Domingo 25 de diciembre de 2022

Texto base: Juan 3:14-18.

El pasaje al que hoy nos exponemos trata del amor de Dios, siendo uno de los más conocidos de la Biblia, pero frecuentemente muy malinterpretado. Algunos piensan que Dios tiene un amor incondicional hacia todas y cada una de las personas, no importando cómo ellas vivan ni la fe que tengan. Así, piensan que Dios los ama y quiere bendecirlos a pesar de que ellos viven sumergidos en las más densas tinieblas de pecado. Cuando se les presenta la visión bíblica, reaccionan enojados diciendo “ese no es mi dios”, pensando que el Señor es injusto si no tiene este “amor” a todos por igual.

Por otro lado, algunos restringen el amor de Dios creyendo que sólo lo entrega a un pequeño grupo selecto que se lo ganó, siguiendo reglas estrictas y un duro trato del cuerpo. Dentro de este grupo, unos se sienten orgullosos porque creen ser merecedores del amor de Dios, mientras otros viven frustrados porque nunca pueden ser lo suficientemente perfectos.

Sabiendo que existen tantas interpretaciones erróneas, debemos analizar el pasaje en su contexto, rogando el auxilio del Espíritu.

En el texto, Jesús está explicando a Nicodemo verdades centrales de la Escritura, que él debía conocer como maestro en Israel, pero que ignoraba completamente debido a la falsa interpretación que habían popularizado los escribas y fariseos. El Señor le habló sobre el nuevo nacimiento, que no era algo que Nicodemo podía impulsar o provocar, sino una obra soberana y sobrenatural del Espíritu del Señor, quien actúa como quiere y es el único que nos puede hacer nacer de lo alto.

En esta segunda parte de la conversación, Jesús presenta Su venida como la expresión del grandioso amor de Dios hacia el mundo, y se refiere a los efectos que ella tendrá en la humanidad. Desde esa primera venida, toda la humanidad puede dividirse en dos grandes grupos: quienes han creído en Cristo, y quienes lo rechazan. Es decir, quienes son salvos por la fe en el Hijo de Dios, y quienes están condenados por su incredulidad.

Al analizar este texto, veremos i) la necesidad de salvación, ii) Dios provee al Salvador; y, por último, iii) salvos o condenados.

I.Necesidad de salvación (vv. 13-15)

Jesús se presenta a Nicodemo como Hijo del Hombre. Con esto, hace referencia a un título del Mesías, quien recibiría el reino del Padre en la consumación de todas las cosas (Dn. 7:13). Por ello, al hablar de sí mismo de esa forma, Jesús le dice a Nicodemo claramente que Él es el Hijo de David que reinaría para siempre sobre todas las cosas. Con esto, Nicodemo sabría que Jesús no era un simple rabí, sino que era el Mesías prometido.

Al mismo tiempo, enseña que Él como Hijo del Hombre debe ser levantado, tal como Moisés levantó la serpiente de bronce Con esto, el Señor nos lleva al relato de Números cap. 21:4-9 (LEER).

En este pasaje, el pueblo había murmurado contra el Señor y contra el líder que Él había establecido, que era Moisés. El Señor, en su furor, les envió serpientes que los mordían y les causaban la muerte. El pueblo entonces clamó por misericordia, y Moisés intercedió por ellos ante el Señor, quien le dio la orden de levantar astas con serpientes de bronce, para que todo aquel que las mirare, pudiera vivir.

Así, Jesús comparó esta situación de la historia de Israel con la condición del mundo bajo el pecado.

-En ambos casos tenemos una condenación segura producto del pecado. Los israelitas estaban condenados a morir por el veneno de las serpientes, por su desobediencia. El mundo está condenado a la muerte eterna por el pecado, y no tiene esperanza alguna de salvarse por sí mismo.
-En ambos casos, es el Señor quien provee del medio de salvación, que debe ser aceptado sin condiciones por quienes están condenados.
-En ambos casos lo hace por misericordia y por su voluntad soberana, no habiendo nada en los condenados a muerte que los haga merecedores o dignos de ser salvados.
-En ambos casos, la salvación está en algo o alguien a lo que se debe mirar para ser salvo. Quien mirara a la serpiente y quien mire a Cristo, no mira de cualquier forma, como se podría mirar la televisión o un objeto que está en frente. Se trata de mirar con la desesperación y la fe de quien se sabe condenado, entendiendo que Dios proveyó un medio como única salvación para librarse de la muerte y tener vida.
-Tanto la serpiente como Cristo, no fueron levantados en un lugar secreto sino a la vista de todos, para que todo aquel que obedezca y mire, pueda ser salvo de la muerte.

Ahora, es claro que la historia de la serpiente de bronce era solo una sombra de lo que sería la obra de Dios en Cristo, y que como tal, revela algo de la realidad, pero termina siendo superada por ella. Es decir, el alcance, profundidad y gloria de la obra de Cristo para salvación supera por mucho al caso de la serpiente de bronce:

-La serpiente de bronce salvaba de la muerte física, y era una solución puesta por Dios para el veneno de las serpientes que mordían al pueblo; pero Cristo salva de la muerte eterna, y su sangre nos limpia del pecado que nos condena por completo, y que también puso a la creación bajo maldición.
-Quienes miraron a la serpiente de bronce morirían de todas formas más adelante, pero quien mire al Cristo crucificado pasará de muerte a vida, y la obra de salvación de Cristo no sólo lleva a la gloria a quienes crean en Él, sino que terminará renovando toda la creación que fue sujeta al pecado, vistiéndola de su gloria.
-Mirar a la serpiente no convertía el alma, pero mirar a Cristo con fe salvadora, implica haber recibido un nuevo corazón, haber nacido de nuevo, siendo renovado por la obra del Espíritu Santo.

En consecuencia, el Señor está hablando del plan de salvación que fue decretado para redimir a la humanidad, y ese plan lo involucra que Él deberá ser levantado ante todos para salvación de quienes están bajo condenación eterna. Y además nos muestra que este plan de salvación, aunque es un misterio que fue revelado por completo sólo desde la venida de Cristo, no es una novedad absoluta, ya que fue revelado progresivamente a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Por eso dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más (Is. 45:22).

Por lo demás, al usar el título “Hijo del Hombre” y referirse a la serpiente de bronce, tenemos en el mismo versículo el anuncio de la humillación y exaltación de Cristo, que es la forma en que se resume su ministerio: el debía ser humillado y padecer en obediencia, para luego ser exaltado recibiendo un Nombre sobre todo nombre.

II.Dios provee al Salvador (vv. 16-17)

Y así es como llegamos a uno de los versículos más hermosos y conocidos de toda la Biblia. Toda la Escritura es inspirada por Dios y merecedora de nuestra más alta reverencia, y en ningún caso este pasaje es más inspirado que otros, pero condensa especialmente el Evangelio de salvación y, por lo mismo, debemos acercarnos a él con mucho asombro, porque millones de personas han sido salvas por medio de él. Por algo este pasaje era llamado por Lutero “la Biblia en miniatura”.

Y lo que dice ahora el Señor es una conclusión lógica de lo que enseñó a Nicodemo: De tal manera, de una forma tan gloriosa, tan maravillosa, tan impresionante y asombrosa, tan increíblemente grandiosa, ¡tanto! amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito.

El ser levantado como la serpiente, apunta al momento en que Cristo sería levantado en la cruz, en que su vida sería entregada, su sangre sería derramada, su cuerpo sería molido por el pecado de los condenados; en que sufriría la misma ira de su Padre porque Cristo cargaría en esa cruz con todas las culpas, todos los delitos y crímenes, las transgresiones y pecados de aquellos que creerían en Él.

En ese momento de ser levantado en la cruz, Cristo se vestiría con tus ropas inmundas, con toda la putrefacción de muerte de tu pecado. Siendo Él justo, sin mancha y sin desobediencia alguna, siendo Él perfecto y Santo en todos sus caminos, asumió tu prontuario, el mío y el de todos aquellos que creerían en Él. Allí, el perfectamente Justo fue tratado como criminal y delincuente universal. Sobre Él pesaba la acusación de adúltero, avaro, idólatra, mentiroso, ladrón, insolente, desobediente a los padres, incrédulo, cobarde, inmundo, fornicario, homosexual, y toda la galería abominable de pecados que Su pueblo cometió.

Nosotros estábamos ahí, sin esperanza por nuestra desobediencia y rebelión, como los israelitas yacían en el suelo envenenados esperando la muerte por la mordedura de la serpiente. Nada en nosotros podría habernos rescatado, absolutamente nada.

Por eso, todas las religiones y doctrinas falsas mienten en esto, pues dicen que podemos y debemos hacer algo para ganarnos el favor de Dios, que nuestra salvación depende de nosotros. Visiones como el humanismo nos dicen que en nosotros está el valor y las respuestas, que de nosotros depende la felicidad y un nuevo futuro, que podemos construir un mañana mejor y que sólo debemos creer en nosotros y en lo que somos para lograrlo. Lo más triste es que muchos que se llaman cristianos, viven según esta visión.

Pero todo esto no es más que una despreciable mentira. El pecador nace muerto en delitos y pecados, desde que nace es arrojado a una tragedia, ya que está condenado a la muerte y destinado a la justa ira de Dios, siendo impotente para salvarse de su condición.

Todo ese discurso hueco de “lo mejor está por venir” es un terrible engaño. Si no estás en Cristo, sólo puedes esperar lo peor, ¡Lo peor está por venir! Muerte, ruina y destrucción eterna; y si piensas que estoy siendo demasiado duro, es que no has entendido entonces tu condición delante de Dios.

PERODe tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Mientras no veamos la oscuridad de nuestra inmundicia, nuestra completa desesperanza, lo seguro de nuestra condenación, la putrefacción de nuestra muerte, las cadenas gruesas y pesadas del pecado que nos condena; en fin, mientras no nos veamos al espejo tal cual somos y consideremos lo terrible de nuestra trágica condición, no podremos comprender este versículo.

De tal manera amó Dios… El haber enviado a su Hijo unigénito es el acto de amor supremo del Padre, es la revelación máxima que podemos tener de su amor. Y es que sabemos por otro pasaje muy conocido que “Dios es amor” (1 Jn. 4:8). De hecho, esta ofrenda de Cristo es la manera en que el Señor dio a conocer qué es el amor:

En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:9-10).

Pero no es ese amor sentimentaloide como se entiende hoy, no es el amor de las mariposas en el estómago, ni simplemente “buena onda” o “buenas vibras”. No es nada de esto. El Señor es amor verdadero, Él define el amor porque su mismo Ser es amor. Por tanto, el amor supremo, ejemplo de todo amor, es la entrega de Cristo para la salvación de nosotros los pecadores, sin recibir nada a cambio de parte nuestra, sólo porque Él quiso amarnos primero.

La Biblia está repleta del testimonio del amor de Dios. Porque el Señor es bueno; Para siempre es Su misericordia, Y Su fidelidad por todas las generaciones” (Sal. 100:5). El Padre dio a su Hijo unigénito, y el Hijo vino a dar su vida por quienes no podían darle nada, a quienes nada podían devolver, ni pagar para merecer este rescate. Todo lo contrario, se entregó por quienes eran sus enemigos, quienes lo habían desobedecido y se mantenían rebeldes a su voluntad, por quienes nada querían con Él y sólo querían ser ellos mismos los dioses y los señores de todo. Por eso dice la Escritura:

Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro. 5:6-8).

Que quede claro: el Señor no murió por nosotros porque éramos demasiado valiosos para perdernos, ni porque vio lo bueno en nosotros. ¡En ningún caso! El Padre envió a su Hijo y el Hijo dio su vida por delincuentes, criminales sin esperanza, rebeldes que merecían condenación eterna, dio su vida por los impíos, entre los cuales estamos tú y yo. ESO ES AMOR, Y AMOR SUPREMO.

Podemos ver a Abraham (Gn. 22), cuando debía sacrificar a su hijo Isaac pero en su interior había una tormenta de dolor, aunque sabía que debía obedecer y estaba dispuesto a hacerlo. Pero el Señor interrumpió a Abraham cuando iba a degollar a su hijo con el cuchillo, y le mostró que Él había provisto un carnero para que fuera sacrificado en lugar de su hijo. Y ahora vemos a Dios entregando a su propio Hijo unigénito, Jesucristo, para que fuera puesto en ese altar y fuera sacrificado por Abraham y toda su descendencia, que son los creyentes en el Señor.

Cuando dice que es el Hijo Unigénito, significa que es Hijo como nada ni nadie más lo es, pues es Hijo engendrado eternamente, de la misma esencia que el Padre, igualmente eterno, con la misma gloria y deidad. Es a ese Hijo Unigénito, por tanto, que envió al mundo concretando ese sacrificio que Abraham debía hacer, y puso a su Hijo como el carnero que debía ser sacrificado, ese Cordero que quita el pecado del mundo.

Y es que Cristo vino no para condenar al mundo, sino para que el mundo fuera salvo por Él. Por eso Cristo también dijo: “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Ese fue el propósito de su primera venida, proclamar la buena noticia de salvación, dar vista a los ciegos, hacer que los sordos oyeran, liberar a los cautivos, dar vida a los muertos. Él vino para traer consigo el reino de Dios, para anunciar que todas las cosas serán restauradas en Él, que Él reinará hasta que todos sus enemigos sean puestos debajo de sus pies, y su salvación se extenderá llegando a gente de toda tribu, pueblo, lengua y nación.

Eso significa que Dios amó “al mundo”. Este debe ser uno de los pasajes peor interpretados de la Biblia, sobre todo en nuestros días. Muchos piensan que al decir que Dios amó “al mundo”, significa que Cristo se sacrificó por todos y cada una de las personas. Pero se debe tener en cuenta el contexto del pasaje para determinar su significado. Jesús está hablando con un principal entre los fariseos. Ellos creían que Dios sólo amaba a los judíos, mientras que a los gentiles los llamaban ‘perros’ y los consideraban completamente indignos. Pero al decir que Dios amó “al mundo”, Jesús está diciendo que el amor de Dios se extiende a personas de toda tribu, pueblo, lengua y nación.

De tal manera amó Dios a judíos y gentiles que estaban en la oscuridad y la muerte, que estaban perdidas en sus delitos y pecados, que eran enemigas de Dios en sus mentes y lo aborrecían en sus perversos corazones, de tal manera los amó Dios, que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que crea en Él no sea condenado, sino que tenga vida eterna, que sólo se encuentra en Él.

Por ello, Cristo no murió por todos y cada uno de los seres humanos, sino que murió por Su pueblo, pero entendiendo que ese pueblo está compuesto por judíos y gentiles creyentes, de toda tribu y nación. Esto lo vemos claramente en la Escritura:

habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn. 13:1).

Yo soy el buen pastor; el buen pastor da Su vida por las ovejas” (Jn. 10:11).

Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).

Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella” (Ef. 5:25).

III.Salvos o condenados (vv. 18-21)

Habiendo aclarado estas cosas, el pasaje nos habla también de cómo nos apropiamos de los beneficios que fluyen de la cruz de Cristo: si creemos, tenemos vida eterna, ya no estamos perdidos sino que hemos sido encontrados por el Señor, no seremos condenados sino que hemos pasado de muerte a vida.

Debemos aclarar aquí qué significa “creer”. La fe salvadora implica:

a)Conocer el Evangelio, que nos dice quién es Cristo y la obra que hizo para que seamos salvos. Nadie puede creer en lo que ignora, así que este conocimiento es esencial para la fe.
b)Aceptar lo que dice el Evangelio. Quien cuestiona algo sobre la Persona o la obra de Cristo, o sobre lo que dice la Escritura de nuestra condición de pecado, no podrá ser salvo. Se debe aceptar el Evangelio sin reservas.

Algunos se quedan aquí: sólo en el conocimiento y el estar de acuerdo con el Evangelio. Pero no basta con esto. La fe salvadora implica un elemento más:

c)Confiar: se debe poner toda la esperanza en ese Evangelio que se conoce y se acepta, sabiendo que Jesucristo es el único Nombre dado a los hombres en que podemos ser salvos (Hch. 4:12). Es la confianza que pondría el náufrago en el salvavidas, una que implica depositar todo el ser en Jesucristo para tener vida.

Si has creído en Cristo con esta fe, aunque tu fe sea débil, aunque a veces te sientas cojeando o arrastrándote en el camino; si estás mirando a Cristo, el Hijo Unigénito que fue levantado, con esa esperanza sobrenatural para salvación; entonces no estás bajo condenación.

Pero si tu corazón se mantiene frío ante Cristo, incluso aunque con tu boca digas creer en Él, si no te has rendido a sus pies, si no lo has visto como tu única esperanza y salvación, si no estás contemplando con todo tu ser a este Cristo levantado para dar vida, entonces estás bajo condenación porque no has creído en el Nombre del unigénito Hijo de Dios.

Y aquí debemos ser claros, que nadie nos engañe: si alguien dice o parece practicar la verdad, parece ser bueno, honesto, buena persona, bueno de adentro, pero su vida no está rendida a Cristo, si no cree en Él como Señor y Salvador, si no está mirando a este Cristo que fue levantado para salvación del mundo; esa persona está condenada, su corazón sigue en muerte y oscuridad.

¿Y por qué viene esta condenación? Porque “Y este es el juicio: que la Luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, pues sus acciones eran malas (v. 19). ¿Puede haber insolencia mayor que esta? Al “de tal manera amó Dios al mundo”, la humanidad en general responde con un “amaron más las tinieblas que la luz”. ¡Qué tragedia para la humanidad!

Los hombres amaron más las tinieblasEsto quita a Dios la responsabilidad por la condenación, son los hombres los que aman más las tinieblas que la luz. El Señor envió a la luz al mundo, y si los hombres no quieren venir a la luz, son enteramente culpables por su cuenta (Ryle). Por eso Jesús dijo a los fariseos “y no queréis venir a mí para que tengáis vida (Jn. 5:40 RV60).

¿Por qué incluso en medio de la Iglesia hay tanta apatía, tanta comodidad, indiferencia, egoísmo y frialdad hacia Cristo? ¿Por qué pareciera que aun en medio de la Iglesia hay corazones de piedra hacia Cristo, que no se conmueven con el Evangelio, que no se interesan en seguirlo como discípulos? Porque los hombres amaron más las tinieblas que la luz, y es una vergüenza que aún haya tanta oscuridad en la que está llamada a ser la luz del mundo.

Por eso dice la Escritura: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? 18 Y si el justo con dificultad se salva, ¿qué será del impío y del pecador? (1 P. 17-18). “El justo con dificultad se salva”. En un mundo de tinieblas, donde los hombres aman más la oscuridad que la luz, el justo aun cuando ha sido alumbrado por la luz de Cristo, deberá entrar por una puerta angosta y transitar un camino estrecho que lleva a la salvación, y luchar a cada momento con su propia tendencia a amar las tinieblas.

El ateísmo, el agnosticismo y el humanismo que vemos afuera, o incluso la apatía, comodidad y frialdad espiritual en medio de la Iglesia; no son problemas meramente intelectuales, emocionales o de motivación. Son problemas espirituales, y tienen que ver con no estar mirando a Cristo, la luz que vino para dar vida al mundo. Quienes rechazan a Cristo, o aquellos que parecen creer pero nunca se entregan completamente a Él, lo hacen porque sus obras son malas, y no quieren que esa oscuridad sea expuesta a la luz admirable de Cristo.

Si su oscuridad es expuesta, se verían en la obligación de admitir su fracaso moral y espiritual, y de clamar por salvación, reconociendo que Cristo es el Señor y no ellos mismos. Se verían en el deber de apartarse del pecado que tanto aman; y es por todas esas cosas que prefieren rechazar a Cristo, amando más las tinieblas que la luz.

Pero quien en realidad practica la verdad, quien tiene un corazón bien dispuesto para el Señor y su Palabra, vendrá a la luz para que sus obras sean expuestas, y serán halladas genuinas porque fueron hechas en el Señor. Y así termina la conversación de Jesús con Nicodemo, con este desafío y esta invitación que le hace Jesús: si de verdad él ama a Dios, entonces vendrá a Jesucristo, y no lo hará de noche o escondido, sino que lo confesará públicamente como Salvador.

Por todo lo dicho, es verdaderamente una razón para alabar a Dios el que diga: “De tal manera amó Dios al mundo. De tal manera nos amó a los pecadores, a los inmundos, a los que estábamos en tinieblas y muertos en pecado, que entregó a Su Hijo por nosotros. Sea sincero: si en este momento fuera al patio de una cárcel y viera a los presos allí en su maldad y suciedad, ¿Sería amor lo primero que sentiría en su corazón? Pero la Biblia dice que Dios nos vio muertos en nuestros delitos y pecados, y nos amó. Y no sólo nos amó, sino que ¡“de tal manera nos amó”! No es un amor mezquino, ni siquiera es el amor mínimo para salvarnos, sino que es un amor desbordante, uno que salta como una fuente inagotable de agua viva para nuestra salvación.

De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. La luz vino al mundo, y la pregunta clave en esta hora es: ¿Has creído en Cristo? ¿Rendiste tu vida a Él, o amas más la oscuridad y tus pecados? ¿Eres de aquellos que están en la Iglesia pero siguen amando más su vida, su comodidad, sus proyectos personales, sus placeres ilícitos, su propia forma de ver la vida? ¿Has visto realmente tu condenación, de manera que miras a Cristo con la desesperación que los israelitas miraban a la serpiente de bronce para salvar sus vidas?

Nota nuevamente el texto de 1 Juan 4: En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. 11 Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (vv. 9-11).

Este inmenso amor de Dios, abundante y eterno, te debe llevar a dos grandes respuestas: 1) amar a Dios y 2) amar a tus hermanos, así como tú como fuiste amado por Dios en Cristo.

En breves palabras, amar a Dios se manifiesta en guardar sus mandamientos desde un corazón agradecido y gozoso (Jn. 14:15). Amar a tus hermanos, implica poner tu vida para servirlos y hacerles bien. Porque también dice: “En esto conocemos el amor: en que Él puso Su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn. 3:16).

Es decir, nuestra respuesta a Jn. 3:16 debe ser 1 Jn. 3:16: si Dios nos amó de tal manera que dio a su Hijo por nosotros, ahora nosotros debemos dar nuestras vidas para glorificar a Dios y para servir a nuestros hermanos.

El Hijo murió para que pudiéramos tener vida en Él, ¿Cómo podríamos despreciar la ofrenda más valiosa que jamás se ha hecho? El Espíritu da a conocer al Hijo y nos llama a creer en Él, ¿Cómo podríamos resistir su testimonio? ¿Cómo permanecer fríos ante esta luz que vino al mundo? ¿Cómo permanecer indiferentes ante el Hijo del hombre que fue levantado para que pudiéramos vivir? No dejes pasar un momento más, porque puede ser tarde. Cree en Cristo, no sigas resistiéndote, no sigas poniendo frenos, no pospongas tu consagración. “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado”.

Si alguien no ama al Señor, que sea anatema. ¡Maranata!” (1 Co. 16:22), pero “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor incorruptible(Ef. 6:24).