Jet: Una gloriosa herencia (Salmo 119:57-64)
Serie: Salmo 119: Refugiados en su Palabra
Domingo 19 de febrero de 2023
Introducción
El día de hoy continuaremos con una serie de enseñanzas extraídas del Salmo 119. Como se ha mencionado anteriormente, el Salmo 119 posee 22 secciones, una por cada letra del alfabeto hebreo y hoy estaremos revisando la octava letra que es Jet, en un sermón que lleva por título Jet: Una gloriosa herencia.
En este pasaje estaremos revisando a través de los ojos del salmista, cuál es la gloriosa herencia que le corresponde a todo el pueblo de Dios (los creyentes que en Cristo han nacido a una nueva vida), y también revisaremos cómo es que aun en este mundo disfrutamos de un anticipo de esta herencia. Y estaremos recorriendo estos versículos a través de 3 enunciados: Un heredero comprometido con la Palabra, Viviendo en la heredad, y Un anticipo de una herencia plena.
El salmista, el autor de estos versículos, comienza con una declaración que será la columna vertebral que le dará sentido y consistencia a todo este pasaje. La declaración que hace aquí es en hebreo es literalmente: “Mi porción: Jehová/Yahvé”. Y quizás muchos podrían pensar: “Qué bonita declaración”. Pero el asunto clave es entender qué quiso decir el salmista con esta declaración.
Cuando vamos a la Escritura, vemos que esta es una declaración utilizada en varios salmos y otros pasajes de las Escrituras (Lamentaciones 3:22-24), pero quizás uno de los versículos que más nos aclara el sentido de esta expresión es Números 18:20. En el capítulo 18 de Números, Dios le habla a Aarón y su decendencia sobre el sostenimiento que tendrían los sacerdotes del antiguo pacto. Así como Dios les entregó el ministerio de ofrecer sacrificios en el tabernáculo y luego, en el templo, Dios también les entregó provisión para cumplir ese ministerio.
Cuando Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y mientras marchaban de camino a la tierra prometida, Dios le anticipó a Aarón y a su descendencia que no heredarían tierra en Canaán. En Números 18:20 leemos que “(…) el Señor dijo a Aarón: «No tendrás heredad en su tierra, ni tendrás posesión entre ellos. Yo soy tu porción y tu herencia entre los israelitas.”.
Cuando el pueblo hebreo finalmente llegó a la tierra prometida, la tierra fue repartida entre ellos, pero la tribu de Leví (los levitas) no recibieron herencia en la tierra. Dios tenía algo diferente preparado para ellos: Entre ellos serían levantados sacerdotes encargados de interceder por el pueblo ante Dios mediante sacrificios.
Con esto, muy probablemente algunos sacerdotes se sentirían perjudicados o desfavorecidos, ya que, en primer lugar, su trabajo no sería igual que el trabajo de las otras tribus, es decir, mientras las otras tribus trabajaban en la tierra para llevar alimento a sus casas, ellos estarían trabajando en el templo. Pero no solo esto, sino que además, ni siquiera les correspondería tierra como sus otros hermanos. Y entenderán ustedes la importancia de la tierra en una cultura agrícola.
Por esto, en Números 18:20 el Señor les declara que, aunque ellos no tocaran un pedazo de tierra en Canaán, esto en ningún caso los dejaría desprovistos de sustento, porque el Señor mismo sería su porción y su herencia. Los hijos de Aarón tendrían un doble beneficio, porque trabajarían delante de la presencia de Dios y al mismo tiempo Dios mismo se encargaría de su cuidado y sostenimiento.
Así, entendemos que la declaración que hace el salmista en el Salmo 119 apunta precisamente a esto: El decir “El Señor es mi porción” para el salmista es, en primer lugar, identificarse como un siervo que tiene su vida dedicada al servicio de Dios, pero en segundo lugar es también reconocer que su cuidado y sustento viene del Dios todopoderoso.
Con esta misma certeza, Asaf, en el Salmo 73, derramó su corazón delante de Dios cuando escribió: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Fuera de Ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre. (…) Pero para mí, estar cerca de Dios es mi bien; En Dios el Señor he puesto mi refugio Para contar todas Tus obras.” (Salmo 73:25-26,28).
El decir “el Señor es mi porción” es también decir: no tengo otro refugio y no anhelo otra cosa que estar delante de la presencia de Dios viviendo para su gloria. Es clamar junto con Moisés: “Si Tu presencia no va conmigo, no me hagas salir de aquí.” (Éxodo 33:15), y levantar nuestra voz junto a Pedro diciendo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
Podríamos considerar que la porción del salmista es vivir “Coram Deo”, como enseñaron los reformadores, lo que fue definido por el pastor R.C. Sproul como “Vivir toda la vida en la presencia de Dios, bajo la autoridad de Dios, y para la gloria de Dios”.
El verdadero anhelo por la presencia de Dios nunca está separado del deseo de alimentarse y guardar su Palabra, y el salmista reconoce este vínculo indestructible. El mismo Espíritu de Dios que pone el deseo en el corazón del salmista de vivir en la presencia y para la gloria de Dios, es el que inspiró las Escrituras; y no hay manera de vivir para la gloria de nuestro Señor si no conocemos la voluntad del Señor que decimos servir.
Nunca ha sido posible que un verdadero creyente que ama al Señor y esté buscando más de su presencia, al mismo tiempo esté rechazando la meditación y la sujeción a la Palabra. El que piensa que puede buscar más de Dios mientras rechaza el sumergirse en las profundidades de las Escrituras es un cristiano con muy poco discernimiento o simplemente no ha nacido de nuevo.
El autor de Hebreos en el capítulo 5, luego de anteriormente escribir acerca de la obra de Cristo, quien es superior a Moisés, superior a los Ángeles, que tiene un oficio de sumo sacerdote según la orden de Melquisedec, y que intercede gloriosamente por todos los creyentes, se detiene en el versículo 11 diciendo: “Acerca de esto tenemos mucho que decir, y es difícil de explicar, puesto que ustedes se han hecho tardos para oír. 12. Pues, aunque ya debieran ser maestros, otra vez tienen necesidad de que alguien les enseñe los principios elementales de los oráculos de Dios, y han llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido (…).” (Hebreos 5:11-12).
El autor de Hebreos anteriormente describe verdades gloriosas y profundas, difíciles de explicar, que algunos podrían decir que son “innecesarias”, “demasiada teología”, o que son “joyas necesarias solo para algunos”, pero cuando tenemos un corazón que se endurece y no quiere ser expuesto ni busca meditar acerca de estas cosas nos transformamos en niños que necesitan leche. Y alguno podría decir: “no tengo problema con permanecer como un niño en la fe, incluso Jesús dijo: «Dejen a los niños venir a mí» (Mateo 19:14)”, pero el que piensa así no continuó leyendo Hebreos 5:14: “Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal”.
El que quiere vivir para la gloria de Dios, primero debe desarrollar el discernimiento para distinguir el bien y el mal, y esto solo se logra sumergiéndonos en las Escrituras, y luego puede avanzar en obedecer lo que ya entiende. Nadie puede ser fiel obedeciendo lo que desconoce; pero también luego de conocer, el corazón de un discípulo es declarar junto al salmista: “He prometido guardar Tus palabras” (Salmo 119:57b).
Luego de declararse como el heredero de la porción más abundante que existe, el salmista expone su vida. Presenta cómo ha sido su experiencia de vida, con buenos y malos momentos. Aquí podemos darle una mirada a cómo se ve nuestro corazón, o cómo debería verse.
El término utilizado aquí como “favor” o “presencia” es literalmente “rostro”. Cuando el salmista declara que el Señor es su porción, es también porque ha experimentado el favor del Señor. Está aquí reconociendo que lo que le ha permitido enfrentar su día a día es el favor de Dios.
Así, nuestra vida cristiana es un constante anhelo por el favor de Dios, lo que en lenguaje del nuevo testamento es llamado “gracia”. Y alguno podría pensar que hablar de “gracia” sería forzar lo que está diciendo el salmista, y que la gracia es algo exclusivo del Nuevo Testamento, pero no olvidemos que nadie nunca fue salvo por las obras de la ley, sino que la Escritura es clara al señalar que incluso desde Abel, el hijo de Adán y Eva, la raza humana experimentó la gracia salvadora a través de la fe en la promesa de un redentor. Es por esto que el salmista también suplica el favor de Dios, y el que suplica no está reclamando lo que se ganó por cumplir con la ley, sino que la suplica nace de quien se reconoce falto delante del Señor y clama por piedad (v58b “Ten piedad de mí conforme a Tu promesa”).
¿A qué promesa se refiere? ¿A quién apunta la promesa de encontrar misericordia y redención de nuestra maldad? Esto es el evangelio, hermanos. Con estas palabras el salmista renuncia a ser representado por sus obras de justicia. Es un profundo clamor por que le sea otorgada una justicia que no viene de él, sino del hijo prometido a la mujer en Genesis 3:15.
Por esto, el salmista es un hijo del nuevo pacto, el pacto que había sido anunciado desde el principio, y que fue consumado con la muerte de Cristo. Es nuestro hermano en la fe.
Luego de reconocer que necesita gracia en su día a día, el salmista asume su condición: Él lucha con la tendencia constante de apartarse del camino del Señor. Y no solo está consiente de que su corazón se inclina al pecado, sino que también tiene una carácter enseñable.
Que gran muestra de humildad es el estar abiertos a la corrección a través de la Palabra. Que necios seríamos si reconocemos que tenemos una profunda tendencia a pecar, pero al mismo tiempo no aceptamos reprensiones que nacen de las Escrituras. Proverbios 12:15 nos dice que “El camino del necio es recto a sus propios ojos, mas el que escucha consejos es sabio”.
Amigo, te hago una pregunta: ¿examinas constantemente tu caminar en la fe? Un camino es una vía que te dirige a un destino, ¿estás atento y meditando constantemente hacia dónde te dirigen las decisiones que tomas cada día? ¿cuándo fue la última vez que reflexionaste si la decisión que tomaste te dirigía a crecer en santidad y a que Dios sea glorificado en tu vida?
El salmista no trata de presentarse como un modelo inalcanzable de cómo es un cristiano. De hecho, él mismo declara: “volví mis pasos a tus testimonios” (59b). Si en esta hora has identificado decisiones que tomaste que te están desviando del camino a la herencia gloriosa, en esta hora puedes decir junto al salmista: “Consideré el destino al que me dirigían mis decisiones y volví mis pasos a tus testimonios”.
Aunque en el versículo anterior reconoce que muchas veces necesita corregir sus caminos, eso no significa que él se conforme a vivir así. El profundo deseo del salmista es obedecer la Palabra, no porque intente alcanzar redención mediante la obediencia a la ley, porque anteriormente ha reconocido su necesidad de gracia.
Lo que hay en el corazón del salmista es el deseo de vivir para la gloria de Dios, porque ama a Dios. Tal como dijo nuestro Señor Jesucristo: “Si alguien me ama, guardará mi Palabra” (Juan 14:23).
Los creyentes, junto con el salmista, identificamos que Dios declaró en Isaías 66:2 que mirará “al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra”. Somos el pueblo de la Palabra, que anhela la voz de su Señor: la Escritura.
La Escritura constantemente hace un contraste entre los impíos y los justos. Mientras los impíos corren tras el pecado, y los justos (el pueblo de Dios) busca conocer y someterse a la voluntad de su Señor. Y aunque muchos hoy puedan identificarse como “cristianos” o decir que creen en Dios y en Jesús, fue el mismo Señor Jesucristo que dijo en Mateo 7:21: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
Si piensas que eres cristiano y no experimentas un profundo deseo por ser fiel en guardar la Palabra de Dios: examínate si verdaderamente estás en la fe.
Como se ha predicado muchas veces en este púlpito, el verdadero creyente experimenta oposición. Y aunque esto resulte evidente, es importante comenzar estableciendo esta verdad, porque algunos enseñan que los cristianos no deberían experimentar oposición ni sufrimiento, y esto sería pecaminoso o una muestra de la falta de fe.
Pero fue nuestro mismo Señor quien nos dijo en Juan 16:33: “En el mundo tendréis aflicción” (RV60) y por si todavía alguien duda, también el apóstol Pablo en 2 Timoteo 3:12 enseño que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución/oposición” (RV60).
En el versículo 61 es innegable la referencia a los versículos predicados la semana pasada por nuestro hermano Víctor en la letra Zain: ¡cuán importante es no olvidar la Palabra de Dios cuando estamos experimentando aflicción y oposición!
Hermanos, es en la oposición y sufrimiento cuando las falsas certezas se destruyen y los ídolos son derribados; pero también es ahí cuando la única seguridad de nuestra alma debe ser esperar en el Dios inconmovible. Porque, aunque el cielo se oscurezca y la tierra que sostiene nuestros pies se abra para tragarnos, la Palabra de Dios permanecerá para siempre. ¡Cuan beneficioso para nuestras almas es recordar las promesas de Dios en la aflicción!
Luego de que el salmista abrió si corazón y nos mostró su experiencia en la porción que recibió, él pone las cosas en perspectiva, comprendiendo que se dirige una herencia plena.
Cuando un largo día de trabajo termina, llega la noche y el descanso; y este es probablemente uno de los más frecuentes momentos para meditar sobre cómo estuvo nuestro día. Aquí, frecuentemente recordamos las conversaciones que tuvimos durante el día; a veces hay situaciones, problemas, preocupaciones que tenemos que nos dejan pensando durante varios minutos o incluso horas, quitándonos horas de descanso.
La reflexión a la que nos dirige el salmista es que después de mirar cómo es su vida caminando en la fe, este largo día de trabajo sobre la tierra mientras se dirige a la ciudad celestial, y al ver cómo el trato amoroso de Dios y su Palabra le ha fortalecido y consolado, él está agradecido.
No hay nada más gratificante al final del día, y al final de nuestra vida en la tierra que mirar el camino que hemos recorrido sabiendo que vamos en la dirección correcta, vamos a la ciudad celestial, porque hemos seguido “las justas ordenanzas del Señor” (v62).
Aunque la salvación es personal, y cada uno de los que se declara cristiano debe individualmente nacer de nuevo, Dios desde el inicio ha declarado que se ha reservado un pueblo numeroso de redimidos: y este pueblo camina en una misma dirección: la herencia celestial.
El pueblo de Dios (la iglesia de Cristo) está compuesto por hombres y mujeres que tienen una característica en común: ellos son “los que guardan los preceptos del Señor” (v63b) y “le temen”.
Estos “compañeros” son un apoyo en el camino; tal como Pablo llamó a Epafrodito “compañero de milicia”. Una sana vida cristiana se caracteriza por experimentar el compañerismo cristiano, en dónde cada uno de nosotros es animado a continuar el viaje hacia nuestra herencia gloriosa.
Este beneficio es disfrutable y palpable cuando nos congregamos como Pueblo de Dios. Por esto el autor de Hebreos nos exhorta (Hebreos 10:25) a “no dejar de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino a exhortarnos; y tanto más, cuanto vemos que aquel día se acerca.” porque, aunque en parte disfrutamos aquí nuestra herencia gloriosa, no tenemos aquí nuestra ciudad permanente, sino que buscamos la heredad que está por venir. Cuando gocemos en plenitud de la presencia y gloria de nuestro salvador.
Aun entre los perversos, la gracia común de Dios es observable, y también a través de esa gracia Dios está guardando a su pueblo.
Pareciera que el salmista clama para que Dios le enseñe de su Palabra, porque precisamente cuando más lleno esté de esa Palabra su discernimiento será más agudo, y le permitirá distinguir correctamente la mano de Dios en todas las cosas. Y el saber que la mano de Dios está sobre todas las cosas calma nuestra ansiedad por el mañana que desconocemos.
Ante toda la gracia derramada sobre nuestra vida y los abundantes beneficios de los Estatutos del Señor, el salmista con concluye con un: “Enséñame tus estatutos” (v64b). Hermano, tu porción es el Señor cuando puedes decir junto al salmista: “enséñame de tu Palabra”, “ayúdame a seguir tus mandamientos”, “usa mi vida para tu gloria”, “endereza mi torcido corazón”.
Que el Señor nos permita declarar junto a David en el Salmo 16:5-6:
“El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares agradables; En verdad es hermosa la herencia que me ha tocado”.
Salmo 16:5-6
Amén.