Domingo 4 de julio de 2021
Texto base: Apocalipsis 2:12-17
¿Qué pensarías si llega una carta de Jesucristo a tu iglesia, donde dice que vives en la ciudad donde satanás habita y tiene su trono? Si a esto sumamos que tu congregación ha sufrido persecución y que algunos hermanos amados han muerto, pareciera que el panorama no es muy alentador. ¿Qué se podría reprochar a una iglesia así? ¿No sería mejor simplemente animarla?
A través de esta carta, aprenderemos que, si bien la congregación que está siendo perseguida es animada por el Señor a seguir adelante, el pecado sigue siendo inexcusable. El sufrimiento no anula nuestro deber de ser santos, ni justifica la maldad. El testimonio del Evangelio debe guardarse sin tolerar la perversión doctrinal ni práctica.
En este mensaje, veremos el contexto de los creyentes en Pérgamo y el saludo que les extiende Jesucristo. Analizaremos el diagnóstico espiritual que el Señor hace de esta iglesia, así como la exhortación y la promesa que ellos deben atender.
I. Contexto de la ciudad y saludo del Señor
B. Contexto de la ciudad
Pérgamo, cuyo nombre significa “ciudadela” en griego, corresponde a la moderna Bergama (Turquía), y estaba localizada 25 km tierra adentro, emplazada sobre una colina. Cuando fue conquistada por Roma en el 133 a.C. se convirtió en la ciudad principal de la nueva provincia de Asia. Allí residía el procónsul (administrador provincial), quien tenía el poder de la espada, es decir, podía aplicar la pena de muerte.
Fue la primera ciudad en la región en levantar un templo al César, en el 29 a.C. Así, estaba profundamente romanizada, y comprometida con la adoración imperial, siendo un referente en la región en este sentido. Se adoraba también a los dioses Dionisio, Atenea y Esculapio, quien era el dios de la curación, y atraía a muchas personas que acudían a sanarse de sus enfermedades. Había además un altar a Zeus de unos 13 m, parecido a un trono, y se llamó a este dios “el salvador”, porque supuestamente les había concedido una victoria.
Pérgamo era además una ciudad cultural. Allí surgieron los pergaminos -llamados así por la ciudad-, que estaban hechos de cueros de animales. Relacionado con esto, tenía una de las bibliotecas más notables de la antigüedad, que custodiaba unos 200 mil rollos.
Aunque la ciudad era célebre e importante en términos humanos, era muy problemática para los cristianos: No podían llamar “salvador” a Zeus, pues para ellos el único Salvador (soter) es Jesucristo. Además, no podían confesar “César es el Señor”, porque su único “Señor” era Jesucristo. La ciudad tenía numerosos templos, pero los cristianos no tenían templo físico, sino que ellos mismos eran el templo del Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19). En lugar de pedir sanidad a Esculapio, ellos recurrían a Jesús, entregándose a su voluntad.
“… en tal atmósfera, sería más difícil para los cristianos ejercer su fe notoriamente sin entrar en conflicto al mismo tiempo con aquellos que estaban comprometidos con las religiones paganas oficialmente aceptadas, tras los cuales satanás se alzaba como rey”[1].
Así, para los cristianos la vida en Pérgamo estaba llena de conflictos con sus habitantes paganos, así como con la colonia judía. Los romanos los llamaban despectivamente christiani, y los judíos les decían nazarenos. Recordemos que Roma permitía que los pueblos conquistados adoraran a sus dioses, siempre que rindieran culto al emperador, que era el factor de unidad con los demás habitantes del imperio.
Como los cristianos se negaban a esta adoración, se les acusaba de infidelidad a Roma y sedición, y por lo mismo eran perseguidos, humillados y condenados a muerte. A pesar de todo esto, los cristianos en la ciudad aumentaban y la iglesia florecía.
En nuestro contexto no vivimos una persecución tan cruda, pero pensemos en nuestra vida cotidiana. Constantemente las personas no creyentes nos hacen invitaciones a actividades normales para ellos, pero que colisionan con nuestra fe. El negarnos en muchos casos causa molestia, incomprensión, burlas y otras reacciones adversas, con lo que terminamos marginados de distintas formas.
En ese conflicto, los cristianos de Pérgamo padecían tribulación. Pero el Señor Jesús ya había advertido: “Recuerden lo que les dije: ‘Ningún siervo es más que su amo.’ Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán” (Jn. 15:20 NVI). La persecución es una consecuencia que debemos enfrentar por vivir en un mundo que está en rebelión contra Dios y aborrece Su Palabra. Pero Cristo también nos enseñó que en todo esto somos dichosos (Mt. 5:10-12).
Así, mientras eran perseguidos y humillados en la tierra, eran premiados en el Cielo, lo que era un motivo de alegría que les permitía perseverar en el sufrimiento.
B. Saludo de Cristo
En este contexto, Cristo se presentó a estos hermanos diciendo: “El que tiene la espada aguda de dos filos, dice esto” (v. 12). Literalmente es “el que tiene la espada la de doble filo, la afilada”. Se trata de una espada larga, lista para ser blandida.
¿Qué significa esto? Las autoridades humanas tienen el poder de la espada para castigar a los malos (Ro. 13), que sólo es una pálida sombra del que posee el Señor. Significa que tiene el poder sobre la vida y la muerte, que tiene la autoridad del juicio universal y está presto a hacerlo.
Recordemos que el procónsul en Pérgamo tenía este poder de la espada, y lo había ejercido con Antipas, quien murió por Cristo (como se verá). Pero aquí Cristo asegura a la iglesia en Pérgamo que Él es quien tiene ese poder de forma absoluta, y que ciertamente hará justicia por la muerte de sus santos, pero también contra los falsos creyentes. Así, los cristianos de Pérgamo podían seguir siendo fieles con tranquilidad, aunque eso trajera más persecución y muerte, porque el Señor hará justicia y vindicará su nombre.
II. El diagnóstico infalible de Jesucristo
Una vez más, el Señor Jesucristo afirma con certeza que conoce a esta congregación y sus circunstancias, y según eso les hace un elogio y una acusación:
A. Elogio
a) La terrible oposición que enfrentaban: La idolatría de la ciudad y su enemistad contra los cristianos era tal, que el Señor Jesús la describe diciendo: “Sé dónde moras: donde está el trono de Satanás” y “donde mora Satanás” (v. 13).
¡Qué privilegio y qué consuelo! El Señor sabe dónde ellos viven, los cuida y está con ellos. Sus perseguidores no estaban fuera del gobierno del Señor, y el trono de Dios era mayor que el de satanás. Se ha dicho que esto último puede referirse i) al gran altar en forma de trono dedicado a Zeus; o ii) al culto a Esculapio, quien era personificado con una serpiente; o iii) al culto al emperador. Cualquiera sea la interpretación (aunque puede tener algo de todas), se enfatiza la obra de Satanás y su engaño sobre esta ciudad. Él dominaba sus corazones. Siendo así, los cristianos podían esperar una terrible oposición.
b) Su fidelidad en medio de la persecución: La oposición había llegado hasta la muerte. Se habla de Antipas, a quien Cristo llama “mi testigo [mártir] fiel”. Según la tradición, el Apóstol Juan ordenó a Antipas como obispo siendo emperador Domiciano. Habría sido martirizado ca. 90 d.C., siendo quemado lentamente en dentro de un becerro de bronce ardiendo. Puede estar representando aquí a muchos otros mártires en Pérgamo.
Al matar a Antipas, satanás y los ciudadanos de Pérgamo bajo su gobierno estaban diciendo que la cosa iba en serio. Con esto, los miembros indecisos de la iglesia se verían tentados a abandonar su fe y preservar su vida.
Pero ellos no debían temer, porque no estaban bajo el maligno como el resto del mundo: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4). Su victoria ya estaba asegurada, aunque por ahora debían enfrentar diversas pruebas.
Esta iglesia se había mantenido firme en los momentos más difíciles, animada por estas promesas. Ellos guardaron fielmente el Nombre de Dios y no negaron su fe, incluso cuando habían perdido hermanos amados entre ellos.
De la misma forma, Cristo conoce nuestra ciudad de Santiago, y quiere que seamos fieles en medio de ella, entre toda su perversión e idolatría, que prediquemos su Evangelio, que demos nuestra vida por Él en esta ciudad, es decir, que vivamos completamente para Él.
Los mártires significaron pérdidas dolorosas para la iglesia, pero su testimonio de perseverancia y fidelidad hasta la muerte fue un poderoso impulso para el avance del Evangelio. Los idólatras estaban hablando en serio, pero los cristianos aún más: estaban dispuestos a morir por amor al Señor.
B. Acusación
“Pero”… El Señor reconocía la perseverancia de estos hermanos en medio de la persecución, pero eso no le impidió identificar y reprender su pecado. Esta reprensión del Señor, es también un acto de amor paternal de su parte. Les dice: “tengo unas pocas cosas contra ti”. El que fueran pocas cosas no significa que no tuvieran importancia. Esto lo sabemos porque luego les dice: “arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto”. El Señor está hablando en serio.
La persecución y el sufrimiento de esta iglesia no la excusaron de su obligación de mantener fielmente la verdad. Su pecado fue tolerar en medio de ellos a quienes enseñaban y vivían en el error. No debían aceptar esto, porque el Señor no lo tolera, sino que abomina la mentira, aborrece a los mentirosos y a quienes viven impíamente. Debemos amar lo que Él ama y aborrecer lo que Él aborrece.
Además, dice que esta denuncia es “contra ti”. Aquí está hablando a la iglesia. Esto nos enseña un principio fundamental: el Señor considera a la congregación como responsable de tener ahí a los promotores de falsas doctrinas. El pastor tiene una labor fundamental, pues preside a sus hermanos en la fe. Sin embargo, la responsable última de la integridad doctrinal de la congregación es ella misma. Son los miembros a quienes el Señor pide cuenta y les demanda ser fieles, reprendiéndolos o elogiándolos, dependiendo del caso.
En el original griego, se usa la misma palabra (κρατέω, krateo) para decir que la Iglesia de Pérgamo había “guardado fielmente” el Nombre de Dios (v. 13), y para decir que los que “mantienen” la doctrina de Balaam y los Nicolaítas. Era una iglesia con lealtades divididas. Unos guardaban fielmente el Nombre, y otros guardaban fielmente herejías. Eso no puede ser, la lealtad de la Iglesia no puede estar dividida, sino que debe ser exclusiva hacia su Señor y Salvador Jesucristo, y a la verdad que Él ha revelado.
Iglesia Bautista Gracia Soberana, ¿Qué diría el Señor Jesús de ti? De ti lo demandará, a ti te pedirá fidelidad, ¡A ti te tendrá por responsable! No sólo a los hermanos que predican, sino también a ti, hermano que escuchas, te reprenderá si admites aquí adelante a quienes enseñen falsas doctrinas, o toleras en tus reuniones a quienes abrazan mentiras y falsedades. Lo sepas o no, te guste o no, ante Dios tienes el deber de velar por la integridad doctrinal y moral de esta iglesia.
Si ellos no tenían excusa, con todo su sufrimiento y la persecución que padecían; ¿Qué excusa tendríamos nosotros en nuestra tranquilidad, comodidades, múltiples recursos y tecnologías? Ellos no tenían la Biblia compilada como nosotros. Sólo una pequeña parte de ellos sabía leer. No disponían de distintas versiones, de comentarios bíblicos, de estudios comparados ni la infinidad de recursos audiovisuales que hoy tenemos. No tenían la Biblia en su teléfono celular. Si ellos no tenían excusa, ninguno de nosotros podría alegar que sí la tiene.
Quizá al ver que eran pocos en la ciudad, que estaban siendo perseguidos y martirizados, estos hermanos admitieron en la iglesia a quienes parecían ser cristianos, pero que enseñaban mentiras y vivían impíamente. Quizá pensaban “¿Para qué expulsarlos, si somos tan pocos?”, buscando una unidad humana y falsa, aparentemente buena pero intrínsecamente perversa. Sin embargo, la Iglesia es del Señor, no nuestra. Debemos seguir sus reglas.
Lo cierto es que la unidad cristiana no es por simple afinidad de intereses o emociones. No es porque “me cae bien” el otro, o porque “lo paso bien” con él; sino porque Cristo derramó su sangre por la Iglesia para purificarla, y porque el Espíritu aplica esa obra salvadora y transformadora a nuestras vidas. La unidad cristiana no la crea el apretón de manos, sino una obra sobrenatural del Espíritu que nos lleva a amar genuinamente a nuestro hermano.
Pero ¿Quiénes eran esos que estaban siendo tolerados, cuando debían ser expulsados? Se describen como los de la doctrina de Balaam. Se trata de aquel falso profeta del libro de Números, quien era un profeta a sueldo, un predicador mercenario que arrendaba sus servicios espirituales. Balac, rey de Moab, un pueblo enemigo de Israel, lo contrató para que maldijese al pueblo de Dios, cuestión que intentó varias veces sin éxito.
Balaam realizaba declaraciones que parecían muy piadosas (Nm. 23:8,12), y así los falsos maestros y obreros fraudulentos muchas veces harán alardes de piedad, y parecerán muy devotos, e incluso dirán verdades, pero por dentro están muertos, enseñan el error y arrastran a quienes los siguen a la misma destrucción que los espera a ellos.
A Balaam no le resultó maldecir a Israel: él sabía que Dios quería bendecir a Su pueblo, y en sus oráculos no lo contradijo. Sin embargo, tal fue su hipocresía, atrevimiento y perversión, que ideó un plan alternativo que no consistía en profecías de maldición, sino en hacerlos tropezar para que ellos mismos se acarrearan la maldición de Dios. Así, invitó a las mujeres moabitas a que tentaran a los hombres israelitas a involucrarse con ellas, para luego desviarlos a adorar al ídolo Baal-peor (Nm. 31:14-16). Como resultado de su plan, Israel participó en banquetes dedicados a los ídolos, en los que se cometía inmoralidad sexual. Este fue el tropiezo que Balac, aconsejado por Balaam, puso a los hijos de Israel.
Balaam sabía que Jehová era el verdadero Dios, y sabía que su ley condenaba la idolatría, pero prefirió recibir su paga antes que honrar al Señor. Por todo esto, en las Escrituras Balaam es un prototipo de falso maestro. Se usa como símbolo de la religión pervertida, la apariencia de piedad, el afán de lucro en las cosas espirituales.
El Apóstol Pedro habla también de esta senda de Balaam: “15 Han abandonado el camino recto, y se han extraviado para seguir la senda de Balán, hijo de Bosor, a quien le encantaba el salario de la injusticia... 18 Pronunciando discursos arrogantes y sin sentido, seducen con los instintos naturales desenfrenados a quienes apenas comienzan a apartarse de los que viven en el error. 19 Les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción…” (2 P. 2:15,18-19 NVI).
Así, la doctrina de Balaam afectaba la santidad de la congregación, involucrando relaciones sexuales con mujeres paganas (prostitución sagrada), comer alimentos sacrificados a los ídolos y el culto a esos ídolos. En Pérgamo, seguramente invitaban a los cristianos a participar en el culto a los dioses griegos y al emperador. “… así como Israel fue influenciado a fornicar tanto sexual como espiritualmente, así ocurrió con los cristianos en Pérgamo”.[2]
“No pensemos que en esta tentación como si fuese de poca importancia. Las personas que rehusaban comer la carne ofrecida a los ídolos y especialmente aquellas que rehusaban asistir a las fiestas paganas tenían que retirarse de casi toda la vida social de aquel tiempo”.[3]
Sobre los nicolaítas, ya habían sido mencionados en la carta a la iglesia en Éfeso. Allí, Cristo declaró que los aborrecía (2:6), y lo mismo declara a la iglesia en Pérgamo (v. 15). No está muy claro quiénes eran y cómo surgieron, pero hay buenas razones para creer que son los mismos que los de Balaam, siendo libertinos y permisivos con la idolatría.
Esto era lo que estaba tolerando la iglesia en Pérgamo. El Señor no podía pasar esto por alto, Él debía llamar al arrepentimiento a su iglesia por abrazar doctrinas falsas en su seno, mentiras que Él aborrece.
III. Exhortación y promesa
A. Exhortación
Y es que nadie puede engañar al Señor. Él se entregó para santificar a su Iglesia (Ef. 5:26), para purificarla para sí mismo; y no va a permitir que los falsos la ensucien.
Por eso anuncia solemnemente: “16 Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca”. Esta tolerancia perversa no sería pasada por alto. Si no se arrepienten, Él vendrá y hará justicia, la infidelidad recibirá la retribución que merece.
¿Qué implicaba arrepentirse? Si el pecado era “tienes ahí”, entonces arrepentirse era “dejar de tener ahí” a los falsos cristianos. Debían excomulgarlos, no admitir hermandad ni compañerismo con ellos.
Ahora, ¿A quién podríamos acoger, que Dios rechazaría? ¿A quién podríamos dar la mano, que Dios escupiría de su boca? ¿A quién podríamos llamar “hermano”, cuando deberíamos llamarlo “impío”? Pregúntate: ¿Deberías tú mismo ser expulsado, según Cristo? No debemos tolerar, sino rechazar a quienes pervierten la Palabra de Dios y enseñan a los hermanos a desobedecer las Escrituras para comprometerse con el mundo. A quienes justifican la vida en rebelión a Dios y pretenden ensuciar la comunión de los santos. El Señor es quien decide quiénes están dentro y quiénes fuera. Desobedecer esto es rebelión contra Dios y tiene consecuencias serias.
Consideremos aquí que siempre habrá hermanos que se opondrán, quienes apelen a un amor mal entendido, confundiendo gracia con indulgencia, misericordia con libertinaje, quienes quieran vivir “tranquilos” sin exhortar ni ser exhortados, sin disciplina para ellos ni para otros, poniendo trabas para obedecer al Señor en este aspecto.
Pero el Señor les ordena solemnemente arrepentirse. Debían dejar de tolerar a los perversos, y ser obedientes. Les dice “vendré a ti pronto”. Aquí no se refiere a la segunda venida, sino a que los visitará con juicio, y lo hará en breve. La iglesia de Pérgamo debía tomar esto muy en serio, tomando medidas drásticas y claras:
“el Señor llama a la iglesia al arrepentimiento pero declara la guerra contra los nicolaítas. Luchará contra ellos con la espada de doble filo que sale de su boca (ver v. 12), y con esta espada dará muerte a los malos. Y éstos incluyen a los nicolaítas y a sus adherentes. Quienes sirven a Satanás y están empeñados en destruir a la iglesia se encuentran con la espada de su guerrero y con su victorioso Señor”[4].
Aunque aquí se refiere a un juicio más inmediato, de todas formas, es un anuncio del juicio que ocurrirá en la segunda venida. Hablando de Cristo, dice que “De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro” (Ap. 19:15). Con esa espada destruirá a la bestia, al falso profeta y a sus seguidores.
La Iglesia fue comprada con la sangre de Cristo, y Él está en guerra con los falsos maestros que operan al interior de las congregaciones. Nuestro deber es ser fieles, identificar a esos falsos y expulsarlos sin dudar. Si no lo hacemos, el Señor vendrá en breve contra nosotros, y manifestará su juicio en medio nuestro. Esto es solemne, un asunto de vida o muerte, y el v. 17 aclara nuevamente que esto es algo que debemos escuchar con atención.
B. Promesa
Pero a quien persevere hasta el fin, siendo fiel a Jesucristo no importando el costo, el Señor promete:
a) El maná escondido: Recordemos que Apocalipsis está lleno de símbolos que hablan de realidades espirituales. El Señor alimentó al pueblo de Israel con maná durante su peregrinaje de 40 años en el desierto, hasta que el pueblo cruzó el Jordán y entró en Canaán. El Señor dio la instrucción de guardarlo en el arca del pacto, para que las generaciones futuras conocieran cómo el Señor los alimentó en el desierto (Éx. 16:32-33). El libro de Hebreos dice “Dentro del arca había una urna de oro que contenía el maná” (He. 9:4). Es decir, el maná estaba oculto, guardado en el Arca del Pacto, que simboliza la comunión de Dios con su pueblo y la expiación por los pecados.
Según Simón Kistemaker, los judíos esperaban la era mesiánica cuando comerían el maná oculto. Los cristianos, sin embargo, sabían que Jesús es el Mesías, y el maná definitivo: “… no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre... 35 —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” (Jn. 6:32,35 NVI).
Todo cristiano, entonces, disfruta ya de este maná escondido de alguna manera. Hemos recibido la vida eterna que hay en Cristo. Por medio de la fe, hemos comido este pan, que es su cuerpo que Él entregó para que el mundo pudiera vivir por Él. Comer este pan es empaparse de Cristo, incorporarlo y recibirlo de una manera tan íntima y profunda que transforma todo nuestro ser desde lo más hondo.
Pero quien persevere hasta el fin, podrá disfrutar de este maná oculto de una manera que no es posible hacerlo en este cuerpo mortal. Aunque ahora disfrutamos de la comunión con Cristo y de la vida que hay en Él, no lo estamos haciendo de manera completa y perfecta. Eso ocurrirá cuando estemos ante el Señor en la gloria y seamos llenos de la vida que hay en Él, ya sin pecado ni corrupción en nosotros.
Esto contrastaba con el alimento podrido e inmundo de los seguidores de Balaam, que comían comida sacrificada a los ídolos.
b) Una piedrecita con un nombre nuevo y exclusivo: Se han dado diversas interpretaciones, muchas de ellas bastante rebuscadas. Algunos dicen que es una referencia al pectoral del sumo sacerdote, en que había doce piedras que tenían escrito el nombre de cada tribu (Éx. 28:21). Para otros, es una piedra en que está escrito el nombre de Cristo, que está grabado en la frente de todo creyente (Ap. 14:1; 22:3-4).
En cualquier caso, esta piedrecita otorgaría el acceso a un banquete triunfal en honor de los vencedores. En esa época, se usaban pequeñas piedras blancas como una especie de boleto de entrada, lo que en este caso se referiría al banquete celestial, a las bodas del Cordero.
Recordemos también que, en la antigüedad, cuando un rey nombraba algo o a alguien, era signo de dominio o propiedad sobre lo nombrado. En esta piedrecita, el Señor nos está dando un nuevo nombre, declarando que somos suyos, que hemos recibido una nueva identidad en Él, quien renueva todas las cosas (2 Co. 5:17), así como Dios renombró a personas para enfatizar que ahora eran sus servidores y le pertenecían (ej.: Jacob, Simón); y en muchos casos el Señor ordenó poner un nombre a ciertos hijos, como es el caso de Isaac y del mismo Jesús.
En un sentido más profundo, es una referencia a la profecía de Is. 62:2 y 65:15, en las que el Señor promete la restauración de Israel a través de un nombre nuevo. Quien cumple esta profecía es Cristo, el verdadero israelita, el siervo sufriente del Señor que restaura a su pueblo y es luz a las naciones. Quienes estamos en Él llevamos el nombre de Cristo, nuestro Señor, escrito en la frente, está sellado para siempre en nuestras vidas (en contraste con la marca de la bestia). Quien persevere hasta el fin, aquél que ya haya llegado a la consumación de su carrera, sabrá como fue conocido por Dios.
¿Cuál es tu identidad? ¿Es la del ciudadano promedio, con sus mismas aspiraciones, gustos y metas? ¿Está en un género musical, en una universidad, un equipo de fútbol o un partido político? ¿Es el auto que tienes, la ropa que vistes, la casa que compraste? ¿Has sido renovado en Cristo, de tal manera que puede decirse que tu vida está escondida con Cristo en Dios, y que estás juntamente crucificado con Él?
Se da un hermoso juego de palabras: aquellos que son fieles “al Nombre”, como los de Pérgamo, recibirán ese “nuevo nombre” en Cristo. Por tanto, no toleres la perversión. No tengas lealtades divididas. No permitas que la preciosa verdad del Evangelio se corrompa con doctrinas humanas y retorcidas. Persevera hasta el fin en la fe de Cristo, guardando fielmente su Nombre, incluso en medio de terrible oposición.
El Pan de vida que descendió del Cielo y que fue partido para tu salvación, será tu alimento eterno. Aquel que tiene un Nombre sobre todo Nombre, te dará un nombre nuevo para que le sirvas y seas suyo para siempre. Amén.