Domingo 18 de septiembre de 2022

Texto base: Mt. 5:27-30.

Para nadie es misterio que vivimos en una época hipersexualizada, producto de una revolución sexual que cambió la moral y las costumbres de nuestra sociedad, girando hacia un destape y un descaro que se puede apreciar en todo lo que nos rodea. La pornografía ya no es clandestina, sino que parece ser la norma. Las relaciones sexuales prematrimoniales, la promiscuidad, el adulterio y la homosexualidad son ampliamente aceptadas socialmente, y hasta defendidas con orgullo. Incluso muchos cristianos están sumidos en toda esta inmundicia, pensando y viviendo como lo hace todo el mundo.

Pero, ¿Qué dice Dios sobre todo esto? ¿Tiene la Biblia algo que decir sobre toda esta situación? A través de esta enseñanza de Jesús, veremos i) el verdadero adulterio, ii) el pecado, nuestro problema más profundo y iii) la necesidad de hacer morir el pecado.

I.El verdadero adulterio

Jesús nuevamente comienza con “Ustedes han oído que se dijo” (v. 27), siguiendo el patrón presentado en el v. 21. No se refiere aquí a lo que decía la Ley de Moisés, sino los maestros de la ley que interpretaban las Escrituras y la tradición que habían generado los ancianos a lo largo de los siglos.

Las Escrituras estaban en lengua hebrea, pero los judíos contemporáneos a Jesús hablaban en arameo. Para exponerse a la Palabra de Dios, el pueblo dependía de la interpretación que daban estos maestros, pero ellos habían confundido el sentido de la Ley de Dios, agregando regulaciones humanas y rebajando el estándar de los mandamientos para tranquilizar sus conciencias, pensando que cumplían con lo que Dios ordenaba.

Esto habían hecho con el séptimo mandamiento: no cometerás adulterio (Éx. 20:14; Dt. 5:18). Ellos lo habían reducido a no caer en el acto físico de adulterio, lo que claramente está prohibido, pero habían perdido toda la profundidad del mandamiento.

No debemos caer en el mismo error de los escribas, centrándonos en la letra de lo que Jesús dice, sino en el principio que Él quiere establecer. Ese es precisamente el punto de esta enseñanza. La justicia de los escribas y fariseos busca resquicios para rebajar el estándar de la Ley, y apegándose mañosamente a lo literal. Jesús está hablando aquí de esa justicia que es mayor que la de los escribas y fariseos, y que busca un corazón para Dios, no simplemente un manual de conductas. Por eso, atiende al espíritu del mandamiento.

Por lo mismo, aunque aquí habla de un hombre deseando a una mujer, está incluida también la mujer que desea a un hombre. En otro pasaje que habla sobre esto, dice: “por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1 Co. 7:2). Aunque habla de “adulterio”, apunta a toda impureza sexual, que pueden cometer tanto hombres como mujeres, y solteros como casados.

En este sentido, Jesús va más allá del adulterio físico, de unirse sexualmente a otra persona fuera del pacto matrimonial. De ese no había ninguna duda que se encontraba prohibido, y la infracción más abierta contra este mandamiento. Pero el Señor aclaró que el adulterio se puede cometer también en el secreto del corazón (v. 28).

Con esto, el Señor Jesús no estaba inventando un pecado nuevo, sino que estaba descubriendo el verdadero estándar de la Ley de Dios, ante la cual quedamos sin defensa alguna.

Así, David adulteró mucho antes de llegar a acostarse con Betsabé. Cuando él la vio bañándose, la codició en su corazón y la quiso para él, fue allí cuando cometió adulterio en primer lugar, antes de siquiera llegar a tocarla.

En esto, existe un mito que presenta el adulterio como un pecado típicamente masculino. Algunos creen que las mujeres estarían de alguna forma más blindadas contra este pecado, y como si ellas tuvieran menos problemas con mirar a los hombres. Este es un terrible engaño. Incluso aunque no caigamos de la misma forma, tanto hombres como mujeres estamos expuestos a caer en este pecado y debemos velar sobre nuestro corazón.

Dicho esto, De todos los pecados de inmoralidad sexual, Dios escogió el adulterio para expresar este mandamiento, porque es un pecado especialmente perverso y grosero, pues:

i.Atenta contra el plan de Dios y su diseño para la vida del hombre en la tierra, que tiene entre sus aspectos fundamentales al matrimonio y la familia que surge a partir de él.
ii.Deforma y distorsiona el matrimonio, como ejemplo visible que Dios estableció de la relación que tiene con la Iglesia.
iii.Es una deshonra y un atentado contra nuestro mismo cuerpo: “Huyan de la fornicación. Todos los demás pecados que un hombre comete están fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo.” (1 Corintios 6:18, NBLA). Destruye también nuestra alma y nuestras relaciones más íntimas y preciadas.
iv.Usa el cuerpo de otra persona para pecar, y hace que ella también peque contra su cuerpo. Así, profana la imagen de Dios en el hombre.

Así, mientras el homicidio termina con la vida del hombre, el adulterio“… destruye todo lo que hace de la existencia una bendición. Si fueran todos a tomar la licencia del hombre adúltero, serían a su debido tiempo reducidos a la degradación de bestias salvajes" Robert L. Dabney.

El séptimo mandamiento prohíbe, entre otras cosas:

i.El acto de inmundicia, pero también todos los grados y expresiones de este pecado, comenzando por las miradas de deseo, y toda cosa que corrompa el cuerpo con impurezas e inmundicias, toda pasión desordenada e impura tanto en el pensamiento, como en el habla y en los actos.
ii.Toda unión sexual fuera del matrimonio legal entre un hombre y una mujer: el sexo prematrimonial, que es tan aceptado en nuestros días, y toda impureza anterior o fuera del matrimonio, incluso entre quienes están comprometidos para casarse, lo único que hacen es atentar contra el futuro matrimonio, sembrando el jardín con escorpiones. Asimismo, se condena la prostitución, la pornografía, la sodomía, el incesto, la violación y todo placer contra natura (Romanos 1:26–27, NBLA). Es decir, la Biblia reconoce un uso natural y otro contra natura, que refleja un estado especial de endurecimiento del corazón. Es imposible mencionar todos los vicios prohibidos en este pecado. No es lícito entrar en mayor detalle, “Porque es vergonzoso aun hablar de las cosas que ellos hacen en secreto.” (Efesios 5:12, NBLA).
iii.Toda deshonra del matrimonio, sea atentando directamente a través del acto de adulterio, o indirectamente, descuidando los deberes que marido y mujer tienen hacia el otro.
iv.Prohíbe los matrimonios ilegítimos, como la poligamia, las segundas nupcias ilícitas, el divorcio injusto y el abandono del hogar.
v.Las conversaciones inmundas, incluso aunque sólo se escuchen o lean sin intervenir activamente en ellas: “Tampoco haya obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias” (Ef. 5:4). También dice: “No se dejen engañar: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres»” (1 Corintios 15:33, NBLA). Esto incluye las bromas en doble sentido o la risa sobre aquello que es inmundo.
vi.La vestimenta indecente y provocativa, que tiene el propósito de llamar la atención y seducir con el cuerpo (Is. 3:16 NBLA).
vii.La ociosidad, el exceso de entretenimiento y la glotonería, que exaltan las pasiones y disminuyen las barreras para cometer este pecado. Esto incluye el mal uso de internet y redes sociales, visitando lugares de contenido impuro.
viii.La impureza sexual entre marido y mujer. Sí, incluso quienes están casados deben cuidarse, porque la cama matrimonial no está libre de este pecado. Marido y mujer se pueden encender en impurezas que los degradan mutuamente, con una pasión desordenada y morbosa, el lugar de amarse con pureza y respeto. Ambrosio de Milán llegó a decir qué algunos esposos podían ser adúlteros de sus propias esposas, al tratarlas como prostitutas.

Así, el alcance del séptimo mandamiento es mucho más profundo que la relación sexual ilegítima.

En la ley de Moisés, el adulterio era castigado con la muerte (Lv. 20:10) al igual que el homicidio. Aunque gran parte de la desobediencia a este mandamiento escapa del juicio de los hombres por hacerse en secreto, ciertamente no escapará del juicio de Dios: "a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios" (He. 13:4, cfr. 1 Co. 6:9-10). Lamentablemente, muchos están dispuestos a beber un mar de ira por sólo una gota de placer.

II.El pecado: el problema más profundo

El pasaje se refiere primeramente al adulterio, pero a través de este pecado apunta a una realidad mucho más profunda, que son los deseos perversos que hay en nuestro corazón. Por eso dice también: “Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. 20 Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre” (Mt. 15:19-20).

De hecho, en Mt. 18:8-9 se usa la figura de quitar los miembros de nuestro cuerpo que nos hacen pecar, pero se aplican en general a todo pecado.

Debemos seguir algunos principios para interpretar bien a Jesús:

a)Atender al principio más que a la literalidad (ya nos referimos a esto antes).
b)No sólo debemos ver lo que la Ley prohíbe, sino lo que manda: la Ley de Dios no es simplemente una lista de cosas prohibidas, sino que es el reflejo de la justicia y santidad de Dios, que no es otra cosa que el carácter de Cristo. Por lo mismo, en cada mandamiento que prohíbe algo, se ordena como contraparte una virtud.
c)Cristo no pretende establecer simples reglas de vida, de esas que resultan gravosas. Esa era la “justicia” de los escribas y fariseos, y de toda religión que busca la salvación por las obras. En contraste, los discípulos de Cristo tienen una vida transformada por el Espíritu Santo, que va creciendo en santidad a medida que anda según la Palabra de Dios y en comunión con Él.

Recordemos aquí que Jesús está hablando a sus discípulos (v. 1). Ellos ya han sido descritos como los que tienen hambre y sed de justicia, y son de limpio corazón. El discípulo de Cristo no quiere simplemente hacer cosas religiosas, sino conocer y amar a Dios en su corazón.

Por ello, como discípulos debemos ir más allá del caso puntual que Cristo plantea.

Es importante entender que una cosa son “los pecados”, es decir, las faltas concretas que cometemos, y otra es “el pecado”, que es la naturaleza de maldad en la que nacemos, y que es la raíz corrupta de la que surge todo lo malo. Por eso, no somos pecadores porque pecamos, sino pecamos porque somos pecadores. Antes de llegar a cometer un pecado visible, el mal habita en nuestro corazón como un parásito que lo contamina todo, y por eso somos pecadores antes de cometer siquiera algún acto consciente.

En este sentido, debemos entender:

a)La hondura del pecado: lo decisivo no es sólo la acción, sino el poder corrupto que obra en lo profundo de nuestro corazón y que genera malos pensamientos, deseos y motivaciones. Es la concupiscencia, aquellos deseos desordenados, esos pecados secretos e internos que son la base de los que cometemos externamente. “Es una violenta propensión e inclinación hacia lo que es malo, hacia lo que es contrario a la santa voluntad y el mandamiento de Dios”.[1]

Esta concupiscencia no debe confundirse con la tentación, que es cuando se nos ofrece la oportunidad de pecar, pero el hecho de ser tentado no es pecar. Jesús fue tentado, pero nunca pecó. La concupiscencia es distinta: es el deseo del pecado, ese apetito de lo malo que es en sí mismo pecado, y que a su vez mueve a cometer otros pecados.

El pecado es tan hondo, que esta hambre de maldad se da incluso hacia cosas que no son malas en sí mismas, pero que al ponerlas en el lugar de Dios se vuelven pecado para quien las desea desordenadamente.

Sólo conociendo esta hondura del pecado, veremos nuestra necesidad de Cristo y del Espíritu Santo.

b)El engaño del pecado: El autor de Hebreos exhortaba a sus hermanos diciendo: “no sea que alguno de ustedes sea endurecido por el engaño del pecado” (He. 3:13). El pecado es profundamente engañoso, nos convence astutamente para que caigamos en su red.

Así, nos contentamos con no llegar a ciertas acciones, pero ¿Por qué deseamos el mal? ¿Por qué sentimos curiosidad por lo inmundo y lo perverso? El pecado te engaña haciendo ver estos deseos como justificables y que no hay problema con tal de que no llegues a caer notoria o visiblemente.

A través de la curiosidad por lo malo, el pecado te tienta a andar por la cornisa, y cuando piensas que recién te estás acercando a mirar, la verdad es que ya vas en caída libre. Así, muchos se tientan con imágenes sensuales. “Sólo una mirada, no pasa nada”, “en mirar no hay engaño”, y cuando despiertan del embrujo, están completamente sucios y avergonzados.

Cuando crees que puedes domesticar tu pecado y probar solo un poco, para luego dejarlo cuando se te antoje, eres tú quien está atrapado en sus fauces, como una liebre en el hocico de un lobo.

Piensa en Sansón, durmiendo en las rodillas de Dalila, completamente confiado en los brazos de una mujerzuela que nunca lo amó, creyendo que sólo pasaría un tiempo de placer con ella, siendo que lo esperaba su mayor humillación. Es uno de los pasajes más escalofriantes de la Biblia: Dalila avisó a Sansón que venían los filisteos, “Y él despertó de su sueño, y dijo: «Saldré como las otras veces y escaparé». Pero no sabía que el Señor se había apartado de él” (Jue. 16:20).

Así es el engaño del pecado. Te ofrece un bocado, luego una merienda, luego una comida, luego te invita a quedarte al banquete de inmundicias. Cuando ya estás ahí sentado, te ofrece siempre un poco más. Te dice: “ya estás lejos de Dios, ya caíste, sigue un poco más, después pides perdón”. Quien obedece esa voz mentirosa y encantadora, luego se encontrará en un calabozo de vergüenza, humillación y culpa, atrapado en las cadenas de su pecado.

El pecado sexual se presenta atractivo y placentero, pero al pasar deja ruina y destrucción. Promete satisfacción, pero sólo deja vergüenza. Es un dulce envenenado. Ofrece placer, pero el costo es esclavitud, decadencia y destrucción. No sólo tiene consecuencias en este mundo (como las sanciones o la venganza), sino que también condena el alma al infierno si es que no hay arrepentimiento. El fuego de la pasión termina en el fuego del infierno: "los pechos de la ramera nos privan de entrar al seno de Abraham" (Thomas Watson).

c)El poder corruptor del pecado: El pecado es como un ácido fuertemente corrosivo y pestilente que lo deforma todo. Incluso instrumentos que Dios nos dio para nuestro bien, como los ojos, manos y miembros de nuestro cuerpo, o la tecnología y otros buenos recursos, se vuelven en nuestros enemigos porque los usamos para mal. Bendiciones como la comida, pueden ser usadas para la glotonería. Las relaciones personales y familiares pueden ser llevadas de maneras muy torcidas. Hasta la Ley de Dios, que es buena y justa, al mandar algo hace que nuestro pecado hierva en nuestro interior y desee aquello que Dios prohíbe (Ro. 7:10-11).

No sólo corrompe nuestra relación con Dios y Su creación. También corrompe nuestra vida. Tomando el caso del pasaje, el adulterio degrada a una persona. Muchos hoy se enorgullecen de lo que debería avergonzarlos. Viven para aquello que los destruye. El adúltero no es un macho viril ni una mujer empoderada, sino una persona débil, esclava de sus pasiones: “Porque por causa de una ramera uno es reducido a un pedazo de pan” (Pr. 6:26).

El adúltero es un tonto, que es conducido por sus impulsos como un animal: “cometer adulterio es no tener cabeza; quien adultera, se corrompe a sí mismo, 33 lo que obtiene son golpes y vergüenza, y nunca logra borrar esa mancha” (Pr. 6:32-33 RVC); está cegado por sus propias pasiones. Insulta a su Creador, destruye la propia alma, atenta contra el cuerpo, arruina el matrimonio y la familia, y pulveriza la reputación y el buen nombre.

Así, la enseñanza de Jesús nos lleva a lo más profundo del alma, al pantano inmundo del que surge toda nuestra maldad y que es nuestro mayor problema.

III.La necesidad de hacer morir el pecado

Ante esto, evidentemente nuestra reacción debe ser apartarnos de toda esta maldad, pues la consecuencia de perseverar en estos deseos inmundos es ser arrojados en el infierno. Eso es lo que concluye Jesús (vv. 29-30).

Claramente, el Señor no está hablando en sentido literal. Si así fuera, Jesús estaría viendo el adulterio como un problema sólo físico, pero Él mismo está diciendo que el adulterio es un problema del corazón Tendría que mutilarse completamente, incluso cortarse la cabeza, es decir, la solución para no pecar más sería mutilarse hasta el suicidio. Eso sería un absurdo, porque ese mismo acto sería un pecado. Ninguna de las enseñanzas del Señor deben ser interpretadas de manera que conduzcan al absurdo.

La interpretación correcta es que “debemos cortar radicalmente con el pecado. No debemos fomentarlo, ni flirtear con él, ni disfrutar mordisqueándolo un poquito. Hemos de odiarlo, aplastarlo, enterrarlo… En la enseñanza de Jesús, el pecado conduce al infierno. Y esta es la razón última por la que hay que tomarse en serio el pecado[2].

Dicho de otra manera, “El pecado, siendo una fuerza muy destructiva, no debe ser acariciado. Debe “morir”… Las medidas tomadas a medias causan estragos. La cirugía debe ser radicalEn la lucha contra el pecado el creyente debe pelear con valor e intensamente[3]

No debemos ser neutrales ni indiferentes ante el pecado. No hay que hacer ningún esfuerzo para amar lo malo, sino para aborrecerlo. A esto nos manda la Escritura: “Los que aman al Señor, aborrezcan el mal” (Sal. 97:10). Esta oposición al mal no es de la boca para afuera, una simple intención ni un mero deseo, sino que es toda una vida de lucha contra los malos deseos en nuestro interior. Esta batalla no tiene vacaciones ni recesos: quien no está luchando, está cediendo y cayendo ante el mal que habita en su corazón.

En esto, se deben tomar medidas radicales. No todos deben tomar exactamente las mismas medidas en su vida, pero todos deben tomar medidas. Nadie puede ser ligero ni descuidado ante su peor enemigo: su propio corazón corrupto y engañoso.

Entonces, no se trata de mutilación, sino de mortificación. Así ordena el Señor: “hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría.” (Colosenses 3:5, NVI).

En consecuencia, es tu responsabilidad apartarte de todo lo que te conduzca al pecado: “vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Ro. 13:14 RV60). No debes alimentar a la bestia maligna que vive en tu corazón. Cada vez que le das en el gusto, crece y se fortalece, con lo que te esclavizará a tus malos deseos.

Por lo mismo, debes tener algo claro: donde otros pueden, tú no. Quizás hay hermanos en la fe que no tienen problemas con ciertas cosas, pero si conoces tu corazón y sabes que eso te tentará, no lo veas, no lo escuches, no lo toques, no lo hagas. No te excuses en la libertad cristiana, porque ella no es para acercarnos lo que más podamos al pecado, sino para disfrutar lo más posible de la gracia de Dios en comunión con Él, siempre en obediencia a Su Palabra.

El llamado de Dios a tu vida no es que negocies con la tentación, sino que huyas de ella (2 Ti. 2:22), como lo hizo José. No te creas fuerte. Hombres como Sansón, David y Salomón cayeron en el pecado sexual, cuando dejaron fluir los malos deseos de su corazón. Tú no eres mejor que ellos. Por ello, reconoce tu debilidad y tu dependencia del Señor y corre a Su Trono de la gracia para que te dé la fuerza para vivir como a Él le agrada.

Nota que el texto habla del ojo derecho y la mano derecha. Esto porque el lado derecho era considerado más valioso que el izquierdo. Así, “Hay muchas cosas en la vida y en el mundo que, en sí mismas, son muy buenas, provechosas. Pero nuestro Señor nos dice aquí que si incluso esas cosas nos hacen tropezar debemos repudiarlas… no importa quién ni qué se interpone entre nosotros y nuestro Señor. Si es dañino para el alma, hay que odiarlo y repudiarlo”.[4]

Por eso decía el Apóstol: “Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo,” (Filipenses 3:7–8, NBLA)

Alguien podrá decir: es que si no veo tal película, tal teleserie, si no conozco tal experiencia o si no voy a tal lugar, quedaré como ignorante ante otros. Bueno, ¡Que así sea! ¡Mejor quedar como ignorante ante los que viven en oscuridad, que pasar una eternidad en el infierno! Sí, hermano, esa es la advertencia que hace Jesús. Le está hablando a quienes dicen ser sus discípulos, pero les aclara que si no batallan por hacer morir si pecado, están dando evidencias de que no van camino a la gloria, sino al infierno.

No es que “nos ganemos el Cielo” tomando medidas radicales. Es al revés: los que han sido salvos en Cristo, evidencian esta obra de Dios en sus corazones haciendo todo lo posible por apartarse del mal, ya que aborrecen el pecado y quieren agradar a Dios.

Jesús te dice claramente: debes tomar medidas contra tu pecado. La pregunta no es si tomarás medidas, sino: ¿Qué medidas estás tomando? ¿Qué otras crees que son necesarias para combatir los pecados que todavía te asedian con fuerza? El Apóstol decía: “golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado” (1 Corintios 9:27, NBLA). Es decir, él era disciplinado en someter sus malos deseos, en no dejar que su pecado tome fuerza sino buscando hacerlo morir.

En esto, algunos pueden tener miedo de caer en escrúpulos morbosos, de esos que tienen esas personas obsesionadas con la perfección moral y que los hacen incluso dañar sus cuerpos y llegar a una vida amarga e infeliz. Pero la diferencia es que esos escrúpulos morbosos están centrados en la persona, en lo que ella puede hacer y lograr. Pero las medidas para una vida santa están centradas en agradar a Dios, en querer conocerle más y alejarse de aquello que nos estorba en amarle y honrarle sobre todas las cosas.

Debes tener claridad de qué cosas te están haciendo caer. Esto tú lo sabes mejor que cualquier otro. Considera que “los hechos vergonzosos son precedidos por fantasías vergonzosas, y la imaginación se ve inflamada por la indisciplina de los ojos…”.[5] Por eso, el salmista decía: “No pondré cosa indigna delante de mis ojos” (Sal. 101:3). Aquello a lo que te expones, determinará tus pensamientos. Si dejas entrar basura en tu alma a través de tus sentidos, no esperes luego tener tu vista en las cosas de arriba. Si consumes inmundicia, pensarás cosas inmundas. Si te expones neciamente a la tentación, caerás en la trampa.

Jesús quiere que pienses en tu destino eterno: ¿Hay algo más importante que esto? Si piensas que un placer temporal aquí vale más que tu destino eterno, eso no es otra cosa que incredulidad y rebelión. Realmente no crees que hay vida eterna, ni que hay un Dios digno de ser obedecido y honrado con toda tu vida. No hay cosa más tonta que preferir un momento de disfrute perverso aquí, a cambio de una eternidad de sufrimiento. Cinco segundos en el infierno bastan para hacer olvidar todas las cientos de horas de placer perverso que se puedan tener en esta vida.

Por ello, “debemos decidir, muy simplemente, si queremos vivir para este mundo o para el que viene, si queremos seguir a las multitudes o a Jesucristo”.[6]

En esto, sin duda nos perderemos de muchas cosas. Tendremos que asfixiar nuestra curiosidad y muchos impulsos que nos llevan a caer, pero que se disfrazan de intereses legítimos. Quedaremos como tontos o como gente “grave” ante otros. Pero Jesús está diciendo que es mejor que “Quedemos, por así decirlo, tullidos mientras estamos aquí, a fin de asegurarnos de que nos va a aceptar con gozo a su presencia… Es mejor ser tullido en esta vida, dice nuestro Señor, que perderlo todo en la otra”.[7]

Ahora, debemos reconocer la gran dificultad de esto en nuestra cultura actual. La sexualidad se ve como algo estrictamente personal, que cada uno ve cómo ejerce. La gente de nuestros días levanta su puño contra Dios y le dice: “¡no te metas en mi cama, yo hago lo que quiero!”.

Muchos, en lugar de sonrojarse ante los desnudos, los aceptan de buena gana y hasta los aplauden, mientras que se avergüenzan ante palabras como: castidad, pudor, modestia, decoro, virginidad y pureza sexual. Por el contrario, palabras como pecado, tentación e infidelidad son atractivos comerciales. Se aplica lo dicho por el profeta: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, Que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, Que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20, NBLA).

Por lo mismo, debemos tener mucho cuidado. Como la alegoría de la rana en la olla hirviendo, puede ser que incluso los cristianos se hayan estado cocinando en el agua hirviendo de la inmundicia, de tal manera que ya están acostumbrados a ella y no sienten que se están quemando.

Y una de las distorsiones más graves que encontramos hoy, es que la inmundicia sexual se disfraza de amor. Así, en nombre de este supuesto “amor” se han roto familias, se han cometido infidelidades, se han abandonado hijos, se han arruinado vidas. No importa si hablamos de una persona casada, comprometida, o de tu mismo sexo. Lo que importa es si sientes “amor”. Este es el mensaje del mundo.

Pero el amor genuino nunca va contra la verdad ni contra el carácter de Dios, antes bien, siempre va de la mano con ellos. Lo contrario de amar es pecar. "El amor... no hace nada indebido... no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Co.

En este contexto, no debemos rebajar el estándar. No debemos dejarnos arrastrar por una sociedad en tinieblas, que adora al dios falso del placer sexual. Nuestro estándar no es la opinión de las masas, sino la Ley de Dios.

Pero terminamos con algo clave: No sólo necesitas cambiar conductas: necesitas un nuevo corazón, uno puro y limpio que tiene hambre y sed de justicia, y esto sólo lo puede dar Dios. Sólo Su obra en tu corazón puede hacer que pases de las tinieblas a la luz, de la inmundicia a la pureza. Si intentas cambiarte a ti mismo, sólo encontrarás fracaso tras fracaso y no podrás liberarte de tus cadenas. La única manera es yendo a los pies de Cristo y aferrándote a Su cruz. Por eso dice: “si ustedes viven en conformidad con la carne, morirán; pero si dan muerte a las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán” (Ro. 8:13, RVC).

Reconoce que sin el Espíritu nada puedes hacer, y eso te llevará a depender de Su poder para vencer sobre tu pecado. En esto, confía en la promesa del Señor: “O supongan que a uno de ustedes que es padre, su hijo le pide pan, ¿acaso le dará una piedra? O si le pide un pescado, ¿acaso le dará una serpiente en lugar del pescado? O si le pide un huevo, ¿acaso le dará un escorpión? Pues si ustedes siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (

Por otro lado, considera que los sufrimientos de Cristo en el Calvario fueron por causa de tu pecado. No te permitas disfrutar de aquello que causó el tormento, la humillación y la muerte de tu Salvador.

Por último, considera que Cristo es todo lo contrario al adúltero. Mientras el adúltero engaña a su esposa y sacrifica su matrimonio para satisfacer su placer personal, “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, 26 para santificarla…” (Ef. 5:25-26). Nuestra salvación se describe en términos de amor matrimonial. Cristo es el esposo fiel de su Iglesia, que jamás la dejará ni la engañará, sino que es veraz y la ama de manera perfecta.

Él cumplió perfectamente este mandamiento, ya que siempre actuó con toda pureza y jamás hizo nada inmundo. Pero no sólo eso, también murió en la cruz para pagar por el pecado de quienes creen en Él como Salvador y se arrepienten de su maldad. En Él puede encontrar perdón desde aquel que ha mirado con deseo a la mujer o el marido de su prójimo, hasta quien ha caído en una relación sexual ilícita. Quienes vayan a Él quebrantados por su pecado, en arrepentimiento y fe, no serán echados fuera.

A ti, que tienes sexo fuera del matrimonio, o que estás preso de la pornografía, o que estás engañando a tu cónyuge, o que vives entreteniendo pensamientos de adulterio en tu mente, o que te has entregado a relaciones con personas de tu mismo sexo, o que estás conviviendo con una persona que no es tu marido o tu mujer, o que tienes la costumbre de pensar y conversar inmundicias, te llamo hoy a que te mires ante el espejo de la Ley de Dios y reconozcas que la has violado y eres culpable, pero acto seguido, te llamo a que mires a Cristo, aquel que vivió una vida de obediencia perfecta que tú nunca podrías vivir, y murió la muerte que merecías morir por tu pecado. Míralo y cree que sólo Él puede salvarte, que en Él hay vida eterna, aférrate a sus pies y encontrarás perdón, serás salvo, porque fiel es el que prometió.

  1. Pink, Los Diez Mandamientos, 88.

  2. Carson, Sermón del Monte, 56.

  3. Hendriksen, Mateo, 317-318.

  4. Lloyd-Jones, Sermón del Monte, 329.

  5. Stott, Sermon on the Mount, 88.

  6. Stott, Sermon on the Mount, 91.

  7. Lloyd-Jones, Sermón del Monte, 330.