aplicamos al plano de las obras religiosas, son personas que usan la caridad y la fe como un escenario para brillar ellos mismos, mostrando algo que no son, haciendo cosas con una doble intención, simulando como actores que buscan el bien del prójimo, cuando en realidad persiguen la gloria para ellos mismos. Así, la iglesia y la sociedad pasan a ser escenarios en los que el hipócrita actúa su papel para recibir los aplausos de la audiencia.

Por ello, Jesús exhortó fuertemente contra este pecado, diciendo a los líderes religiosos: “¿Cómo pueden creer, cuando reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del Dios único?” (Jn. 5:44). La Escritura dice de ellos que “amaban más el reconocimiento de los hombres que el reconocimiento de Dios” (Jn. 12:43).

Con esta actitud retorcida, “…es posible transformar un acto de misericordia en un acto de vanidad, de manera que nuestro principal motivo al dar no es el beneficio de la persona que recibe la ofrenda, sino nuestro propio beneficio al darla. El altruismo ha sido desplazado por un egoísmo distorsionado”.[2] Ellos “Eran hipócritas… porque pretendían dar, cuando realmente la intención de ellos era recibir, a saber, la honra de los hombres”.[3]

Pero como hemos venido diciendo, los escribas y fariseos no caían en este pecado porque fueran especialmente malos, sino simplemente porque eran pecadores, y la olla de inmundicias que hierve en el corazón humano incluye esta hipocresía y vanagloria. Venimos de fábrica con esta inclinación torcida.

Por ello, debemos cuidarnos de este pecado que es parte de nuestra tendencia natural. Nuestro corazón caído busca el reconocimiento y la gloria de los hombres. Hay un impulso potente y sutil en nosotros de transformar todo en una oportunidad para atraer alabanza hacia nosotros mismos, incluso si se trata de la necesidad y la miseria de otra persona. Debemos entender que “el tener un centavo en una mano y una trompeta en la otra, es la postura de la hipocresía” (Spurgeon).

Considera a Ananías y Safira. Ellos vieron que los que practicaban la caridad vendiendo sus propiedades y donando el dinero a los pobres, eran reconocidos y aplaudidos en la iglesia. Así, ellos también quisieron brillar delante de los demás y ser destacados como los hermanos del mes. Nota que ellos dieron parte del dinero de la propiedad. Es muy probable que incluso haya sido la mayor parte del dinero. PERO, mintieron al Espíritu Santo. Todo fue una puesta en escena, porque dijeron que habían dado todo el precio, cuando en realidad habían retenido una parte para ellos. Eso desnudó las intenciones de su corazón, que en realidad era codicioso e hipócrita, y además era profundamente incrédulo, pues no creyeron que el Espíritu de Dios todo lo escudriña y que podría descubrir fácilmente su pecado. Pagaron su atrevimiento con la muerte, y con esto el Señor dejó claro que está hablando muy en serio.

En consecuencia, si quieres hacer una buena obra hacia otro, pero al mismo tiempo te aseguras de recibir algún reconocimiento por ello, aunque sea mínimo, estás cayendo en este pecado.

Desde luego, esto incluye si das limosnas a los hermanos más necesitados o a los pobres en la sociedad, y te aseguras de difundirlo para ser reconocido. Ese es el ejemplo más obvio. Pero esto inicia desde lo más íntimo, en nuestra propia casa. Si lavaste siquiera un plato, o recogiste un papel del suelo con el afán de luego sacarlo en cara o sentir que haces más que los demás en tu familia, no lo hiciste por amor, sino por búsqueda de gloria propia. No importa si sólo es una gloria doméstica, la raíz es la misma. Igual cosa si te preocupaste de algún hermano, con el fin de que los demás te reconozcan como “el hermano del mes”, o para luego sacar eso en cara para pedir una devuelta de mano, estamos hablando de una obra hecha por hipocresía y no de un corazón recto.

Reconoce que este pecado es real en ti y que es muy sutil. Ese es el primer paso para sacarlo a la luz y combatirlo. No hagas misericordia como los hipócritas, para ser vistos y alabados por los hombres.

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III.La verdadera caridad

Pero tú… no como hacen los hipócritas”. Jesús habla de una necesaria distinción entre sus discípulos y los que actúan para ser vistos por los demás. La motivación y el objetivo deben ser completamente diferentes. Recordemos que esta vanagloria e hipocresía están en la base de toda religión inventada por el hombre. Por tanto, los discípulos de Cristo deben ser distintos a todos los demás, no para sentirse superiores, sino porque Su Padre que está en los Cielos ha obrado en ellos y los ha hecho distintos.

Para referirse a la disposición que debe haber en los suyos, Jesús exhorta diciendo: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha…”. Desde luego, esta es una forma de decir. Casi siempre usamos ambas manos para tomar, llevar o levantar cosas. Nos damos cuenta de cuán juntas actúan, cuando una de ellas se hiere y no la podemos usar. Ahí nos preguntamos cómo podríamos vivir sin esa mano. Por lo mismo, hablando figuradamente, si la mano derecha hace algo, la izquierda lo sabe. Y si Jesús dice que una mano no debe saber lo que hace la otra, es algo muy reservado. Es una hipérbole de Jesús, como decir “que no sepa ni tu sombra”, para enseñar que nuestra disposición no debe ser publicar ni difundir nuestras obras de misericordia, porque la tentación de la vanagloria es demasiado grande. Incluso debemos evitar que nuestro círculo íntimo sepa que estamos haciendo obras de misericordia.

El mensaje aquí va incluso más profundo. Jesús está diciendo que debes cuidarte de felicitarte y recordar tú mismo que has hecho esa obra de misericordia, porque podrías hacer esa obra para aplaudirte en tu interior, pensando que eres tan bueno y tan superior a otros. Puedes guardar cuenta de las obras que vas haciendo, para sentirte orgulloso ante los demás y ante Dios, y para luego sacarlas en cara a los demás. Podrías recordarlas constantemente para alimentar ese pensamiento que viene desde lo más profundo del orgullo: “¡QUÉ BUENO SOY!”.

Pero, ante eso, Jesús dice: olvídate. Que ni siquiera tu mano izquierda sepa que tu diestra ofrendó una moneda. “Obra siendo movido por Dios y guiado por el Espíritu Santo, y luego olvídate de todo lo que hiciste. ¿Cómo se debe hacer esto? Hay solo una respuesta, y es que deberíamos tener tal amor por Dios, que no tengamos tiempo para pensar en nosotros mismos”.[4]

Mientras más piensas en la grandeza de Dios y en cuánto ha hecho Él por ti, menos tiempo pasarás recordando lo que tú has hecho por otros. Jamás se podría comparar a lo que Dios ha hecho. Tú jamás podrías llegar a demostrar un amor tan grande y eterno. Tus obras de justicia son un pálido reflejo del Sol de justicia que es el Señor. Te dará mucha alegría saber que puedes imitar al Señor, pero a la vez reconocerás que tú mismo y todo lo que haces es pequeño e insignificante en comparación con lo que el Señor hace cada día en amor a Sus criaturas y especialmente a Su pueblo.

Por lo mismo, la ofrenda del cristiano debe estar marcada por el auto sacrificio y el olvido de uno mismo, no por la autoexaltación[5] ni el autoconformismo.

Jesús complementa diciendo “para que tu limosna sea en secreto (κρυπτός)”. Es decir, Jesús quiere que tus actos de misericordia sean secretos. Otra cosa es si, por razones ajenas a tu voluntad, se llegan a conocer, o si es inevitable que esto sea así. Pero lo que tú debes procurar, es que esos actos de bondad los conozcan sólo Dios y tú. Debemos estar completamente satisfechos con tener a Dios como nuestro único testigo (Calvino), Él es suficiente y no necesitamos ningún reconocimiento más.

Esto requiere fe verdadera, porque implica la convicción de que Dios es quien ve todos tus actos, y descansar en que Él es fiel, justo y que recordará tus obras hechas en Su honor. Requiere además un corazón transformado, que no viva para recibir el aplauso de los hombres, sino que para agradar al Dios del Cielo y de la tierra.

El corazón del discípulo llevará la marca del Padre que está en los Cielos. Él puso allí sus huellas digitales, imprimió su carácter bondadoso y lleno de misericordia. Por ello, “Un Salvador generoso debería tener discípulos generosos”.[6] Dado que Dios es misericordioso y amoroso incluso hacia los injustos y malos, así deben ser también sus discípulos.

Nota los casos que Dios mismo destaca en Su Palabra en cuanto a obras de misericordia y relacionadas con el dar. El Apóstol Pablo habla sobre los creyentes macedonios (2 Co. 8:1-5). Considera que ellos mismos eran pobres, pero no pudieron soportar de saber que había hermanos suyos pasando hambre en Jerusalén, y quisieron participar de la ofrenda para ellos. Incluso rogaron participar, y lo hicieron más allá de sus fuerzas, incluso desde su propia aflicción y miseria. Y no fueron ellos los que se exaltaron por su buena obra, sino que el Apóstol Pablo quiso ponerlos como ejemplo, porque esta era una colecta que se estaba recogiendo en todas las iglesias.

Estos macedonios son un claro ejemplo de cómo debe ser el corazón del discípulo: “primeramente se dieron a sí mismos al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (v. 5). Justamente, ese es el orden: quien ama al Señor sobre todas las cosas, como consecuencia necesaria amará a su prójimo conforme a la voluntad de Dios. Quien se ofrenda a Dios, como consecuencia se ofrendará también a su prójimo, como el Señor ordena hacerlo.

Por otro lado, la ofrenda de la viuda (Lc. 21:1-4) enseña que lo decisivo no es la cantidad en comparación con la ofrenda de otros, sino el corazón detrás de la ofrenda. Claramente, eso se reflejará en una ofrenda generosa en proporción a lo que la persona tiene, pero el punto de fondo es la fe y el corazón detrás de ese acto de dar.

Tanto en el caso de los macedonios como el de la viuda pobre, se trata de obras religiosas tremendamente conocidas, ya que están en el libro más leído de la historia, que es la Biblia. En ese sentido, no son actos secretos, pero fue el mismo Dios quien los destacó, y no quienes realizaron esas obras.

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IV.La verdadera recompensa

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[“En verdad les digo que ya han recibido su recompensa (μισθός)”]

y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (ἀποδίδωμι)

Los hipócritas que han practicado su falsa misericordia para ser vistos y alabados, ya tienen su recompensa, que es haberse lucido ante los demás. Para ellos son suficientes las miradas de admiración y los palmoteos en la espalda. El término traducido como “recibido” (ἀπέχω, apechō) era un término comercial que significaba que un pago se había enterado completamente, no habiendo suma pendiente. Así, los hipócritas que hicieron sus obras para ser vistos, ya no tienen más recompensa que el efímero aplauso humano. Nada más les queda para el día del juicio.

Pero Jesús habla a sus discípulos de manera persona, como uno a uno, diciendo: “tu Padre…”. Tienes un Padre en los Cielos, y es a Él a quien debemos agradar, en todo lo que haces, en todo tiempo. Tu mayor bendición es tener al Dios del Cielo y de la tierra como “tu Padre”. Cuando los niños pequeños hacen algo que les parece sorprendente, van a buscar a sus papás para contarles y que ellos se admiren de lo que hicieron. Cuando un niño hace alguna jugada en fútbol o alguna pirueta, busca la mirada de su papá, para saber si él vio lo que acaba de hacer y si lo aprueba. Así, lo que debes buscar es la sonrisa amorosa de tu Padre Celestial, su mirada de aprobación.

Jesús dice que este Padre “ve en lo secreto”. Esto es cierto tanto para las acciones buenas como las malas. Un discípulo de Cristo debe vivir siempre en la conciencia de estar ante la presencia de Dios. Para el discípulo, esta no es una idea espantosa, sino un gran consuelo. No debemos buscar la autopromoción y la alabanza de parte de los hombres, pero no nos quedamos ahí detenidos: debemos buscar al Señor en lo secreto, allí donde sólo Él nos ve.

Una de las mayores rabias que pasa un aficionado del fútbol, es cuando un árbitro parece no haber visto una jugada, aunque todo el estadio y la transmisión de TV la apreció. Bueno, tenemos a un Dios a quien no se le pasa nada, ninguna acción, y que puede ver en lo secreto, allí donde Él y nosotros somos los únicos testigos. Abraham se preguntaba: “El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?” (Gn. 18:25). La respuesta es obvia: sí hará justicia, y para eso debe conocerlo todo, incluso aquello que fue hecho en lo secreto. Bueno, el Juez de toda la tierra es quien está diciendo que ve nuestras obras de misericordia, aunque nadie más las haya visto, o aunque todos las hayan olvidado.

La promesa de este Juez de toda la tierra, es que Él “te recompensará”. Esta es una promesa, y Dios no fallará en cumplirla, porque Él nunca habla en vano y siempre cumple Su Palabra. Él mismo se encargará de bendecir y remunerar a los suyos. El Señor es quien lleva la cuenta. Aunque los hombres olviden tus obras o no lleguen a conocerlas, Dios no las olvida, sino que decide recordarlas y recompensarlas: “Porque Dios no es injusto como para olvidarse de la obra de ustedes y del amor que han mostrado hacia Su nombre, habiendo servido, y sirviendo aún, a los santos” (He. 6:10).

No te desgastes buscando la recompensa falsa y pasajera de los hombres. Busca esa recompensa que sólo tu Padre puede darte. El Señor desde el A.T. añade promesas especiales a quienes tienen un corazón misericordioso hacia los pobres: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; En el día del mal el Señor lo librará” (Sal. 41:1), y “El que se apiada del pobre presta al Señor, Y Él lo recompensará por su buena obra” (Pr. 19: 17).

El Señor Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35), y también: “Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia” (Mt. 5:7). Así, tenemos muchas preciosas promesas que nos muestran la recompensa que Dios tiene reservada para los que hacen obras de misericordia.

Ahora, todas estas promesas, dependen de la obra de Cristo, y Él es quien revela la gran misericordia de Dios hacia nosotros los pecadores, modelando cómo debe ser nuestra misericordia: “Porque conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2 Co. 8:9). Él se ofrendó a sí mismo por nosotros los pecadores, para que nosotros ya no fuéramos miserables, sino que fuésemos enriquecidos con Su riqueza. Si podemos recibir una recompensa, es decir, ser enriquecidos, es porque Él se hizo pobre, se despojó a sí mismo, y nos dio de Su propia riqueza. Así, la recompensa que recibirás es de los tesoros que Jesucristo conquistó para ti, que vienen de las “riquezas de su gracia” para tu vida.

Pero esta recompensa, significa que un día estarás ante el Juez de toda la tierra en el juicio final, y allí darás cuenta de tus obras (Mt. 25:31-46). Que ese día estés entre los que el Señor llama diciendo: “Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo” (v. 34).

  1. Stott, Sermon on the Mount, 128.

  2. Stott, Sermon on the Mount, 130.

  3. Hendriksen, Comentario a Mateo, 335.

  4. Lloyd-Jones, Sermon on the Mount, 335.

  5. Stott, Sermon on the Mount, 131.

  6. Ryle, Meditaciones sobre Mateo, 66.